Un mínimo desajuste entre la modalidad laboral home-office, la distribución de libros para prensa y los calendarios del fútbol de ascenso en la Argentina puede provocar un malentendido como este:  

El cronista vive y trabaja en Palermo, los paquetes con libros llegan a la redacción del diario en San Telmo y Excursionistas juega en el Bajo Belgrano. Pero como el voluntarismo es una fuerza más poderosa que los algoritmos con humores cambiantes del Google Maps, el itinerario más inverosímil termina con éxito a las 15.27 (el partido empieza a las 15.30) en la puerta de entrada a la cancha, en la calle José Hernández. 

La requisa policial ya había pasado por la etapa a priori más conflictiva de la tarde --el ingreso de la barra brava-- y ahora el uniformado continuaba su rutina pidiéndole a este hincha no encuadrado que abriera su mochila. En la mochila había una campera y dos paquetes con varios libros cada uno

--¿Qué es esto? --preguntó el oficial, que tenía pinta de estar aburridísimo en la antesala de un partido de la Primera C y de pronto adoptó una gestualidad de agente de brigada anti explosivos.

--Son libros. 

--No se puede entrar con libros a la cancha. 

El cronista explicó varias cosas en los tres minutos que faltaban para que empezara el partido: que era material de trabajo, que no había tenido tiempo de pasar por su casa, que...

--Es objeto contundente. 

La definición era tan pragmática que no admitía, en principio, otras interpretaciones socio-lingüísticas. En el cumplimiento de las funciones policiales las potencialidades de un libro se determinaban, al menos en ese contexto y en democracia, a partir de su peso absoluto, de la dureza de su tapa, del peligro de que se aliara con otro libro para adquirir mayor capacidad destructiva.  

Como la situación era inverosímil pero se ajustaba a una lógica irrefutable, el cronista se mimetizó con la desconfianza del policía y palpó también los paquetes. Ahí comprobó que uno de los libros era de tapa dura, demasiado dura como para sortear una requisa digna. 

Sin elementos para relativizar la peligrosidad del paquete (pasó por la cabeza chapear la condición de periodista, pero fue descartado inmediatamente, podía ser un agravante), el cronista-hincha esperó que el policía rematara didácticamente su intervención: "imaginate que si juntás los dos paquetes y se los tirás al juez de línea es más peligroso que un cascote"

--La verdad es que tenés razón. No me di cuenta. Pero no te puedo dejar los libros acá en la vereda (también habían quedado "confiscados provisoriamente" varios encendedores, un cinturón con tachas, varias latas de cerveza). Los necesito, y mirá si alguien se los lleva...

El policía miró alrededor, hizo un breve paneo escénico y dijo (cuesta interpretar que haya sido irónico, pero puede ser): "quedate tranquilo...".

Con el partido empezado y las negociaciones en punto muerto hubo una última promesa que funcionó, prácticamente, como apelación a la confianza en el género humano: el cronista-hincha juró que se ubicaría bien lejos del alambrado (dentro de lo posible en función del tamaño de la cancha), de modo que si intentaba arrojarle al juez de línea todos los libros juntos apenas llegaría a pegarse a sí mismo. "¡Pase...!", dijo el oficial. Fue una orden, significó un permiso y sonó casi como un pedido de clemencia. El policía no estaba acostumbrado a este tipo de tenacidad persuasiva y se rindió con todos los honores.   

Los paquetes fueron abiertos con avidez a los pocos minutos, aprovechando que en el campo estaban atendiendo a un jugador lesionado. Los libros, a priori, no parecían ser más interesantes que el partido. Un error ridículo del árbitro --que por suerte para él no se repitió, más bien todo lo contrario, nobleza obliga-- habilitó pensamientos horribles sobre las virtudes recién descubiertas de ese volumen de tapa dura que ya se venía destacando dentro del paquete.

El triunfo tranquilo de Excursionistas le devolvió a la acepción "objeto contundente" su sentido original relacionado con el concepto "libro": "un arma poderosa para estimular el espíritu crítico", etc, etc.

A la salida hubo una última mirada cómplice al policía para mostrarle el arsenal intacto, pero el hombre ya debía estar pensando en su merecida merienda. 

El regreso a casa, ya despojado de otras mochilas, permitió reflexionar un poco más sobre las incalculables conexiones --en este caso insospechadas-- que pueden surgir entre la cultura y el fútbol. Pero a veces las cosas son más simples de lo que parecen.