Pablo Boffelli es un virtuoso. Cuando despliega sus líneas descubre mundos. Tal vez no sepa qué esconden sus trazos, pero lo intuye. Y hacia allí parte. Por eso, qué felicidad abrir sus libros, en donde las páginas se reconfiguran mientras se suceden. Y lo que es mejor, las novedades son dos: Siesta (Aguinaldo Editorial) y Penales (Nimia/Galería Editorial). Siesta ofrece experimentación gráfica, detalles aumentados (el dibujo dentro del dibujo) y transformaciones visuales (la página que esconde la página); y Penales reúne, con un encantador formato cuadrado, el trabajo que Feli Punch (tal su seudónimo) diera a conocer –con páginas nuevas– en El Eslabón, a partir de la repetición futbolera de un tiro penal.

“A Siesta lo empecé hace dos años, no había un guion, y tuvo que ver con divertirme, sin la necesidad de armar una historia sino dejándome llevar por el dibujo. A veces, por el trabajo y otras cuestiones, uno no encuentra el tiempo para hacer algo personal. Y ése fue el propósito. Tratar de hacer 80 páginas, una detrás de la otra, pero sin guion. No lo estaba haciendo para nadie, sino para mí. Me dejé llevar por la forma entre una y otra página. Un círculo en una página me llevaba a transformarlo en otra cosa en la siguiente, como un proceso de algo que se está haciendo y a medida que se hace deja tras de sí estas páginas”, explica el dibujante a Rosario/12.

“No lo hice pensando en un lector, sino para entenderlo yo. Hasta que apareció una editorial, preguntándome si tenía algo y yo ofrecí estas páginas. Tuve que comenzar a trabajar con alguien que me ayudara, porque se me estaba yendo de las manos y era una cosa tal vez descontrolada. A Siesta no hay que leerla desde el sentido o el significado sino desde el dibujo”, continúa.

-Hay, de hecho, una sensación de duermevela a lo largo de las páginas.

-Yo comencé con esta idea de alguien que se dormía y le pasaban cosas. Cuando uno trabaja solo, la siesta es parte de ese trabajo, pero no hablo de acostarse en una cama durante una hora, sino de sentarse en un sillón unos quince minutos. Te despertás y tal vez aparece una idea. Ésa fue mi primera idea y fueron ésas las páginas que presenté a la editorial. Como es una temática medio de ensueño se desdibuja un poco el límite con lo real, y fue José Sainz quien me ayudó para que no resultara tan delirante. A partir de esa primera mitad medio descontrolada, hicimos que el personaje se detuviera y comenzamos a trabajar.

-Seguramente coincida con el momento cuando el personaje cambia su cabeza por la de un gato.

-Decidimos ir por ahí, con el personaje cabeza de gato. Tratamos de frenar el vértigo para que tuviera una vida más convencional, donde debe trabajar, comer, presentarse a entrevistas, etc.

-Hay páginas que llevan a preguntar cuál de las dos estuvo primero, porque pueden leerse hacia adelante pero también hacia atrás.

-Nunca tuve una historia y no sé si me interesa realmente contar algo determinado. Me gusta mucho dibujar, siento que a veces necesito decir cosas y el dibujo me ayuda a saber qué es lo que quiero decir. Como esas cosas que se van armando y desarmando, con personajes que desaparecen y reaparecen. Es raro, porque supuestamente es una historieta pero lo que más me interesa es el dibujo, es una contradicción. Siempre me consideré dibujante y quiero ver hasta dónde puede llegar el dibujo, cuáles son las distintas técnicas, plataformas e interfaces, donde se puede utilizar el dibujo para transmitir un mensaje. Yo hago muralismos, pinto, dibujo cosas chiquitas, hago humor gráfico, y la historieta para mí era un desafío, y quise ver cómo plegar mi lenguaje sin traicionar mi esencia ni agregar viñetas con diálogos. José me ayudó para que esto funcionara y hubiera una narrativa.

-Pienso en las páginas finales, nocturnas, muy bellas, como si la razón del libro hubiese sido descubrir esas últimas imágenes.

-Nunca hubiera podido diseñar esas páginas sin el desarrollo previo, por eso siento que cada página está en el lugar exacto y contextualizada. Es como un proceso de dibujo, de su evolución. Nunca dibujé páginas como esas, con tanta tinta china, pero la historia me las pidió, con ese dramatismo del atardecer y de la ciudad apagándose. Como un día en la vida de alguien.

-Quienes leen El Eslabón habrán leído tus “Penales”.

-Otro experimento gráfico: ver hasta dónde se puede llevar una situación al ridículo. Y no agoté las posibilidades. En El Eslabón hice una tira todas las semanas durante cuatro años y dentro de ese proceso apareció esta situación del penal, jugando con el arquero, y me pareció muy divertida. Terminé armando una serie y también hice unos fanzines. En una charla alguien me dijo que le recordaba a la presentación de Los Simpson, con la familia sentada en el sillón frente al televisor, y no me había dado cuenta. El penal, así como el sillón en Los Simpson, funciona como un contenedor, una estructura, en donde se pueden desarrollar ideas absurdas, y donde la repetición termina por dar coherencia. A José (Sainz) se le ocurrió la idea de reunir todo en un libro, y para esta edición sumé alrededor de 20 penales más.