Si se busca en Internet "Ramiro García, poeta", casi todo lo que aparece es que fue uno de los emprendedores gastronómicos que en 2020 rescataron de la crisis pandémica al rosarino bar Blanco, el original fundado hace cien años, y lo rebautizaron "Tradicional". Por la poesía, hay que llamarlo y preguntarle. Nació en 1972 en Rosario y se graduó en 1998 en Ciencias Económicas. Esto lo sitúa "en la trinchera" del Tradicional, frontman de cuatro arquitectos cuyos puestos están "en el diseño y la cocina, que no es poca cosa". 

Hace once años, Ramiro García fue coautor con Tomás Boasso de uno de los libros de poesía más fundantes, más intensos, más influyentes y menos comprendidos (quien esto escribe integra la breve lista de lectores desconcertados de entonces) de la poesía argentina en lo que va de este siglo. El hit del verano pasó la década y la anunciaba. Su tono ácido prefigura la desintegración que habitamos; su ritmo sincopado y hip hop, su voz rapeada, anunciaban ya la velocidad bailable de la movida slam de poesía que se vendría, como un trap avant la lettre. Ramiro García siguió escribiendo y produjo, poco después de la edición del libro, una ráfaga de versos certeros como flashes contra la oscuridad. Los reunió en lo que hoy es el cuaderno negro, publicado junto al cuaderno celeste a manera de (como anuncia la solapa) "libro doble solista" de una poesía con mucho de música y que también acusa la influencia de la ya obsoleta nueva televisión.  

Cuenta además Ramiro que en un viaje a Brasil realizado hace tres años compró ("en un puesto del Russi Russi") un cuaderno celeste. Es el único materialmente existente de los cinco "cuadernos" que menciona (habría también uno amarillo, uno rojo y uno verde) al comienzo de El cuaderno celeste/ El cuaderno negro, su segundo libro publicado. Salió de imprenta a fines de 2021 por Perfeito Ediciones, la cooperativa editorial surgida del taller de Boasso, por donde pasó García, y que integran ambos con ocho colegas poetas, quienes ya publicaron allí además sus libros Vainilla y coco, de Emilia Pérez; Fósforo, de Diego Margutti; Tiras de muestra, de Mariana Terrile (fotógrafa y autora de la foto que ilustra esta nota); Un país de noche, de Roberto Vince; Partes del tropezón, de Beco Pignocco, y tienen en preparación libros de Lisandro Nowak y Tomás Boasso; seguirán Cecilia de Michele y Leonela Julieta Guajardo Marcos. Diez autores/as que se reparten las tareas prácticas de la edición y se reúnen semanalmente, en forma remota o presencial según los altibajos sanitarios, para dar forma a cada libro, todos con un bello diseño a cargo de Lucas Collosa. Las ventas online son en https://perfeitoediciones.empretienda.com.ar/

El cuaderno celeste configura una suerte de diario poético. Sus personajes se nombran a partir de letras. En la intimidad de la familia, M es la pareja; B, el hijo, y A, la hija. Los momentos compartidos dejan su huella en "el cuaderno celeste", que se personifica. Es el cuaderno quien escribe, como un personaje más, casi un alter ego del poeta, quien entre instantánea e instantánea apunta sus reflexiones: "Todo lo que vuela sabe cómo caer"; "Un edificio crece como un árbol de acero y se llena de otras vidas". Los demás personajes del cuaderno son los tres maestros literarios de Ramiro García, designados con una letra precedida de un epíteto. "El profe M" remite a Marcelo Scalona, a cuyo taller asistió el autor. "El sensei D" alude al poeta Daniel Durand, en cuya Escuela de Poesía se formaba García por la época en que co-escribía El hit del verano con Boasso, a quien se refiere como "mi hermano T". "Por la fábrica de mi hermano T pasamos todes/  obsesivos del género y degenerados/ verseros polimorfos y demás fetichistas del verso/ los que escribimos poemas en los tíckets del súper/ las que hacen de la lista del súper un poema/ los que envasan sus versos al vacío/ y gritan al viento de la terraza/ eologismos apenas audibles sobre el motor del 131/ crípticos travestidos de rima acomplejada/ objetivistas sin objetivos, vanguardistas sin pretexto. / Les que escriben con e, gente rebelde de la web que bebe té/ los que pedimos luz para el poema al contestador de la EPE/ los que claman orondo/ "¡Oh, lírica del alma mía, has fenecido!", enumera García en un retrato generacional cuya cadencia trae ecos del Aullido beatnik (una de las inspiraciones de Fer Callero, autor del barbarismo que da nombre al sello).

Y desde la otra tapa del libro, con el emblema de la mariposa invertido y transformado en calavera chorreante, El cuaderno negro lanza tanto contra la contemporaneidad de su escritura como contra la de su lectura un rítmico grito post-apocalíptico, a veces un puñado de aforismos a lo Fabián Casas, deconstruyendo humorísticamente un axioma de Karl Marx con la experta precisión salvaje de un cantante de rock que se desgañita sin desafinar: "La religión es el opio de los zombis/ el celu es la merca de los zombis/ Netflix es el Valium de los zombis/ la revolución es el porro de los zombis/ el porno es el Viagra de los zombis/ los pueblos votamos demasiado puestos", dice el poema "Politoxia". 

Los zombis de la serie Walking Dead (aquella que prometía, entre otras, una TV superior al cine, poco antes de la macdonaldización de la nueva industria televisiva del streaming) reescriben la liturgia católica en el breve poema de ese título ("El que come de mi carne/ o bebe de mi sangre/ será/ zombi") y profetizan la nueva humanidad alienada en "Hay zombis", una parodia seria del emblemático poema "Cadáveres", de Néstor Perlongher. 

Sigue un experimento neovanguardista de poesía visual que dibuja una flor que es a la vez una calavera, o viceversa. En un poema-manifiesto esperanzado, "Matemáticamente hablando", se insinúa la posibilidad de una masa crítica que ponga fin a la idiotez de las masas del planeta Tierra. Pasó una década, y la tinta está fresca. 

Una serie de poemas, eco de la épica sucia urbana de la revista18 whiskys, narra en un lenguaje reo las noches de una tribu travesti/trans en la zona roja de Plaza Libertad: Tirana, Maquieira, La Ñusca, la Marilyn, la Milonga, la Gilda, la Petitera. En el centro del álbum, "Jardines de Marosa" evoca el universo de la poeta uruguaya Marosa Di Giorgio. Un lado es negro, incisivo, satírico. En el celeste, aflora la ternura: "Te escribo este poema/ porque no puedo/ cargarte en brazos para despertarte". Ambos son uno.