-¡La puta madre! -grita al viento el repartidor de soda que vive en mi misma cuadra.

-Igualmente -le contesto yo, que vengo de atrás con una bolsa de carbón. ¿Qué te pasa que hablás solo?

-Nada, nada…- mueve la cabeza como un boxeador grogui. 

“Me llegaron más cuentas.” Las extiende como quien capitula. “Tomá, hacete cargo vos o dejámelas en la puerta”, dice con la dulzura herida y argenta que reconocemos entre iguales.

-Y qué se le va a hacer…- me retumba desde dentro de la caja. 

-Pero pegué un premio…- suspira y ya no lo escucho. 

Quiniela. Habrá acertado dos mangos, pobrecito. 

Identifico el logo de Cultura, abro el sobre mientras él está ocupado en verificar que su motor no explote. Hay una comunicación altiva y victoriosa, como el Canto a la Bandera. “Ganador de un concurso literario, y a su nombre”, me digo. 

Y no lo puedo creer. Su postura de homínido, sus dientes faltantes no lo ameritan como escritor. Además, nunca hablamos de libros, y en el barrio el único tipo conocido soy yo. Es un concurso sobre literatura infantil y si bien los críos no son santo de mi devoción el premio era suculento. Me inscribí en el mismo concurso. Guardo el sobre en el bolsillo trasero. 

-Puras cuentas, che, qué cagada, bueno, cómo estamos todos. Acá te dejo el muerto sobre el capot.

-Ah, nunca te pregunté: ¿a vos te gusta leer o escribir? 

-Eso es para ustedes, los intelectuales. Lo último que leí fue Locuras de Isidoro, la que escribe es mi hija, la Mini. Es chiquita pero como es menor manda esos cositos a concursos con mi nombre, pobrecita, no le digo nada, pero esos están todos arreglados.

-Sí, es un curro para justificar los impuestos. Bueno te dejo, che, me voy a preparar el fuego.

Me mira asomado con su morro sucio de aceite por sobre el capot.

-Vos sí que zafás comiendo asado, ¿eh? ¡Invitá un día che, llevamos algo con la familia, a la canasta! Aunque a vos con lo famoso que sos te deben sobrar las invitaciones, ¿eh? 

-Bah, no me la creo, dale, alguna noche de estos nos juntamos. 

Y pego la vuelta hasta mi chalet. Tengo en mi bolsillo el Poder: la comunicación es breve pero anoticia que el ganador es Elbio Siforzatta, el gordo sodero. Con esa pinta de nada. Yo tengo la percha y la fama de escritor, no él. Doscientas lucas de premio. Voy hasta la compu para adulterarlo todo. Agrego adelante el No. Y el “esperemos siga participando, gracias. Atte”. Luego meto el papel en el sobre, lo pego, lo plancho y voy hasta donde está el Sr. Oso aún en el capot. 

Tiro en el umbral la carta fraguada. Pregunto por el capullo, la Mini, la Niña Fabulosa.

-Está adentro, como siempre, escribiendo. El comedor parece pertenecer a otra casa, no a la amurallada y gris de la entrada, sino a una secular, como el ala misteriosa de un castillo. Las persianas están bajas y La Niña Fabulosa está sentadita en la mesa del comedor con una lámpara que le vela la cara y le otorga un resplandor amarillo. En las vitrinas hay colección de miniaturas. Libros de dibujos japoneses, un peto de madera, fotos de samuráis en sus cazas Zero. 

–Hola, quería conocerte. Parece que escribís mucho. Levanta la vista de su cuaderno Gloria y me sonríe apenas. 

–Sí, me gusta. ¿Y usted? 

-¿Yo qué? -le contesto distraído, porque estoy atento al lugar como si de una puerta en cualquier momento fuera a aparecer un dragón. 

-Digo que usted también escribe… profesionalmente digo. 

-Ah, eso… sí, hago lo que puedo. 

-Su historia de gorilas que escribió un domingo en el diario no me gustó- me arroja sin anestesia. 

Me siento frente a ella y la interrogo fijo a los ojos.

-Ah ¿y por qué, corazón? 

Se lleva la birome a los labios, se alisa el pelo, medita. 

-Porque era muy pelotuda. Esa idea de poner a los monos grandes como personas es una pavada. No se juega con eso, con esas ideas. Además, debería ser más cortés con las damas. 

La interrumpo con ganas de levantar la voz. 

-¿Ah sí? ¿Por qué? ¿Si es que podes decirme? 

–Sí, le puedo decir: me la leyó mi papá y a mí me dio como asco, no sé bien por qué usted las maltrata. Y él se enojó mucho también… es muy ofensiva y además está muy mal escrita. Usted debe trabajar más tranquilo.

Hay un sacudón dentro de mí. Pienso en el acto de haber fraguado el resultado del concurso y me felicito. Estas pibitas se creen que lo saben todo. Se levanta. 

-¿Quiere Fanta? 

-No, no tomo eso. 

-Eh, ¿está enojado? No lo tome a mal, es una conversación de una chica que no sabe nada… y hablando de saber, ¿sabe una cosa?: hoy me llamaron por teléfono y le mandaron a mi papi un correo dándole la noticia de que gané un concurso de cuentos infantiles. ¡Es un montón de plata! 

-Te felicito, le digo con la voz ronca. 

Entra el monstruo con las manos engrasadas mostrándole el sobre que dejé con los datos adulterados. 

-Che Mini, acá dicen que no ganaste, sin embargo te mandaron la noticia del premio hoy a tu correo y también al celu, no? 

Me mira. 

–Vos viste el sobre, sabés que ella ganó, ¿no? 

Está más alto y recio. Me mide como si supiera algo. Parece un gorila a punto de saltar, pero borro enseguida la figura por miedo a que me adivine el pensamiento. 

-Sí, sí, me acabo de enterar. ¡Felicitaciones! -repito con un hilo de voz. 

Ella abraza al papá. 

-Mi viejo no sabe nada pero me aconseja. 

-Sí, -se sonríe la Bestia-. Le aconsejo que no escriba estupideces como las suyas, la de los gorilas por ejemplo…- largando una risotada. Leí también los comentarios, más impropios todavía. Son capaces de armarle unas causas judiciales ahora que están de moda. Usted está para otra cosa pero a veces la pifia. 

Me pone las manotas en los hombros con los garfios sucios. 

–A ustedes los escritores habría que cagarlos bien a piñas; se creen mejores que nosotros. No se enoje, ¿eh?- Me da un empujón que le parece amigable. Así se relacionan. -Es una crítica constructiva, usted es un maestro que se equivocó simplemente, le pasa a todos los famosos, ¡Si hasta Maradona erró penales!

Me voy tropezando y saludo a ambos simulando un llamado en mi celular. Hablo con nadie y hago señas de que es importante y que me voy afuera.

-Vaya, vaya, vuelva cuando quiera. ¡Y nos debe un asado, eh!

Ya en la vereda escucho la voz de la Niña Fabulosa que me grita. 

-¡Y no escriba más sobre animalitos, sea bueno! ¡Que de lo contrario Dios lo va a castigar y sus lectores lo van a odiar para toda la vida!

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