Que Cristina haya mencionado por primera vez la posibilidad de su candidatura significa un principio ordenador del escenario electoral. Pero, así como comenzaría a despejar una incertidumbre, agrega preguntas cuyas respuestas no tiene nadie. Entre ellas, cuál será su decisión final si acaso no se llega a un acuerdo de unidad. Por ahora, Florencio Randazzo insiste en dar pelea aunque sus posibilidades de vencer en las primarias puedan ser nulas. Y más que importar por qué hace eso el ex ministro, interesa cómo incidirá en el ánimo de la ex presidenta.

Ella dejó claro que, en caso de presentarse, lo será antes por “responsabilidad histórica” que por gusto personal. No hay por qué no creerle, siendo que los riesgos son muy grandes y los eventuales beneficios podrían no serlo tanto. Mirado con frialdad especulativa, desde toda posición política, lo más conveniente habría sido que en el peronismo hubiera surgido alguna figura siquiera de transición y que ella quedara resguardada hasta 2019. Al fin y al cabo, como piensa un grupo minoritario de su núcleo cercano, lo que debería plebiscitarse en agosto y octubre es el gobierno de Macri. Pero eso es un laboratorio en la arena. Con ella de candidata, el peligro es que se pondrá en primer plano pasado versus presente, entendiéndose por pasado solamente los errores de la etapa kirchnerista y, por actualidad, apenas las esperanzas de cosas mejoradas bajo una gestión que ya demostró con creces para quiénes gobierna. Sin embargo, si es por esto último rige cómo se construye subjetividad masiva y el poder, que no es sólo la caja pero que no existe sin administrarla, es del macrismo. La caja para mostrar avances de obra pública, algunos signos de reactivación no importa si más inventados que reales y el rol inmenso de los medios de comunicación principales en manos del oficialismo. Inmenso no quiere decir decisivo, como exagera Cristina al adjudicarle a la prensa adversa, al “periodismo de guerra”, un papel determinante en la derrota electoral. Los medios convencen o influyen en la medida de que tengan un clima social receptivo. Y el kirchnerismo debe hacerse cargo de que fueron sus yerros y falta de habilidad para contragolpear (al igual que sus virtudes, va de suyo), lo que habilitó la andanada feroz de la derecha. Del mismo modo y justamente como reflejo de que se sobreestimó la lealtad o confianza popular, decir que hubo una estafa de campaña suena a autoindulgencia. Está fuera de toda duda que el macrismo mintió, técnicamente, tomadas sus promesas electorales. ¿Cabía esperar algo distinto de una fuerza conservadora impiadosa? ¿Qué pasó como para que una estrecha mayoría, pero mayoría al fin, olvidara o relegara lo que implica Macri? ¿Sólo la influencia de los medios? ¿Acaso esos medios no estaban en plena ofensiva cuando Cristina obtuvo el 54 por ciento?

Las respuestas son de una complejidad mucho más vasta. En la sociedad argentina hay raíces y vigencias profundamente reaccionarias, que se empardan con otras de conciencia y lucha populares admirables y que también tuvieron acceso gubernamental y hasta de poder. Se dan ciclos de preeminencia de unas sobre otras. El actual es desfavorable para un proyecto inclusivo de las mayorías pero eso no conlleva que por carácter transitivo “la gente” lo asimile en forma automática. De lo contrario, ¿por qué se coincide respecto de una lucha electoral pareja, de que Macri conserva altos índices de imagen positiva, de que algunos vapores de reactivación –para apenas volver a índices de “la pesada herencia”– podrían bastar para que Cambiemos vuelva a ganar? O, nada más y nada menos, ¿por qué tendría que jugar la propia Cristina, si masivamente se percibiera que el cambio redundó en este desastre de retorno a los ‘90 con todas sus implicancias de explosión de endeudamiento externo? ¿O, sin ir tan “lejos”, con este presente de economía anémica, de timba financiera, de crisis sectoriales por doquier salvo en las actividades para las que gestiona un gobierno de minorías concentradas? Si las cosas fueran de percepción o concientización masiva tan sencillas, Cristina podría quedarse en su casa a esperar que todo vaya decantando naturalmente, sin importar los candidatos, ni la batalla central de la provincia de Buenos Aires, ni los carpetazos que se posarán sobre las listas opositoras, ni la inteligencia del macrismo para mostrar a Carrió como marketing moral, ni las persecuciones judiciales, ni por qué Randazzo quiere disputar la interna a toda costa (que a propósito: ¿a quién quiere ganarle el ex ministro? ¿A Macri o a Cristina?). Ella esperó porque, como en el ajedrez, la dama nunca debe moverse al comienzo a menos que el contrincante le deje el camino servido. Esperó y no pasó nada. Tiene que ir a comandar el tablero. El peronismo, salvo intentonas individuales, no pudo más que ensayar algunas movidas intrascendentes, de miradas al ombligo, de resentimientos personales, de intestino sindical, de facturas por la derrota, de ligas de intendentes y gobernadores siempre circunstanciales. Casi todos, con honrosas excepciones, se sumaron a despegarse del kirchnerismo como instancia superadora, por izquierda, del aparato peronista tradicional. Pero en su lugar no construyeron nada de nada. El destino no podía más que depararles la aceptación o confianza a quien, al margen de errores que por otra parte son naturales a cualquier liderazgo, representó y representa el punto máximo de enfrentamiento con el modelo que ganó en 2015. Lo demás es comentarismo o poesía.

Además de exhibir la impecable oratoria de siempre, que le reconocen sus enemigos más enconados, lo mejor que hizo Cristina en la entrevista del jueves fue hablar para adelante. Con sus modos, desde ya. Un problema grave de la oposición K es cotejar únicamente con los méritos de la década ganada, lo cual no fue suficiente para vencer a Macri ni para estructurar, hoy, una ilusión superadora. Dormir en los laureles y no dotar de sentido específico al “vamos a volver” es una gran contribución a la Alianza gobernante, que festeja la probable candidatura de Cristina en la seguridad de que así se seguirá. Por eso dio en el clavo al citar el desempeño activo que debe corresponderle al Congreso para frenar la ofensiva macrista. Son elecciones legislativas, después de todo. Cuando proyectó las emergencias que se imponen –laboral, alimentaria, energética, hasta farmacológica– dejó de hablar para atrás y de simplemente quejarse hacia futuro. Fue sobresaliente proponer en concreto, muy en concreto, frente a la actividad legislativa. Marcó de esa manera un camino discursivo que no es insalvable pero sí más dificultoso para la campaña oficialista, que se centrará en la mera indicación de no volver al pasado y en rechazar toda opción que espante la confianza en el país con el cuco de que las trabas espantarán las inversiones. El macrismo ya carga con una mochila en ese aspecto: la pesada herencia todavía parece darle resultado, pero las fantasías de que alcanzaba con el cambio para que el mundo de los negocios se dejase subyugar ya se agotaría.

¿Cuánto sirve que Cristina ordene el mapa porque su figura ubica a cada quien acerca de cómo plantarse? Por lo pronto, porque además no dio la palabra definitiva y porque, como dijo, nadie está dejando de dormir gracias a las internas y movidas electorales, queda algo de tiempo. Uno muy corto de arreglo de listas, hasta que dentro de menos de un mes venzan los plazos para presentarlas. Y otro que expira en agosto, cuando se realicen las primarias y lo determinante –en principio– sea la sensación térmica que brinde la economía. Nadie está en condiciones de responder si primarán las ansias de protestar o las de renovar el crédito. Hay numerosos factores que pueden influir en un sentido o en otro. Es cierto que la única oposición realmente existente es el kirchnerismo y que una candidatura de Cristina podría servir para aglutinar a los díscolos que no supieron construir otra cosa. Pero le resta demostrar en el discurso y en la acción una imagen proyectiva creíble. Y es cierto que el Gobierno se asienta en que todavía es muy pronto para que una porción sustantiva de sus votantes se enojen con lo que votaron. Pero también lo es que podrían agotarse sus versos de que lo mejor siempre está por venir. A valores de hoy, lo que parece asomar es una dispersión que no les garantizaría a ninguna de las fuerzas en pugna mostrarse como ganadora indiscutible. Sin embargo, restan maniobras y eventuales sorpresas de todo tipo.

Lo único indudable es que Cristina candidata, más allá de que son elecciones de medio término y de que cada provincia tiene sus particularidades, no dejaría lugar para los indiferentes.