En su realidad pura y dura, el exilio tiene una complejidad existencial que no puede comprenderla quien no la ha sufrido. Cristina Peri Rossi sugiere un sentir que lo define: “Tengo un dolor aquí/ del lado de la patria”. Y también: “El exilio es tener un franco en el bolsillo/ y que el teléfono se trague la moneda/ y no la suelte/ - ni moneda, ni llamada -/ en el exacto momento en que nos damos cuenta/ de que la cabina no funciona”. De esta forma perfila un autorretrato: “Soy la extranjera, la que está de paso”. Sin ingenuidad admite: “A tantos quilómetros de distancia/ nadie puede permanecer fiel. /Ni el árbol que plantamos/ ni el libro abandonado, ni el perro, /que vive en otra casa”.

A medida que la releo el deslumbre no cede en “Detente, instante, eres tan bello”, título proveniente de una cita de Goethe. Su poesía completa ahora, por fin, queda en una edición local después de décadas de inconseguibles ediciones españolas. Supe de su publicación a principios de agosto por una reseña de Mercedes Halfon en Radar, que la calificaba con justeza de “poeta esencial del Río de la Plata”. Apenas tuve el libro experimenté el efecto imán. No hay verso que no haga cimbrar alguna cuerda íntima. Su encanto confesional, directo, inmediato, proviene de una afinada voz narrativa. Traductora de Clarice Lispector, lectora de Elizabeth Bishop y Alejandra Pizarnik, en ocasiones alcanza esa crudeza de Alda Merini. Pero su atractivo va más lejos. Es que sólo cuando se ha vivido lo que ella ha vivido - está en sus versos - recién entonces se puede escribir como ella escribe.

Montevideana, escritora precoz, tan precoz que el editor y crítico Angel Rama la llamaba “la rimbaudcita”, vocera de la izquierda, exilada desde el 72, desde entonces, aún en la democracia recobrada, se resistió a volver, determinación que explicaba: “Cuando cayó la dictadura, me di cuenta de que había vivido catorce años con nostalgia de Montevideo, y ahora no quería tener nostalgia de Barcelona. Para tener nostalgia, sigo teniendo siempre la misma. Además, uno no se exilia porque quiere, se exilia porque tiene que salvar el pellejo, y creo que, dentro de esa insensata geometría que es la vida, estrictamente, no se puede volver porque es un tiempo que ya no existe”. 

En un poema recuerda cómo fue: “No tuve tiempo de traerme nada. / “Salí muy de prisa/ no tuve tiempo de mirar las cosas/ para ver qué me traía, / pero ahora que usted me lo pregunta, / si hubiera podido, / me habría traído el perro.” Peri Rossi lo da a entender: la condición de exilio fue la que afirmó su voz en una distancia que, al tratar sus temas, aún los más personales, les concede una perspectiva visceral que no esquiva la calentura, la melancolía y capta la sensación de unos segundos y la fija con la conciencia de la fugacidad. Y de aquí viene, me explico, el título, ese “bello instante” fugitivo que si no se captura ahora, fue.

Peri Rossi, si bien multipremiada, se eligió siempre como francotiradora y, desde sus comienzos, ha preferido publicar en pequeños sellos editoriales que privilegian la calidad y la experimentación antes que el afán bestsellerista. No obstante, se la considera la única mujer integrante del boom latinoamericano que incluyó a su amigo Julio Cortázar. Supo declarar que su casa era la escritura, pero esta afirmación comprobable en la variedad de géneros – novela, cuento, ensayo -, no deja afuera la lucha por los derechos de la mujer y los homosexuales, ni tampoco la militancia contra el fascismo. En lo que escribe y como lo hace, se comprueba una coherencia absoluta entre vida y obra. Desde sus primeros libros, feminista pionera y radical, Peri Rossi se mandó contra todos los tabúes, los prejuicios y la censura al decir de frente el amor lésbico. 

Por ejemplo: “La mojo con un verso/ y ella, húmeda de mí, rencorosa me da la espalda”. Y también: “Cuando ella abre sus piernas/ que todo el mundo se calle. / Orad: ella ha abierto sus piernas. /Todo el mundo arrodillado”. No obstante, en la carga fuertemente erótica no todo es una idílica cama de rosas: “Salimos del amor/ como de una catástrofe aérea. / Habíamos perdido la ropa/ los papeles/ a mí me faltaba un diente/ y a ti la noción del tiempo”.

“El poeta no escribe sobre las cosas, /sino sobre el nombre de las cosas”, dice Peri Rossi. En superficie, las cosas más triviales de lo cotidiano – una ropa, una fruta, una playstation - devienen pasajes a otra cosa, y la cosa es nada menos que el amor perdido o encontrado. Con ironía, mordaz, lo expresa: “¿De modo que estoy haciendo una cura de desintoxicación/ amorosa/ para pasarme de los orgasmos/ a los somníferos? / ¿Qué civilización estamos construyendo?” En síntesis, se trata “sólo de amor/ es decir, de lo efímero, eso que el arte siempre excluye”.

En los mismos días en que, a los ochenta, enferma, a Peri Rossi se la premiaba con el Cervantes, me encontré con Anne Dufourmantelle y su “Potencia de la dulzura”, sentimiento que no implica edulcoración. “De la animalidad, la dulzura guarda el secreto. Un fundamental y paradójico salvajismo tan ajeno a toda forma de domesticación como la infancia. Tan cerca de la animalidad como para confundirse a veces con ella, la dulzura se experimenta hasta el punto de hacer posible la hipótesis de un instinto que le sería propio. Sería el sesgo de una pulsión de dulzura primera, de compasión, incluso de bondad. Un instinto lo más cerca posible del ser, que no estaría sólo afectado a la conservación de sí, sino también a la relación”. Conviene tener cautela cuando se habla de dulzura, afirma esta psicoanalista que no reparaba en filosofar sobre las emociones con una prosa por momentos de tono poético, muerta hace unos años, a los cincuenta y tres, cuando se arrojó a un mar tormentoso para rescatar dos chicos arrastrados por el oleaje. 

“La dulzura hace vender”, desconfía Dufourmantelle señalando su empleo malversado por el neoliberalismo. “Sirve como “pretexto para ennoblecer objetos de consumo, que con ella se califique al detergente, a las golosinas y hasta al consejo en la empresa, no tiene nada de asombroso”. Es que, de este modo “la dulzura será el nombre por el cual se efectuará la violencia. Hemos entrado por refracción técnica en la era de las renegaciones y los vuelcos totales. Ahora bien, creo que la dulzura resiste a la perversión. Del mismo modo que, antes y después de ella, la locura, pero la locura renuncia al comercio con el mundo llamado real. La dulzura, no”.

Como una lectura trae a la otra, indagando el hecho poético como acto erótico en sentido pleno, me acordé de un mínimo texto de Raymond Carver: “Meditación sobre una idea de Santa Teresa”. Tiene que ver tanto con Peri Rossi como con Dufourmantelle. La idea es esta: “Las palabras llevan a las acciones. Preparan el alma, la alistan y mueven a la ternura”. Además, advierte Carver, “ternura no es una palabra que se escuche mucho en nuestros días. Piensen en esto: ¿cuándo fue la última vez que usaron la palabra o que la oyeron decir? Se ha vuelto tan escasa como esa otra palabra: alma”. Después Carver reclama: “Préstenle atención al espíritu de las palabras, de sus actos. Ésa es una preparación suficiente. Y no más palabras”.