Desde Villa Gesell

Frente al boliche Le Brique, desde un pequeño escenario ubicado a la derecha del punto exacto donde hace dos años mataron a su único hijo, Fernando Báez Sosa, Graciela Sosa da un discurso que estremece. Antes habló su marido, Silvino Báez. Jóvenes y adultos, en su mayoría turistas, lloran, se secan las lágrimas. Abrazada por el abogado Fernando Burlando, Graciela había estado temblando durante todo el acto interreligioso en reclamo de justicia y de perpetua para los ocho rugbiers asesinos. Ya sin el micrófono, alza las manos al cielo y expresa, desconsolada: "¿Por qué me pasó esto? Lo hubiera defendido como una leona. Fernando sos mi vida, mi amor". Al bajar del escenario se desmaya y una ambulancia la traslada al hospital Arturo Illia. Al cierre de esta edición la estaban atendiendo por una lipotimia; estaba mejor, cerca de tener el alta.

"Te quiero abrazar y que me digas que me amás como yo te decía." Eso dice también Graciela antes de descompensarse. Al lado suyo está el árbol devenido altar en el que los turistas hacen ofrendas para Fernando y que fue reacondicionado para su llegada y la de su marido. Viajaron para estar por primera vez en este lugar; en algún momento dijeron que era para juntar fuerzas para el juicio que se inicia en enero de 2023. 

Le Brique, que no abrió esta temporada --"por lo de Fernando", se oye en una conversación callejera--, está empapelada de carteles que piden justicia, con la cara de la víctima, incluyendo la puerta por la que los patovicas la sacaron. Detrás del escenario cuelgan banderas con fotos. Algunas personas sostienen cartulinas con el mismo reclamo. Muchos, el cartel que también se ve en algunos negocios. Por momentos llueve. Hay quienes se refugian debajo de sus paraguas, los techos de la discoteca o de los comercios cercanos. La avenida 3, entre el paseo 102 y Buenos Aires, está cortada al tránsito. También la siguiente cuadra. Hay policías bonaerenses y  una ambulancia. Los presentes gritan "perpetua", "asesinos", "justicia", "fuerza".

Foto: Télam.


El discurso de los papás de Fernando

Para los papás de Fernando "fue difícil llegar a este lugar". Llegaron a Gesell el domingo en un micro de larga distancia y se hospedaron en la casa de los padres de un amigo del colegio primario de Fernando. "Me costó muchísimo decidirme a venir. Cuando fui a comprar el boleto se me salieron unas lágrimas porque recordaba el momento en que le compré a Fernando su boleto de viaje (para venir a Gesell)", recuerda Graciela. Cuando empezó a cargar el bolso, de hecho, pensó en dar "marcha atrás".

Evoca también el momento en que la llamaron para decirle que "Fer" había tenido "un accidente" y se puso a preparar las valijas. Luego le dijeron que había muerto "en una riña". "Muchas veces me pregunto por qué sigo adelante. No encuentro la palabra para definir lo que ha pasado. Aprenderemos a convivir con el dolor y seguir nuestra vida como podamos. Tal vez encuentre un poco de calma el día en que vea enjuiciados a los asesinos de mi hijo", manifiesta. También cuenta que ni ella ni Silvino conocían el mar. Cuando este lunes estuvieron en la playa, escribieron en la arena "Justicia x Fer" y se sacaron una foto. "Fernando nos decía que era un lugar hermoso, donde había mucha paz."

El discurso de Silvino fue mucho más breve: "Fernando era un chico excelente. Le gustaba venir a Gesell a ver el mar. Lastimosamente se le cruzaron un par de asesinos en su camino. No puedo creer que ocho, diez tipos de su edad, asesinos... Eran chicos de su misma edad que podían salir a divertirse, pasarla lindo. Pero decidieron sacarle la vida a mi hijo. El único que teníamos".

Un fuerte aplauso los había recibido a ambos pocos minutos después de las 19. La fe atraviesa el acontecimiento: por decisión de los papás de Fernando, antes de que ellos tomen la palabra, referentes de distintas religiones --católica, anglicana, judaísmo, musulmana, mormona-- hablan y ofrecen citas y oraciones. El lema es "Amor para todos, odio para nadie". El conductor del encuentro es Juan Pablo Rolón, amigo de la familia. Además, son oradores Silvia, ahijada de Silvino, y el titular de la ONG 18 de Diciembre por el Migrante, Diego Laterza.

Graciela y Silvino se dirigieron al sitio en el que mataron a su hijo en la madrugada del martes, a la hora en que el crimen ocurrió. Encendieron una vela; rezaron un rosario. Alrededor de las 13.30 volvieron a ir, y hubo un pequeño ritual alrededor del altar.


Quiénes fueron al acto

El acto transcurre en una Gesell que muestra bastante movimiento, tras una temporada, la de 2021, golpeada fuertemente por la pandemia. La ciudad viró ahora hacia un perfil más familiero. A les jóvenes les llama la atención la cantidad de policías que se ven en las calles: es, parece, la huella que dejó el caso de Fernando.

Mariana Areco, una chica que trabaja de cajera en una carnicería y que por momentos atiende en el bar Jet Set, en la 3, en la esquina del homicidio, dice que empezaron a verse muchos uniformados ni bien ocurrió el crimen. "Tarde", sentencia. Ella estaba en el bar aquella madrugada de 2020. Tenía 20 años. Un amigo le avisó que había "revuelo". Corrió. Fernando estaba en el piso, inconsciente. Le quedó la triste sensación de no haber llegado a tiempo. Había "pocos policías" para tantos chicos en el boliche. Mariana es una de las gesellinas que va al acto este martes. 

"Nos enteramos en el noticiero hace unos años y ahora justo en esta fecha vinimos de vacaciones para acá", cuentan Mauro e Iván, dos adolescentes de Villa Fiorito, Lomas de Zamora, que andando en bicicleta por el lugar se topan con la ceremonia. "Vino a disfrutar y terminó muerto. Nos puede pasar a nosotros también. No se puede salir porque no sabés si volvés." Además de muchos jóvenes se ven familias completas. "Es impactante estar acá y saber lo que pasó hace dos años, más viendo noticias que pasaron este fin de semana en Buenos Aires, casos de boliches, juventud. Tengo un hijo de 12 años, pienso continuamente en él y ayer le decía que no se meta el día de mañana cuando le toque ir a los boliches en discordias, que trate de evitar todo eso", dice Darío di Franco, de Quilmes.

Está presente Patricia Nasutti, la mamá de Ursula Bahillo, que es amiga de Graciela: "Me trajo el dolor de perder a tu único hijo, en nuestro caso, nuestra única hija. El dolor de esperar una fecha, una sentencia".  “Sentía la necesidad de estar acá, de acompañar a los papás de Fernando. Se me había hecho imposible antes poder estar. Me siento un poco acompañada por Lucas también”, expresa Cinthia López, mamá de Lucas González, sentada en una mesa del restaurante Cúrcuma, donde otrora funcionaba el kiosco en el que Fernando compró un helado antes de que lo mataran. Cinthia no tiene relación con Graciela, igualmente quiere "abrazarla" por sentir "el mismo dolor".

Los familiares de Paraguay de Fernando no pudieron asisitir por la pandemia. En diálogo telefónico con Página/12, su tío, Inocencio Sosa, dice: "Fernando tuvo una vida corta pero marcó historia. Era muy querido tanto por los amigos de la Argentina como de Paraguay. Las veces que venía era muy festejado, esperado por la familia y los vecinos. Cuando venía generaba recibimiento y le hacíamos la despedida, la fiesta. Pedimos perpetua".

Un episodio empaña la jornada en el centro: en un micro habían llegado, desde Buenos Aires, familiares de víctimas de gatillo fácil, siniestros viales y otras causas, integrantes de dos agrupaciones: La Matanza Duele y Familiares de Víctimas Activos en la Lucha. Habían colocado sus banderas en Le Brique, luego en el restaurante en alquiler La Jirafa Azul, y finalmente en una valla que la organización Justicia por Fernando-Villa Gesell les pide para proteger el escenario. Hay una discusión, gritos, funcionarios de la Secretaría de Seguridad intentan mediar, y finalmente las agrupaciones se retiran. 

Y hay otro conflicto con la vendedora de un local de ropa que está al lado del restaurante Cúrcuma. Desde la organización cuentan que no les permitió colgar una bandera. "Parece que este fuera el único lugar del país donde pasa algo así. Es el único caso que la prensa sigue", había dicho la mujer a esta cronista el lunes. Alrededor del árbol, las organizadoras y personas que habían llegado desde Buenos Aires, comprometidas con la causa, repartían folletos e invitaban a la ceremonia. El respaldo unánime que entre los turistas se percibía no se reflejaba entre los comerciantes. "Todo lo que se tenía que decir ya se dijo hace dos años", sentenciaba la vendedora del kiosco ubicado en diagonal al episodio.

El acto de este martes grafica muy claramente que no todo lo que se tenía que decir se dijo hace dos años. Podría haber sido una tarde cualquiera. Una tarde más en la que los turistas se predisponen a descansar y a divertirse en una ciudad que ofrece eso. Este llanto colectivo es necesario, especialmente para Silvino y Graciela, pero no sólo para ellos.