“La memoria entraña cierto acto de redención. Lo que se recuerda ha sido salvado de la nada. Lo que se olvida ha quedado abandonado. Si un ojo sobrenatural ve todos los acontecimientos de forma instantánea, fuera del tiempo, la distinción entre recordar y olvidar se transforma en un juicio, en una interpretación de la justicia, según la cual la aprobación se aproxima a ser recordado, el castigo, ser olvidado”, afirma John Berger, y agrega que es posible que la fotografía sea la profecía de una memoria social y política todavía por alcanzar. Una memoria así acogería cualquier imagen del pasado y así “se trascendería la distinción entre los usos privados y públicos de la fotografía. Y existiría la familia humana” Esto último está presente en lo más esencial del fotógrafo Alberto Haylli. “En 2019 vino a casa Christian Rémoli, que llevaba adelante el Proyecto Haylli, de parte de Herminia Haylli, la hija del fotógrafo y amiga desde siempre, para contarme de un libro que querían editar en Junín sobre Alberto Haylli. La idea me pareció maravillosa, necesaria, un acto de justicia con el inmenso talento de ese fotógrafo y cronista extraordinario que fue Alberto “el Gordo” Haylli”, dice la escritora Sylvia Iparraguirre, editora general y curadora de las fotografías que integran el volumen. 

“Sabía que Herminia había guardado todo el material de su padre: cámaras, latas de negativos y fílmico durante años. En ese mismo momento, llamé a Ana Mosqueda, amiga y editora general de editorial Ampersand, que estaba en Madrid. No hubo necesidad de espera: Ana se entusiasmó mirando sólo las fotos minúsculas en el celular. En esos días, Herminia me pasó el enorme archivo de las casi ochenta mil fotos escaneadas de su padre. Sabíamos que era un libro de producción muy cara y que debíamos tener patrocinadores. Viajé a Junín. Fui a la UNNOBA y hablé con el rector, Guillermo Tamarit; tomé un café con Mario Meoni, en aquel momento en el directorio de Banco Provincia. Para el apoyo al mural-homenaje del Proyecto Haylli, hablé con el intendente Pablo Petrecca. Para romper el hielo, empezaba la conversación con la famosa frase del padrino: Te voy a hacer una propuesta que no vas a poder rechazar. Y, de hecho, no pudieron ni quisieron rechazarla, ya que se trataba de un libro que iba a honrar el talento impresionante de un fotógrafo de quien ellos mismos tenían fotos de infancia o de familia. Todos accedieron. Mi enorme agradecimiento a Herminia y Mario Haylli, los hijos del fotógrafo por su desinteresado apoyo incondicional. Después bajó el telón; era diciembre de 2019. En cuarentena, el libro comenzó un camino de infinitos vaivenes de toda índole. Mario ya no estaba en el Provincia, era ministro de transporte, por ejemplo. Pero mantuvo inamovible su compromiso y, al fin, logramos editarlo dos años después gracias a la paciencia infinita de Victoria Britos y Diego Erlan, de Ampersand. Y de Ana y su apoyo. Estamos orgullosos de este hermoso libro de arte. En cuanto a mí, elegí las décadas del blanco y negro: el 30, 40 y 50, a mi criterio las más artesanales de su producción. El mayor desafío que me propuso el libro fue la tarea de elegir entre los ochenta mil negativos que componen parte del acervo Haylli. Cada fotografía que elegía, dejaba de lado treinta que podían reemplazarla”.

ASADO MULTITUDINARIO EN EL CAMPO, ALREDEDOR DE 1939

Alberto Haylli nació en Buchardo, un pequeño pueblo de la provincia de Córdoba, el 31 de julio de 1911. Cuando tenía cinco años, sus padres decidieron trasladarse a vivir a Junín y compraron una casa en el barrio Pueblo Nuevo, llamado así porque había comenzado a formarse del otro lado de las vías cuando el paso del ferrocarril. Hay una anécdota que relata su hija, Herminia Haylli, a modo de prólogo en el libro, en la que refiere que su padre tenía nueve años la primera vez que sacó una fotografía a un tren proveniente de Buenos Aires. La cámara la había conseguido un amigo del barrio. 

PLAZA 25 DE MAYO EN LA NIEBLA, 1958

¿Qué te llevó en lo personal a trabajar sobre Haylli?

-Conocí a Alberto Haylli, lo vi y lo traté en innumerables ocasiones, pero como todo juninense no fui consciente en aquel momento, de su enorme, omnipresente, talento que en Junín se tomaba, en general y salvo excepciones, como un oficio más entre los múltiples oficios de la ciudad. Como cualquier juninense de mi generación, Haylli estuvo en mi vida y en la de mis padres y todavía antes. Alguna vez dije: “No sé cómo lo hizo, pero estamos todos”, con lo que quise significar una gran foto de la extensa familia juninense que atravesara el tiempo. Mi bisabuelo llegó a Junín en 1878, cuando apenas era una aldea; décadas más tarde, en 1945, una de sus nietas, mi madre, entraba en el Estudio Fotográfico de Haylli a hacerse un retrato para regalar a su novio, según el uso de la época; después, la foto de casamiento de mis padres es de Haylli. Mis tíos eran fanáticos de Eusebio Marcilla, corredor juninense de TC: la foto del corredor que tenían enmarcada era de Haylli. Mi hermana y yo, en nuestras promociones del colegio secundario, fuimos fotografiadas por él e íbamos a mirar la vidriera de su Estudio para vernos en alguna fiesta o en un picnic de la primavera. Y esto continuó en la generación siguiente. Este párrafo podría referirlo cualquier juninense. Porque de esto se trata, de que todos, sin distinciones de ningún tipo, en algún u otro momento de nuestras vidas, hasta principios de la década del 90, ya que Haylli muere en 1994, estamos en sus fotos. Me llevaron, entonces: su extraordinario talento de fotógrafo que se anticipa en décadas a los más renombrados y que cualquiera que mire sus fotos percibe, aunque no sepa de fotografía; su constancia inaudita para registrar Junín a lo largo del tiempo; y, sobre todo, la relación simbiótica que estableció con la ciudad y sus habitantes, relación que fue de amor mutuo. Haylli amaba a la gente, era de alma un fotógrafo callejero, se mezclaba en cada acontecimiento, estaba en todas partes. Sentí entonces que quería descifrar esa relación simbiótica del fotógrafo con la ciudad y sus habitantes, vínculo que presenta una contracara paradójica: tan familiar para todos y, a la vez, tan ampliamente desconocido, ya que Haylli fue un hombre profundamente reservado en cuanto a su profesión, casi hermético. Junín, a su vez, lo sostuvo, en una relación de amor mutuo. 

CHICOS JUNINENSES EN UN LOCAL DE LA CALLE SAENZ PEÑA, 1948

¿Qué proponen estas fotografías?

-Las fotos hablan por sí mismas. No quise armar secuencias, ni cronológicas ni temáticas. Imagino que, para quien hojea el libro, esa visión intempestiva de cambio, de una cosa a otra, de un retrato al salto de un arquero, sigue un poco el impulso del ojo y de la mano del fotógrafo en sus recorridas. Un universo de imágenes que muestra, sobre todo, esa relación evidente de la que te hablaba. Se ve, además, lo que está fuera de encuadre: se ve la época. Haylli fue testigo constante de la vida juninense; voy más allá y digo testigo de la vida argentina ya que Junín prefigura una muestra detallada del país y su gente. Pero de manera muy personal, siento que el conjunto de estas fotos trasciende hacia algo más vasto. No hay frivolidad: hay registro de festividades, alegrías o penas, comprensivas del vivir humano. Me arriesgo a pensar que, cualquiera que las mire, en cualquier lugar del mundo, podrá reconocer ese pasado y esos gestos. Finalmente, este libro es un modo de dar a conocer al público en general parte del trabajo de este cronista excepcional. Es nuestro homenaje a su talento de fotógrafo, de camarógrafo y de reportero gráfico, alguien que legó a su ciudad el tributo de sus sesenta años de fotógrafo.