Gran problema: me preguntan quién soy. Voy a tratar de contarlo brevemente. 
Soy Adriana, la hija de unos padres semianalfabetos que apostaron siempre a la educación pública a cargo del Estado. La hija de Don García, el calesitero. Soy la más chica, la que si hacía un lío, seguro era sin querer.  Soy la esposa de Antonio desde hace más de 40 años, la madre, la suegra, la abuela. La que teje, la que pinta, la que trabaja el barro, cuida un jardín y una huerta, y también escribe.

Soy, junto a mi hermana, primera generación de universitarios: profesorado en ciencias de la educación, después licenciatura, investigación educativa, maestría en escritura y alfabetización y, recientemente, diplomatura en política y sistema educativo con enfoque de género.

Soy la que dedicó su vida entera a la educación de niños, jóvenes y docentes. Soy la que desempeñó varios cargos docentes en el nivel primario, pero también en nivel superior y universitario. La que militó políticamente y en su sindicato. La que buscó caminos y también comió sapos. 
Soy la que, junto a su compañero, siempre buscó alternativas de información, descubriendo y leyendo Página/12 desde que salió… La que pasó antes por La voz, El periodista, La Humor R, y hasta El cabildo, para tener claro que debíamos estar enfrente.
De Página/12, disfruto mucho Sociedad, leer a M. Wainfeld, a Luis Bruchstein. Las columnas de Zaiat, al que le entiendo todo cuando me explica economía. Reflexiono con Psicología, Las12. Me divertía con Sátira 12, con No. Ayudé a defender de manos inescrupulosas algunas versiones de Clara de noche…

En este devenir virtual, que parece no tener fin, comencé a leer Página/12 en al Facebook o en su sitio, porque no salí a comprar ni dejé entrar ningún elemento que no fuera imprescindible, pero me pareció irrespetuoso “leer de arriba” y, con la crisis amarilla y el papel que ya sabemos quién lo tiene, tuve miedo de perderlos. Y me uní como socia, como una forma de decirles ¡Ey! ¡Aquí estoy! ¡Los sigo leyendo!

Después apareció el Club de escritura y, como el tránsito por una enfermedad que me permitió seguir en la tierra (por ahora) me dejó de recuerdo el placer de las letras ordenadas en ideas que desconocía tener: ¡pues allá fui! ¡Me uní al Club y lo bien que hice!
Participé de pocos encuentros virtuales: el de M. Wainfeld y el de Zaiat. ¡Sin desperdicio! Pandemia y todo, mi vida está siempre mezclada con algún laburo o emprendimiento.
También que sigan con ofertas virtuales, que nos permite sumarnos a los distantes por kilómetros o por edad y salud, como yo, que soy de La Matanza y no es tanto el recorrido a capital, pero me cuesta hacerlo.
¡Y sigan siendo Página/12! ¡Y sigan destapando cabezas con esas tapas que sintetizan la vida política y social del país! Y sigan, nomás, que atrás los seguimos nosotres en una fila interminable de gente que quiere develar lo que nos quieren hacer creer.