En Claromecó la vida suele ser lenta y rutinaria. El murmullo del viento y de las olas domina un ambiente cuya tranquilidad sólo desaparece en el verano, cuando los turistas buscan las bondades de su mar limpio y apenas cálido, y el descanso en el río que lleva el nombre del pueblo. Cuando los visitantes se van, entrado el otoño, los 570 km que separan a Claromecó de la Capital Federal y los 270 km de Bahía Blanca, vuelven a ser una barrera de protección para sus 3.000 habitantes que conservan la siesta, las peñas y el vermut dominguero.

Pero durante la Guerra de Malvinas, las rutinas de pueblo se vieron revolucionada. El faro de Claromecó fue sede de una ambiciosa e impensable operación de espionaje contra las fuerzas armadas británicas. Y no por parte de un grupo adiestrado ni por comandos militares: la tarea estuvo a cargo de un grupo de vecinos y un radioaficionado. 

En 1982, venciendo el vértigo y cansancio de sus 278 escalones de una empinada escalera caracol, este pequeño grupo se subió al segundo faro más alto del país –solo por detrás del Faro Recalada a Bahía Blanca- para darle un uso totalmente diferente. Si la historia de la radio en la Argentina tiene como protagonistas a los famosos “locos de la azotea”; mucho más cerca en el tiempo también hubo unos “locos del faro”. Esta es su historia extraordinaria, de película, y casi desconocida hasta ahora.

El faro de Claromecó y el sabotaje a las comunicaciones británicas

El paisaje costero y la silueta del pueblo están protegidas por un coloso de concreto: el Faro de Claromecó. Vestido de preso —con rayas negras y blancas que decoran su longitud—, hoy es un símbolo de ingenio y audacia que mira el mar argentino. Por su ubicación mirando al sur y por la cercanía al puerto de Ingeniero White y Punta Alta, la Armada Argentina construyó allí en 1922 esta señal de ayuda luminosa para los navegantes, sin saber que 60 años después sería protagonista de una pequeña epopeya más solidaria y doméstica que bélica, junto a un grupo de vecinos. El museo que está en su base no hace referencia alguna de esta historia que hasta ahora sólo decía “presente” como un prisionero del pasado.

Interior del faro de Claromecó

Durante la guerra, el pueblo se sumergió en ejercicios de apagones para evitar dar referencias a los satélites y aviones del Reino Unido. En un pueblo donde nada pasaba ni nada cambiaba, la conciencia de los riesgos que generaba el conflicto contagiaron a un vecino radioaficionado a hallar comunicaciones de ambos ejércitos en el éter.

Omar Ángel López Cabañas no era un vecino cualquiera. Miembro de una de las familias más tradicionales de la zona, tenía amplios conocimientos electromecánicos que lo transformaban en una persona buscada por la comunidad. Las radios, que manejaba con habilidad artesanal y a la vez técnica, eran el medio de comunicación más eficiente de un pueblo alejado de apenas 1500 habitantes.

Lito —así lo conocían en el pueblo—, como todo el país, no estaba ajeno a la guerra que se avecinaba. Mientras el Diario Crónica titulaba Argentinazo: ¡las Malvinas recuperadas! o La Revista Gente Estamos ganando y Vimos rendirse a los ingleses, él intentaba algo más modesto. Y menos gritón: captar las noticias del extranjero con perillas, cables y antenas.

Mientras las tapas de los medios vociferaban victoria, López Cabañas se propuso algo más modesto y eficaz

Operación Claromecó: una antena y un frasco de mayonesa

Rolando Flórez, actual encargado del Museo Regional Aníbal Paz de Claromecó, relata a Página/12: “Lito era un loco hermoso. En esa época yo tenía 20 años y era amigo de su hijo, Sergio. ¡Un día entré a su casa y vi como ajustaba una antena en el techo con un frasco de mayonesa de 5kg!”.

De a poco López Cabañas se fue involucrando cada vez más en esa búsqueda dentro de las comunicaciones, hasta que una noche de abril de 1982, rompió el manto de neblina de la incomunicación y logró captar una señal de las Fuerzas Armadas británicas. “Todos creíamos que los ingleses no iban a venir porque estaban lejos, pero en esa señal que captó se descubrió que el plan que tenían era hacer base y reabastecerse en la Isla Ascensión” (una isla británica ubicada en el Océano Atlántico entre medio de América y África).

“Este dato —continua Rolando— lo motivó a contactarse con un amigo marino que estaba en Puerto Belgrano”. Flórez concluye: “en esa casa se respiraba mucha tensión y nerviosismo. Ya no era un juego como al principio: daba miedo”.

Mientras Inglaterra dirigía sus proas rumbo a las Islas Malvinas, Omar Ángel ya lograba infiltrarse en sus comunicaciones radiales. A pesar de lo peligroso que era colocar los aparatos en el faro, un grupo de vecinos lo animaron y se ofrecieron a ayudar en el montaje de la antena y el tendido de los cables necesarios para el espionaje. El resto del pueblo, mantenía un mutismo de silencioso secreto. De pronto, ser un simple vecino de pueblo, era un acto patriótico, insospechado y comunitario.

Otros de los protagonistas de esta aventura fue Hugo Cortés – también integrante de la Comisión del Museo Regional Aníbal Paz– quien aún vive en Claromecó y compartió sus recuerdos con Pagina/12.

Lito López Cabañas en la cima del faro instalando la antena (FOTO: GENTILEZA HUGO CORTÉZ)
Carlos Bancur, ladero de Lito en la operación

“En abril todavía existían posibilidades diplomáticas pero se comentaba que la flota británica estaba decidida a atacar Malvinas. En ese momento Lito descubrió una señal oculta en una radio de Río Gallegos que era utilizada por las FF.AA inglesas para triangular las comunicaciones. Él interfirió la antena patagónica impidiendo esa triangulación”, relata el vecino, que dedica su vida alquilando canoas en Puerto Mosquito, un predio ubicado a la vera del Arroyo Claromecó.

“Yo iba todas las noches a acompañarlo y le decía que en cualquier momento los ingleses nos iban a bombardear”, recuerda Cortés.

Hugo Cortés con sus canoas en “Puerto Mosquito”. Foto Diario La Voz del Pueblo (Carolina Mulder)

Dar guerra por otros medios: la radio

Aprovechando su ubicación mirando directo a las Islas Malvinas, López Cabañas colocó en lo más alto del faro unas antenas rudimentarias. “La tarea fue riesgosa y Lito no estaba habituado a las alturas”, agrega Hugo. Fue Don Carlos Bancur, otro vecino, quien se ató las sogas a la cintura y subió a la punta del faro.

La antena del buscaba captar las señales cuando los barcos ingleses estaban lejos, pero cuando empezaron los primeros combates Lito la puso en su casa. Nos quedábamos todas las madrugadas escuchando”, cuenta el compañero de aventura.

“Yo creo que en la base General Belgrano se gastaron millones de dólares en equipos de comunicación… y desde Claromecó se logró mucho más con una antena y un frasco de mayonesa”, vuelve a enfatizar Rolando Flórez, orgulloso del prócer del pueblo. 

El éxito en estas primeras medidas radiofónicas inspiró confianza en el grupo para continuar con el trabajo. Una mañana observaron que muchas de las órdenes e instrucciones que se interceptaban en las radios de los barcos británicos se hacían con una voz femenina.

Espiando y confundiendo a Inglaterra

Hugo Cortés recuerda como si fuese hoy ese día, plasmando en su relato algunos tecnicismos que solo Omar Ángel podía saber: “cuando escuchó que una locutora hablaba desde la Isla Ascensión, Lito llamó a Susana Ferrando —una vecina que se ganaba la vida como traductora de inglés— que con su perfecto acento confundía a las Fuerzas Armadas británicas. Susana se encargaba de leer partes de guerras que el propio Cabañas escribía imitando la modalidad británica. Los partes eran idénticos y mediante su envío a la flota armaba un lío de teléfonos descompuestos”.

Esta nueva modalidad comenzó a confundir las órdenes e información que enviaban y recibían los ingleses, demorando partidas, reubicaciones y ataques a las tropas argentinas.

“Muchas señales estaban codificadas, pero con solo escuchar los ruidos él ya sabía que barco daba la orden. Era un genio”, enfatiza Cortés recordando a su amigo.

La línea directa con las FF. AA.

“Cuando Lito detectaba una información que podía ser útil, llamaba a sus contactos de Puerto Belgrano, en Punta Alta, y le pasaba todo lo que escuchaba”, sigue Cortés, protagonista y cuidador de incontables historias de Claromecó.

“Una madrugada Lito me dijo que quería poner una línea telefónica directa con las Fuerzas Armadas Argentinas para facilitar las comunicaciones”. Esto, aunque en la actualidad sea un hecho tecnológico absurdo, en 1982 era prácticamente imposible. Por la lejanía con las grandes ciudades, “para que te den un teléfono en Claromecó se tenía que morir alguien”.

Faro de Clarómeco 

El ataque al Portaaviones “Invencible”

“Cuando Lito detectaba una información que podía ser útil, llamaba a sus contactos de Puerto Belgrano, en Bahía Blanca, y le pasaba todo lo que escuchaba”, sigue Cortés, protagonista y cuidador de incontables historias de Claromecó.

“Una madrugada Lito me dijo que quería poner una línea telefónica directa con las Fuerzas Armadas Argentinas para facilitar las comunicaciones”. Esto, aunque en la actualidad sea un hecho tecnológico absurdo, en 1982 era prácticamente imposible. Por la lejanía con las grandes ciudades, “para que te den un teléfono en Claromecó se tenía que morir alguien”.

A pesar de tener todos los pronósticos en contra, a la mañana siguiente ya estaba la cuadrilla telefónica trabajando. Es que no era una simple línea, era un portal directo a las internas del enemigo y la confirmación de que Lito era un engranaje importante en la tarea de espionaje argentina.

Una de las sorpresas que tuvo el grupo comandado por Cabañas fue la detección del Portaaviones Invencible, nave insignia y centro de operaciones enemigas. La misma se encontraba al noreste de las Islas Malvinas, casi en línea recta con Claromecó, con el objetivo de quedar fuera del alcance de los aviones argentinos que despegaban desde Santa Cruz y Tierra del Fuego.

Luego del ataque argentino del 4 de mayo de 1982 al Sheffield —el buque más sofisticado y moderno de su flota— Gran Bretaña alejó a sus portaaviones de las Islas. Y el 30 de mayo sucedió algo particular que desconcertó a todos los que estaban merendando alrededor de la radio. Esa tarde no se pudo captar ninguna señal proveniente del portaaviones. Su actividad radial cesó abruptamente.

Ese día, 6 aviones argentinos —2 Super Etendart que portaban el último misil Exocet de argentina y 4 Sky Hawks A4 con bombas convencionales— se introdujeron en la flota. Los primeros 2 lanzaron el misil y se retiraron. De los 4 restantes, 2 fueron derribados y los otros 2, con sus bombas fabricadas por los propios británicos, golpearon el acero del Invencible hiriendo la flema británica.

Sólo al otro día de la detección de Cabañas, las tapas de diarios y revistas anoticiaban: ¡Le dimos! El aplastante ataque al Invencible o El Invencible fuera de combate“¡Nosotros ya lo sabíamos antes que el resto!”, alardea Hugo Cortés. El Almirante británico John Woodward, que estaba a cargo del portaaviones, negó el ataque argentino asegurando que fue otra la nave dañada. A pesar de eso, el hallazgo de las intercepciones claromequenses, los informes del radar de Malvinas y algunos testimonios ingleses —como el del Príncipe Andrés que se encontraba a bordo— no solo dan cuenta que el ataque existió, sino que además fue exitoso.

Portaaviones HMS Invincible

Final de la historia y de la guerra de Malvinas

Concluida la Guerra de Malvinas, las Fuerzas Armadas Argentinas ofrecieron un reconocimiento a Lito López Cabañas: una condecoración y el otorgamiento de un rango militar. Rechazó esta oferta pero solicitó que evaluaran la adquisición de su sistema radial de interferencias y comunicaciones. Los amigos de Lito aún creen que más que el dinero y las medallas, buscaba un reconocimiento sobre su ingenio.

Y aquí los hechos se pierden en el manto de la conjetura: según el propio López Cabañas, meses después, y ante el desinterés de las Fuerzas Armadas argentinas, altos rangos militares de Gran Bretaña se contactaron y le plantearon formalmente el interés de adquirir el artefacto que tantos problemas les generó durante el conflicto. El experto radioaficionado, invitado por quienes había espiado, viajó a Gran Bretaña: ni sus amigos más cercanos saben cuánto le pagaron, ni cuáles fueron los términos para entregar el invento, pero Lito volvió de esas otras islas sin su equipo. Siempre que le preguntaban, respondía orgullosamente que “una potencia militar se había interesado en su invento”.

Lito, Omar Ángel López Cabañas, falleció en 2013 dejando una huella en la historia de la localidad y de su faro. Carlos Ávila, Concejal en el Partido de Tres Arroyos y exdelegado Municipal de Claromecó, relata a Página/12: “Al utilizar el faro, la historia de Lito reunió todos los condimentos necesarios para que perdure en la memoria como un hecho destacado. Este año el faro cumple 100 años, lo vamos a pintar, a vestir de gala, y por supuesto, esta historia tendrá un lugar especial en los actos.”

El faro claomequense

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