Desde Villa Gesell

Lo que el 18 de enero de 2020 ocurrió frente al boliche Le Brique --el asesinato a golpes y patadas de Fernando Báez Sosa a manos de una patota de rugbiers-- marcó en Villa Gesell un antes y un después. “Venías antes y era estar todo el día en pedo con tus amigos. Se juntaron dos cosas: lo de Fernando y la covid para que la ciudad cambiara”, resume Sofía Zevrnja, de 18 años, en una tarde muy ventosa en la playa. Es impactante la cantidad de policías presentes en las puertas de los boliches y en las calles y playas del centro. Tras una temporada golpeada por la pandemia --la de 2021--, la ciudad balnearia recupera su ritmo veraniego aunque con un cambio de perfil: mucho más familiar, algo especialmente extraño para el mes de enero.

Fuerte presencia policial, la huella del crimen de Fernando

La presencia policial es notoria día y noche. Los efectivos de la Bonaerense circulan a pie, en cuatriciclos, motos, autos, camionetas. Sofía y sus amigos --son un grupo mixto de más de 20 personas, recién egresadas del colegio; llegaron desde Quilmes-- dieron “toda una vuelta” para estar cerca del mar con una heladerita que contenía bebidas alcohólicas. Fue “al pedo”: terminaron tomando mate con pepas. Por decreto municipal la Policía revisa las pertenencias de los adolescentes en el ingreso a la playa y también supervisa lo que sucede sobre la arena. De todos modos, está a la vista que el operativo no es infalible: a pocos metros de Sofía hay un grupito de chicas con la camiseta de Laferrere que consiguió pasar un fernet. “Me revisaron la mochila pero tapé la bebida con la ropa”, confiesa la más pícara, Florencia (24). A otras de sus amigas no las revisaron.

Todes detectan la incoherencia de que, lejos del centro, no haya el mismo control. “Te la hacen rebuscada como para decir 'metete entre 24 arbustos y pasá'”, grafica Sofía. Siquiera se permite bajar a la playa con parlantes. Algunos uniformados les explican a los pibes que están haciendo estos controles para cuidarlos a causa del asesinato de Fernando. A Sofía se lo dijeron en dos circunstancias: en el ingreso a la playa y en la vía pública, donde está prohibido circular tomando alcohol. “Los entendemos y también estamos de ese lado. Jodamos... pero que sea medido. Es lo que ellos piden y no es ilógico. No está bueno venir de vacaciones y que pase algo como lo que pasó. No vamos a estar llevándoles la contra a toda costa. Quizás, sí, sea un poco exagerado: terminás más pendiente de los policías que de disfrutar." 

El secretario de Seguridad del municipio, Mauricio Andersen, reconoce en diálogo con Página/12 que la falla a nivel estatal aquella madrugada de 2020 fue la falta de efectivos en la calle. Esto que está sucediendo ahora --900 policías desplegados por toda la ciudad-- es una respuesta a esa falencia que costó la vida de un joven. “En 2020 había pocos policías, y justo hubo otro incidente en ese lugar. Corrieron y dejaron libre la parte de enfrente de Le Brique. A partir del año pasado, si bien fue atípico por la pandemia, ya hubo la cantidad exacta, perfecta”, dice el funcionario.

Los lugareños aseguran que esta respuesta llegó ni bien sucedió el crimen. Una nueva garita instalada en la esquina del lugar del hecho, en las alturas de la calle Buenos Aires, es un signo del cambio de paradigma. La sensación no deja de ser triste, como todo lo que rodea a lo que le pasó a Fernando. “Justo cuando a Fer lo agarran no había policías. Después sí. ¿Tenés que esperar a que pase algo así?”, se pregunta Mariana Areco, una joven de 22 años que aquella madrugada estaba atendiendo en el bar Jet Set, en la 3. Un amigo que trabajaba en la recolección de residuos le avisó que había "revuelo". Corrió. Fernando ya estaba en el piso, ensangrentado, inconsciente. Le hacían RCP, un policía y una chica. A Mariana la persigue el trauma de sentir que no llegó a tiempo

La sociedad de Gesell quedó muy dañada y dolida”, advierte Silvana Perhauc, de Justicia por Fernando-Villa Gesell. Tiene un temor. Es la única que lo pone sobre la mesa: “Queremos que se cuide a los jóvenes. Pero así como la seguridad vino tampoco tiene que tener autoridad para pegar”. Recuerda viejos tiempos en los que eso era habitual. La agrupación se conformó a raíz del caso de Báez Sosa pero también lucha por el esclarecimiento de otros hechos, como el homicidio de Joaquín Piñeiro, ocurrido en 1999. "Sus asesinos están libres en la ciudad, y si hubiera habido seguridad también se habría podido evitar", arriesga Silvana. Joaquín fue torturado por un grupo y ahogado con arena. Su mamá se acercó el año pasado al acto por el primer aniversario de la muerte de Fernando.

"Fernando puede ser cualquiera de nosotros"

“Creo que después de lo de Fernando se generó en los jóvenes cierto miedo”, analiza Sofía. El resto de les chiques consultades coincide: no abundan las peleas este verano en la noche gesellina. “Vos estás con tu grupo, yo con el mío, y todo bien. Si queremos joder entre todos, bueno. Pero buena onda. Se perdió el querer hacer bardo entre grupos”, concluye la adolescente. Hasta ahora se conoció mediáticamente un único enfrentamiento en Avenida Circunvalación y Paseo 104 en la madrugada del 25 de diciembre. "No está establecido que haya comenzado en la confitería bailable", asegura Andersen, en alusión a Pueblo Límite.

A los jóvenes turistas se los ve atravesados emocionalmente por el crimen de Báez Sosa que, se sabe, no fue consecuencia de una pelea. De hecho, muchos acompañan a los papás de la víctima en un acto a propósito de los dos años. “Fernando puede ser cualquiera de nosotros. Vino a disfrutar y terminó muerto”, decían Mauro (18) e Iván (17), dos chicos de Villa Fiorito, en ese contexto, y otros repetían la misma idea. Algunos hasta lloraban al escuchar el desgarrador discurso de Graciela Sosa. 

“Es impactante estar acá y saber lo que pasó hace dos años. Más viendo noticias del fin de semana en Buenos Aires, el caos de los boliches y la juventud. Pienso continuamente en mi hijo y le decía que el día de mañana cuando le toque ir a boliches no se meta en discordias”, expresaba Darío di Franco, papá de un chico de 12 años. Se refería, claro, al caso de Braian Cuitiño, de 22 años, asesinado de una golpiza en Pilar. Conversar con los hijos sobre los peligros y los cuidados de la noche es una actitud compartida por muchos padres este enero en Gesell. "Que pasara lo de Braian con pocos días de diferencia (respecto del aniversario) es algo que no podemos entender", sentencia Silvana Perhauc.

Télam

La noche en Gesell

En 2021, por la pandemia, los boliches no abrieron. Le Brique continúa cerrado. “No quisieron abrir. (Sus dueños) tienen que presentar la documentación para habilitarlo pero no lo hicieron”, cuenta el secretario de Seguridad. Es fácil suponer que el motivo por el que no abren es el estigma social que pesa sobre el lugar: en las conversaciones callejeras prevalece esta lectura. Por las noches, la afluencia juvenil se reparte, entonces, entre los bares y dos discotecas: la gigantesca Pueblo Límite, en la entrada de la ciudad, con capacidad para 4800 personas, y Dixit, ubicada en el centro, cuyos dueños “parece” que son socios de los de Le Brique --la textual es de Andersen--. Al día de hoy no se sabe a ciencia cierta quiénes son los propietarios de la discoteca de la que sacaron a Fernando y a los rugbiers.

Esta noche en Pueblo hay show de L-Gante, y a eso de las 2 de la mañana la pista principal está muy concurrida. Además de los policías que rodean el complejo --está Infantería también, con 15 efectivos--, se puede ver otra de las medidas implementadas por la Municipalidad tras el caso de Fernando. En la entrada del boliche tres pantallas indican el número de personas que hay en el lugar, las que entraron y las que salieron. Esto se les exige a los propietarios. A su vez, el Estado controla los datos con personal que se ubica en la puerta y emplea un cuentaganado digital.

Por fuera de eso, hay un elemento sustancial que hasta ahora no ha cambiado formalmente, y es llamativo que así sea a dos años del crimen: el protocolo que rige dentro de las discotecas. “Los chicos de Le Brique hicieron las cosas bien. Sacaron a un grupo por un lado, a otro por el otro. Fernando se fue a tomar un helado con la novia, los rugbiers pasaron a los 10 minutos y lo vieron ahí. No había policía en la puerta. Nosotros trabajamos adentro con la seguridad. De la vereda para afuera no dejo salir a nadie, porque si cualquier patovica le pega a uno afuera tengo problemas”, dice a este diario Pablo Martín, gerente de Pueblo Límite.

Al respecto, Andersen informa que el Ejecutivo presentó al Concejo Deliberante un proyecto para modificar el procedimiento de las discotecas en caso de pelea. De ser aprobado tendrían que sacar a una de las partes a la calle mientras la otra permanece adentro, protegida en algún lugar por un lapso de 45 minutos, para dar tiempo a la policía de resolver la situación afuera. De acuerdo al funcionario, esto se conversó con los propietarios y se estableció, por ahora, "de palabra". “No se trata de sacar a las dos partes a la calle y tirarle el problema a la policía: se trata de solucionarlo”, sentencia. Añade que cuando cierran los locales ahora se arma un corredor policial con la intención de "acompañar" a los jóvenes, y tener "intervención directa" para "desarticular" cualquier conflicto que surja.

La mayoría de los chicos consultados valora positivamente la presencia policial aunque considera un "exceso" ciertas exigencias, como el hecho de no poder ingresar con parlantes a la playa. "¡Nunca vi tantos policías! Son más heavies, están con boina, son más milicos", describe Juan Cruz antes de entrar a Pueblo. Se refiere a los miembros de la Unidad Táctica de Operaciones Inmediatas (UTOI), que lucen uniforme camuflado. "Creo que tomaron buenas medidas después de lo que pasó. Es un poco jodido porque a los jóvenes les gusta la joda. El no poder pasar escabio a la playa contrarresta mucho el porcentaje de violencia, porque uno cuando está borracho es un poco más sin filtro", analiza Cristian. Unas chicas de 18 años aseguran: "Desde que pasó lo de Fernando nos cuidamos más. Estamos más atentas". 

En la vecina localidad de Pinamar, varios turistas jóvenes manifiestan que prefieren veranear allí para evitar problemas. Quienes viven y trabajan en Gesell advierten que este viene siendo un enero muy extraño, pues se desdibujó el marcado perfil juvenil que históricamente tuvo la ciudad. La sociedad gesellina presenta una grieta, que queda graficada en la actitud de los comerciantes: hay quienes no quieren saber nada con el asesinato, evidentemente para que el lugar no quede asociado a él. "Todo lo que se tenía que decir ya se dijo hace dos años", dice, por ejemplo, la kiosquera que atiende en diagonal al punto de la golpiza. Otros vendedores, por el contrario, saben que lo que pasó no se puede negar ni tapar.  Exhiben en vidrieras y paredes de los locales el cartel que exige "justicia", con la foto de un Fernando sonriente. "Y no es sólo ahora por la temporada", aclara Antonella, empleada de un bazar en la 3.

¿Cómo impacta el coronavirus en la vida nocturna?

Dentro del boliche es como si el coronavirus no existiera. No hay ningún tipo de restricción, siquiera la del aforo, que se establece de acuerdo a las directivas de Bomberos con el fin de garantizar seguridad: una persona por metro cuadrado. En la puerta de Pueblo, Tiago (18), estudiante de Economía, de Avellaneda, dice: "Venimos de Pinamar y allá no piden el pase sanitario. Pero mejor. Al pedo que lo pidan. Tranquilamente le podés sacar una foto al de un amigo, trucharlo, y listo. Si alguno no se quiere vacunar no se vacuna y listo... ¿Por qué tiene que ser obligatorio?". Sus amigos aclaran, al unísono: "¡Igual estamos todos vacunados!" 

El personal del boliche grita "documentos en mano" mientras los adolescentes van avanzando en la fila. También los cachean. Varios van con el celular en la mano y muestran la captura de pantalla del certificado de vacunación, independientemente de que se los soliciten o no. "No lo piden", aseguran ellos.

"Está muy dividido el tema de los cuidados en los jóvenes. Una parte es un poquito más consciente. Otros capaz tienen síntomas, se toman un Ibupirac y salen igual por no perderse la joda", cuenta Marina, quien como sus amigas tiene 18 años. Vienen de pasar unos días en Valeria del Mar. Son de Devoto. Primeras vacaciones solas. Se colocan el barbijo para hacer la nota por "respeto" a la cronista. También lo usaron en el micro camino a esta ciudad. "En este contexto te relajás un poco más que estando con tu familia, tus abuelos o tus papás. Porque son todos grupos de amigos que vienen solos. Si inevitablemente te contagiás, es a vos, y de última saliste con tus amigas", explica Victoria. Malena recuerda el comienzo de la pandemia. Estuvo muy aislada porque sus familiares tienen factores de riesgo. "Ahora están vacunados y empecé a salir. A los adolescentes nos afectó muchísimo el no socializar", destaca.

Malena, Marina y Victoria sienten que perdieron parte de "los mejores años" de sus vidas por la pandemia. Por eso es que las ganas de salir a disfrutar están potenciadas. Antes de alejarse para entrar al boliche, Victoria confiesa: "Tengo un poco de miedo". Es que las ganas se mezclan con la memoria de lo que le sucedió a Fernando.