Gerardo Rozín fue, esencialmente, un tipo inquieto. Por naturaleza y por opción. No había en su cabeza nada “naturalizado”. Tampoco nada de lo que sucedía en el mundo que lo rodeaba le era indiferente. Su curiosidad patológica lo convirtió en un rara avis mediático, universo en el que fue periodista gráfico, luego productor televisivo, más tarde columnista y desde hace años conductor de radio y TV. Desprejuiciado, construyó una carrera en la que atravesó distintos roles y diferentes géneros. Fue un militante de la entrevista, categoría periodística en la que con eficacia lograba desconcertar a los entrevistados con la “pregunta animal” o crear climas de intimidad en el que los invitados se olvidaban de las cámaras para confesar sus más celosos secretos. Rozín, que murió este viernes a los 51 años como consecuencia de una enfermedad que nunca quiso que se hiciera pública, fue un gran preguntador.

Rosarino de nacimiento, porteño por necesidad laboral, fue un periodista y productor de raza. Dos facetas que convivieron en su cabeza con armonía, potenciándose. Como simple productor, conductor o empresario televisivo a través de Córner (su empresa audiovisual), supo conjugar su compromiso periodístico y social entendiendo que formaba parte de un mercado audiovisual que debe entretener. Pragmático, siempre estuvo dispuesto a intentar correr los límites de lo establecido, sin por eso romper con la lógica que impone la pantalla chica. “Como hombre de TV primero me interesa el producto. Pero si hablamos del periodismo me interesa la honestidad profesional”, sintetizó a este diario.

Su recorrido comenzó muy joven, casi sin proponérselo. Recién había entrado a la secundaria cuando, junto a un compañero, se le ocurrió armar una lista de personas desaparecidas y publicarla en una revista del colegio a la que bautizaron La gallina prolija, “porque el director se acomodaba los huevos todo el tiempo”. Esa lista, que luego fue tomada por la Conadep para incorporarla al Nunca más, fue el primer contacto “periodístico” que encaró con cierta seriedad. El ingreso al mercado laboral fue años más tarde, cuando en el tercer año de la secundaria ingresó a trabajar a Canal 3 de Rosario ordenando dibujitos en un programa infantil. Por ese entonces, también tuvo su primer contacto con el éter en una radio "trucha" de su ciudad.

En su vida fue todo tan prematuro que a los 15 años debutó como productor. Fue en una miniserie de Hugo Moser, con Guillermo Francella y Carlín Calvo. Allí aprendió rápido y por accidente la función. “Entendí de qué se trataba ser productor -contó- el día que arruiné el final de la miniserie de Moser. Era una escena de acción al borde del río, un tipo desde arriba del barco se agachaba y sacaba una bolsa de guita que se había buscado durante toda la miniserie, estaba abajo del agua. Se ensayó el barco que venía, el auto que corría, y al grabar, hay un boludo que está haciendo fuerza, la bolsa no bajaba, y Moser, re-caliente, abre la bolsa y la habían llenado con madera: “¿Quién fue el pelotudo que armó un botín con una bolsa de madera?”. Todos empezaron a mirar y estaba el nene de 15 años que levantó la mano. Me cagaron a pedos”.

Un joven Rozín con apenas 19 años se enteró que Página/12 había lanzado Rosario/12 y fue en busca de su sueño, sin conocer a nadie pero con dos artículos. En esa redacción le dieron la bienvenida. “Es un lugar extraordinario donde aprendí mucho. Un diario en el que me dio orgullo trabajar con compañeros que me enseñaron un montón. Fue la posibilidad de escribir y cumplir un objetivo. El sueño más grande que tenía era trabajar en blanco en un diario, yo quería eso. Mientras lo soñaba existía solo La Capital, después apareció Rosario/12 y me abrió un mundo. Fue el crecimiento profesional más grande. Pasar de ser un pibe que estudia a trabajar en un diario importante con periodistas brillantes”, reconoció.

Con la ambición de vivir de la escritura, abandonó Rosario para ir a Buenos Aires, donde trabajó unos años en La Prensa. Se fue metiendo en la producción televisiva, medio que lo apasionaba al tiempo que no se avergonzaba de considerarse un “teleadicto”. Amaba la TV, al punto de nunca pensarla como una máquina de hacer chorizos sino como una tarea a la que le dedicaba un cuidado artesanal detrás de cámara. Pese a que siempre buscó mejorarla (“en vez de chorear ideas, pensemos cómo hacerla distinto”, solía decir), no asumió nunca una pose intelectual. La reivindicaba cada vez que la pensaba y que la hacía, frente a la cámara o detrás de ella. Y rechazaba a quienes osaban escribirle su certificado de defunción ante el auge de las plataformas.

Su gran salto a la popularidad lo dio en Sábado bus, el ciclo conducido por Nicolás Repetto donde se encargaba de la producción periodística. En ese ciclo de entrevista colectiva se destacó rol que ni él habría imaginado: al frente de las cámaras, en una suerte de representante del público, escudándose en hacer "la pregunta que se hacía la gente en la calle". "No encontramos ninguna cara linda para poner y a Nico se le ocurrió que lo hiciera yo, total, para lindo ya estaba él", bromeaba el periodista, que nunca ocultó su agradecimiento a Repetto.

En el siglo XXI, Rozín hizo de la entrevista televisa un género en el que se fue especializando en distintos programas. Condujo La pregunta animal, luego Esta noche en C5N donde se dedicaba a la literatura y más tarde en Telefe Gracias por venir. Sin ostentar conocimiento, más bien fingiendo una falsa ignorancia, Rozín se preparaba estudiando durante días a cada invitado. “Yo soy un militante de la entrevista televisiva”, reconoció a Página/12.

“Generalmente -explicaba su método- los periodistas piensan la entrevista televisiva como si fuese para un medio gráfico o como si fuese una más. Y yo creo que eso es un error. En mi caso siempre supe que tenía que planificar la entrevista no en función del género, sino más bien como un programa televisivo. Ya sea encajando dentro de otro programa, como haciendo un programa de entrevistas, como fue La pregunta animal o Esta noche. En La pregunta animal busqué siempre la confesión, por ejemplo. El objetivo es hacer llegar la curiosidad periodística al género televisivo. La entrevista televisiva debe tener una complicidad mayor a la de cualquier otro medio, porque la tele tiene sus propios códigos y creo que importa tanto lo oral como lo gestual, lo que el televidente ve”.

Aunque tuvo varios programas de radio, la pantalla chica fue su obsesión. Fue gerente de programación de Azul TV (ahora El Nueve) con poco más de 30 años. En su carrera también cuenta con haber sido el columnista “progre” de Hora clave, intercambiando firmemente puntos de vista con Mariano Grondona. En el canal también coqueteó con el late night al frente de Medianoche de un día agitado, aunque por razones propias y por cierta impostura del star system argentino no pudo convertirse en un frontman al estilo David Letterman. En 2008, tuvo un breve y convulsionado paso por Tres poderes, ciclo de América que condujo en su segunda temporada junto a Reynaldo Sietecase y Maximiliano Montenegro, y que fue levantado luego de una entrevista en que los conductores le preguntaron a Francisco De Narváez -accionista de la emisora y candidato a diputado por Unión Pro- por las acusaciones por enriquecimiento ilícito. 

Su último gran olfato fue La peña de morfi, el ciclo que condujo hasta el año pasado en Telefe. Allí, supo combinar combinar la gastronomía y la música en vivo con un programa omnibus que desde hace años acompaña a la familia los domingos. La Peña… se instaló como una propuesta musical atípica, en el que músicos de todos los géneros y de diferentes escalas de popularidad tocan en vivo para mostrar algo más que su talento artístico. 

“Si queremos -señaló ante este cronista- mejorar la tele, hay que hablar menos y hacer más. Lo que no creo es que la TV abierta muera. La llegada de lo nuevo le hace perder poder a lo viejo. Como todo lo que acumula poder, cuando ve que empieza a perderlo siente que se muere. La TV no se va a morir, va a tener menos poder. Antes la tele estornudaba y la gente creía que llovía; ahora la gente ve a un tipo que estornuda. Los canales abiertos no van a tener nunca más el poder que tenían. Hay otras posibilidades, gente que ve Netflix, gente en Internet... No creo que todo lo que pierda poder, muera, pero para el poderoso es un dolor de cabeza”. 

Periodista estudioso, productor laborioso y conductor sencillo, Rozín fue una figura extraña que siempre tenía algo interesante para decir o para preguntar. El público, los colegas y la tele que tanto amaba, lo van a extrañar.