Hay algo maravillosamente tentador y a la vez irrevocablemente fallido en los juegos de cartas coleccionables online. Tienen todo para funcionar y, sin embargo, para cualquiera que haya curtido los JCC “de verdad” es imposible escapar a la sensación de que les falta algo. Un algo que no es sólo el ritual de poner en folios protectores una por una las cartas del mazo diseñado con esmero antes de salir de casa. El NO exploró la cuestión con varios juegos recientes, algunos de bastante éxito en Steam o en PlayStore: Faeria, Shadowverse, Shardbound (PC) y Shadow Era (celular).

La primera sensación es que los mejor logrados gráficamente (Faeria, Shardbound) son casi wargames. “Casi” porque aunque las criaturas invocadas se mueven por un tablero y actúan como miniaturas, y todo el combo recuerda mucho a Heroclix y sus clones, el sistema de juego está a medio camino entre las cartas y las miniaturas. Es que en los wargames suelen haber tropas fijas que se ordenan en el campo de batalla apenas comenzar, sin “mazo” del cual surgen aleatoriamente, como sucede acá.

Y los que se apegan al formato “de mesa” no terminan de aprovechar el potencial estético que abre lo digital. El caso de Shadowverse es especialmente penoso porque propone una historia pero las “cinemáticas” para narrarla son figuras fijas que se deslizan por el fondo, y ya en la partida los sonidos se pueden volver mortalmente repetitivos. Igual esto no es tan grave como en Shadow Era, que también tiene versión para PC y resulta súper incómodo de jugar en la pantalla del celular. Quizás funcione mejor en una tableta, pero en pequeñito no se puede distinguir una carta de otra al momento de jugarla.

Por otro lado, todos estos son juegos que tienen un modo “solitario” bien planteado, cosa que siempre se echa en falta en los juegos de cartas en papel. El histórico Señor de los Anillos - Tierra Media tenía un modo solitario digno, pero es un caso excepcional. La contra es que se desploma la interacción social, una de las maravillas de los JCC (o TCG, por sus siglas en inglés). Aquí pasamos semanas con Faeria antes de salir al mundo de contrincantes reales. En Shadowverse ni siquiera estamos cerca de ello. Algunos de estos juegos ni siquiera tienen un sistema de intercambio de cartas con otros usuarios. Y claro, como la computadora rige todo, bien se pueden olvidar las house rules, las erratas de las cartas y el salir a buscar noventosamente los rulings oficiales a las disputas de reglas.

Todo esto tiene, sí, una ventaja: un acceso sencillo y rápido. Los modos solitarios dan mazos de iniciación y sobres (o boosters, según cómo los llamara uno como cardgamer) con generosidad. En Faeria o Shadowverse no cuesta nada ganar las campañitas iniciales con los mazos más sencillos y básicos. El chiste está en ganarle a otro jugador. De pronto el asunto es… ¡tengo 300 cartas y no puedo armar un combo mínimamente competitivo! Y hay que ver si para entonces uno se enganchó lo suficiente como para comprar expansiones o mazos más avanzados, o incluso cartas sueltas que, claro, suelen ser las legendarias. Porque la joda siempre es conseguir la figurita difícil para armar el próximo mazo ideal.