Si hubiese equidad en la repartición de las riquezas no habría política, como no la hay en los absolutismos acaparadores de privilegios. Hay política cuando la gente sin derechos se rebela, cuando hay desacuerdo. La política existe cuando el orden natural de la dominación es interrumpido por la institución de una parte de quienes no tienen parte. El poder que se ejerce entre seres libres es político, en cambio, el que se ejerce desde la coacción es dominio.

Cuando leía estos conceptos de Jacques Rancière levanté los ojos, vi nubes. Una enorme hegemonizaba mi perspectiva. Otra chiquita la enfrentaba. Los ribetes de la grande devinieron perfil humano, se abrió una boca amenazante. La pequeña se condensaba y, aunque perdía el dominio de la situación, también desafiaba, pero la grande avanzó, avanzó y finalmente la devoró.

Se me antojó una ilustración de lo que estaba leyendo. Donde se anula el equilibrio entre las pérdidas y las ganancias comienza la política, antes que las fuerzas dominantes devoren a las dominadas. Si no hay política, el Estado en lugar de estar al servicio de la población pasa a ser instrumento al servicio del capital. El “libre mercado” establece emporios que, al dejar sin trabajo ni derechos a quienes no tienen parte, enajena la libertad ajena, curiosamente en nombre de la libertad individual.

La política aparece en el preciso momento en que el desequilibrio se torna insoportable y “los que no tienen parte” o sus representantes reclaman justicia. Hay política porque existe un cómputo erróneo en las partes del todo, un desacuerdo. A partir de estos conceptos se puede afirmar que la mujer es un desacuerdo histórico. Nada menos que Aristóteles la declaró inepta e ineficiente. “El macho es por naturaleza superior y la hembra inferior, uno gobierna y la otra es gobernada; este principio de necesidad se extiende a toda la humanidad”, dice en su Política. Y en La constitución de Atenas, se refiere “a las partes” de la comunidad. Quienes forman parte -los ciudadanos varones- son iguales y libres, mientras el resto conforman un conglomerado impropio que “no tienen parte en nada”. Esta es una de las fuentes utilizadas por Rancière para su análisis crítico de la política.

Se tiende a creer que los que no tienen parte son pobres, y es cierto pero no excluyente, hay que agregar a la mujer y a todas las personas ninguneadas por el sistema. Al desentenderse de las necesidades de los que no tienen parte, se anula la política. Ya no se trata de los asuntos de la polis, de intereses de la comunidad en su conjunto, sino de gobernar a favor de los ricos, de algo tan impolítico como gobernar mediante las fuerzas armadas o la justicia comprada. Sobrevivencia del más fuerte y punto.

La vigencia del pensamiento reaccionario reverdece en la “política” nihilista de los neoliberales y sus satélites. El ex ministro de trabajo de Eugenia Vidal quisiera tener organizaciones de tortura y exterminio para aniquilar a una parte de los que él considera que no debieran tener parte. La ministra de educación porteña en lugar de alentar la integración al sistema educativo de quienes abandonan el colegio, anuncia a priori que son irrecuperables y les acusa de delincuentes. Actitudes similares a la de sus pares ideológicos con los submarinistas desaparecidos. Para el nihilismo político las víctimas pasan a engrosar las filas de quienes no tienen parte.

Les liberales póstumos sueñan una sociedad con privilegiados de un lado y descartables del otro. Montan una especie de Ara San Juan de la educación (Soledad Acuña), y de Ara San Juan de los gremios (Marcelo Villegas). Reclaman abandono de estudiantes y desaparición de trabajadores así como su mentor “político” -que jibarizó al Estado- reclamaba un cohete a la luna para deshacerse de los periodistas no circunflejos o tomaba deuda para beneficiar(se) a la banca internacional y que la pague el pueblo (ese que niega).

Los liberales tardíos nombran a personajes antieducación en cargos educativos “logrando así sus logros”, despolitizan el Estado y promueven la enseñanza privada. Enarbolan la libertad (vacía de contenido) que regiría las leyes de la sociedad y el mercado. La falacia está en que mientras las mercancías requieren igualdad matemática para su intercambio, la conflictividad social exige igualdad geométrica para acercarse al bienestar general. Pero la derecha no quiere equivalencias.

“Hay que acostumbrarse a vivir en la incertidumbre y disfrutarla”, “venimos por una nueva campaña del desierto”, “se cae en la educación pública”, “que muera quien tiene que morir”. Frases para los anales de lo impolítico, una especie de enciclopedia china borgeana del reino de la libertad individual, además de chiquilladas simiescas, como poner animales en lugar de héroes en los billetes. Desde sectores afines nos regalan simulacros siniestros, como el incendio de instituciones brindado por libertarios flamígeros.

Otro disparate nihilista: dejar sin presupuesto al gobierno perjudicando, a la vez, a sus propios gobernadores. Victoria pírrica, pues les abre la puerta a los decretos, un acto democrático paradójicamente antipolítico, un estado de excepción. Pirro, cuando venció mientras su ejército moría entre las patas de sus propios elefantes, dijo: “otra victoria como esta y regreso solo a casa”.

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Buenos Aires, 1911, empadronamiento de “los ciudadanos mayores, residentes, comerciantes y profesionales que pagan impuestos”. Ante la ausencia de prohibición por sexo, Julieta Lanteri solicitó empadronarse. Se lo negaron. Acudió a la justicia y le dieron la razón. “Ningún habitante está privado de lo que ley no prohíbe y la mujer goza en principio de los mismos derechos políticos que el ciudadano varón", fue la sentencia que la convirtió en la primera mujer que votó en la Argentina y en Suramérica. También compitió como candidata política azuzando la lucha de las que no tienen parte. Julieta fundó el Partido Feminista Nacional y cofundó la Asociación Universitaria Argentina. Fue médica (profesión vedada a su género) y activista por el derecho al divorcio y a la educación de las mujeres. “Mis actos son una afirmación de mi independencia que no me somete a falsas cadenas de esclavitud moral e intelectual, y una afirmación de mi sexo, del que estoy orgullosa y por el que quiero luchar”.