“Somos Act up París. Estamos acá para hablar sobre sida, porque el gobierno francés no les va a hablar de esto. El sida es una guerra, una guerra invisible para otros. Nuestros amigos están muriendo. No queremos morirnos. Luchamos contra todos aquellos que permiten que la epidemia mate y contra la indiferencia general”. Así hablaban a propios y ajenos los activistas de Act Up en París, cuya energía y estrategias recoge 120 latidos por minuto, el nuevo film del realizador marroquí-francés Robin Campillo, que hoy plasma en su tercera película el temor que generó entre lxs jóvenes el brutal avance de la enfermedad en los años 90, temor que se transformó en fuerza de lucha cuando él mismo se unió en 1992 a esa organización activista. Nahuel Pérez Biscayart es un talentoso actor argentino que con solo 31 años recorrió una treintena de films que pasan por la independiente y queer Glue, estrenada en 2006, en donde nos conquistó con un personaje que exploraba su sexualidad, sus dotes como cantante punk y sus raros peinados nuevos en una geografía sureña prácticamente desierta, hasta superproducciones argentinas como El aura, de Fabián Bielinsky. Fue gracias a La sangre brota, del director argentino Pablo Fendrik, que Nahuel comenzó su relación con Europa. El estreno en París provocó que el director francés quedara sorprendido ante los ojos impenetrables del joven actor, capaz de sostener una mirada inquietante al borde de lo alienígena. A partir de su trabajo en Au fond des bois, Nahuel fue moviéndose por el continente incorporando idiomas y costumbres, hasta conseguir interpretar personajes franceses con un total manejo de la lengua, mutando no solo de ropa y gesto, sino también de lugar de residencia y modismos. Así, quien en los 2000 se paseaba por los unitarios de la televisión nacional, entre Conflictos en red, Disputas y Mujeres asesinas, conquistó en muy pocos años el cine de autor internacional.

A Nahuel ahora le tocó encarnar a Sean Dalmazo, activista homosexual seropositivo, desbordado de vitalidad y uno de los principales líderes que en 1989 comenzaron con Act Up París, organización que lucha contra el sida, inspirada en la Act Up de Estados Unidos que había surgido dos años antes. Act Up París nació para alertar sobre el avance del sida pero especialmente por la falta de respuesta del Estado, la indiferencia de los políticos de turno y la especulación criminal de los laboratorios. Aún así, 120 latidos por minuto no es un film histórico, sino una ficción que apela a la experiencia personal de su director como activista de aquella organización. Robin Campillo se ha propuesto, más que una reconstrucción literal, una recuperación de la energía que había entre la gente en aquella época y los conflictos cotidianos en torno a la situación que se vivía minuto a minuto. En diálogo con Soy, Nahuel cuenta cómo construyó a Sean Dalmazo, los aspectos de su relación con Nathan, un joven que apenas llegado al grupo se siente obnubilado por él, y cómo fue protagonizar una obra que retrata una y varias épocas de lucha, en contacto con el presente de los dos países, Francia y Argentina.

Si tuvieras que decir de qué se trata 120 latidos por minuto, ¿por dónde empezás?

Lo que aprendí luego de estos días proyección en Cannes y de hablar con la gente que la vio es que es un film multicapa que tiene una complejidad muy grande. Nunca es el tema evidente el que los toca. La película cuenta los primeros años de Act Up París a comienzos de la década del 90, en la cual vemos a estos jóvenes desesperados, solos, intentando juntarse para ver cómo hacer lo que ni el Estado, ni el poder público ni los laboratorios hacen. Se reúnen, se reapropian de la política, descubren la política y generan política a través de la desesperación y de la cólera generalizada. Es un colectivo en urgencia total, corriendo a contrarreloj e intentando hacer lo que los adultos de la sociedad no están haciendo: luchar contra una enfermedad que los está matando.

¿Cómo atraviesa tu personaje todas esas capas del film?

Sean es un pibe que está muy afectado por la enfermedad pero que tiene mucha vitalidad. Es un poco quien encarna el “Cólera=Acción”, uno de los famosos eslóganes de Act Up, porque no tiene tiempo que perder. Es el que cuando los debates se van medio al carajo se para, hace un quilombo y radicaliza su discurso o pone una mirada muy precisa, muy filosa, casi como de alguien que está viendo la discusión desde afuera. Opera en toda la película desde ese mismo lugar. Cuando empieza la fase del deterioro físico sigue siendo un personaje que no se deprime, y aunque lo haga, lo que vemos es cómo la enfermedad lo despierta mucho más de lo que podría haber estado en una vida sin ella.

Es un personaje inspirado en personas reales

El director, el coguionista y el productor del film fueron militantes de Act Up. O sea que todo lo que se muestra fue vivido por uno o por otro, y todos los personajes tienen inspiración en una u otra persona de aquella época, pero el trabajo nunca se centró en imitar o reproducir a tal o cual persona de la vida real. Creo que todos los personajes que Robin eligió son personas que pueden tener más o menos afinidad con el tema, con el vih sida, pero que tienen una relación muy concreta con la militancia o con la energía y la misión de cada personaje en la película. En mi caso, el personaje siempre está muy arriba, agitando, y supongo que algo de todo eso lo traje yo como Nahuel.

¿Qué te sugería Campillo durante le rodaje?

Fue realmente un proceso de búsqueda de toda la constelación que él intentaba armar para la película. El director nos ponía en frente de potenciales colegas o compañeros, porque es una película muy colectiva. Hay algo comunitario muy fuerte, y de pareja en mi caso. Yo estoy toda la mitad de la película con otro actor. Y había que encontrar más que el actor correcto la pareja correcta.

¿Es también una película de amor?

Hay una historia de amor, si quieren llamarla así, porque es una historia bastante particular en donde hay una necesidad mutua, de acompañarse, que no es necesariamente el romance que cada uno conoce. Es una historia de amor que se ve precipitada por la muerte, y cuanto más se acerca la muerte más amor y más vida se contrapone. Es una película constantemente rodeada de muerte, pero lo que reina y prima es la vida y la unión de estos cuerpos, esa electricidad colectiva, que es la que les permite salir a la calle a pelear por lo íntimo, por lo propio y por lo colectivo.

Luz, cámara, acción directa

Además de las reuniones, manifestaciones, conferencias y escritos, Act Up Paris se dedicó a la construcción de acciones y estrategias de alto poder comunicativo, como el célebre triángulo rosa estampado en centenares de remeras con fondo negro unido a inscripciones como “Silencio = Muerte” o estrategias de intervención pública radicales para generar demostraciones con fuerte impacto mediático, organizadas en secreto por un pequeño número de sus militantes.

¿Aparecen algunas de las acciones callejeras de Act Up en la película?

Se ven bastantes y están muy buenas todas esas secuencias. Las acciones que llevaban a cabo eran muy performáticas, muy espectaculares y radicales. Podían entrar a un laboratorio que no quería revelar los resultados de un estudio y lo enchastraban de sangre falsa o gritarle rabiosamente a funcionarios que no cumplían con su trabajo. Siempre todo en el orden de lo simbólico, no eran pibes que iban a romper o a cagar a palos a alguien. La idea era utilizar los medios para llegar a la gente, y eran muy precisos en el sentido de que cada acción tiene que ser leída de manera muy fácil y para evitar pasar como una manga de locos. A veces investigaban más que los científicos y hacían auto clases para entender su propia enfermedad, porque los laboratorios no revelaban los resultados y se cagaban en la gente... Bueno, como todos los laboratorios en el mundo.

¿La espectacularidad de esos actos podría ser entendida como una suerte de artivismo?

La espectacularidad tiene que ver con que es una época en la que la televisión está muy en auge y la imagen también. Eran como guerrilleros-artistas, y todo lo que era el diseño gráfico de la asociación era muy importante. Las acciones y la manera de desarrollarlas, la febrilidad y la torpeza, porque son chicos que no tienen experiencia en el terreno de la lucha. Lo lindo de la película es que nos da acceso a eso, a comprender quiénes son estos cuerpos ahí, frágiles, intentando auto protegerse, auto salvarse, auto curarse. Están ahí intentando no solo visibilizar, sino construir algo entre ellos. El director no quería que fuera una banda de militantes experimentados super cool, con las cosas claras y con un funcionamiento jerárquico perfecto. Vemos el quilombo constantemente y la fragilidad de este grupo.

¿Cómo se trabajó la reconstrucción del espíritu de esa época en París?

La película nunca estuvo centrada e imitar o recrear una época, estuvo más ligada a poder encarnar esta electricidad que unía esos cuerpos en esa época de desesperación, de soledad y de accionar pleno. Y mismo festivo, porque es una película muy festiva también. Uno ve una juventud muy viva pero que está atravesando una situación muy injusta. Creo que es lo que le da complejidad que tiene: no es una banda de deprimidos o solo una banda de desaforados. Es todo. Desde pibes de 15 años con hemofilia a quienes sus madres les inyectaban sangre contaminada hasta gente grande en estado terminal, pasando por un pibe que se muere en 2 meses.

Alfombra rosa

El domingo 21 de mayo, en la alfombra roja de Cannes y minutos antes del estreno de 120 latidos por minuto, los seis integrantes del jurado de la Palma Queer -la sección lgbti que existe desde 2010 en el Festival- se pararon frente a las cámaras sosteniendo una serie de carteles con el triángulo rosa acompañado de inscripciones como “Chechenia”, “No más”, “Basta” o “Silencio = Muerte”, con el claro objetivo de informar y repudiar la persecución y existencia de campos de concentración para personas lgbti en Chechenia. No es la primera vez que durante el festival se realizan acciones frente a las cámaras, además de los ya clásicos abucheos y discusiones que se arman adentro y alrededor de las salas.

¿Cómo reaccionó la gente al verla?

Fue espectacular. Fue una apertura que nunca viví. Hay todo un imaginario construido en torno a Cannes, a las proyecciones, a la importancia de la premiere mundial y a la ventana y exposición que tiene esta película. Los cuerpos en las salas en general están muy atravesados por las obras que se proyectan y en este caso es una película muy física, que poca gente puede poner en palabras para contar lo que más le gustó. El público aplaudió de pie durante los créditos, 20 minutos después. Fue una ovación y veías una transformación en las caras. Algunos no pudieron venir a la fiesta posterior a la proyección porque se quedaron dos horas llorando en la vereda. Fue realmente intensa y estamos muy orgullosos de lo que hicimos.

¿En ese contexto la ficción puede adoptar también un rol activista?

Me parece un poco pretencioso pensar que el cine va a cambiar el mundo. No soy muy de ese bando. Creo que si realmente es una obra profunda hay preguntas, hay debate, hay cuestionamiento, hay cambio de posición, de paradigma, hay algo que se produce que para mí es naturalmente político, cuando escapa a lo intelectual. Después hay que ver quién ve esta película… El cine es burgués, el cine sigue siendo burgués. Pero, bueno, si algo puede aportar, bienvenido sea. Esta película cae en un muy buen momento, no sé si hubiera sido recibida así hace diez años, cuando todo eso era mucho más cercano. La estigmatización sigue existiendo, pero algo de esta negación estaba más presente antes que ahora.

¿Cómo ves estos temas hoy?

No soy un especialista como para hablar del tema. En Francia tenés acceso a todos los tratamientos para vih/sida y en ese sentido creo que hay mucha presencia del Estado, pero yo siento que falta mucha campaña de prevención. Hoy en día vivimos en este momento extraño donde parece que hay muchas conquistas y luchas logradas pero que con un cambio de gobierno todo puede irse al carajo. En el caso del matrimonio igualitario, que creían en Francia que estaba súper asumido, hay movimientos de la derecha anti-matrimonio igualitario que intentan volver todo para atrás. O sea, las voces siempre están ahí.

Hubo una pequeña intervención pública para alertar sobre los campos de concentración de Chechenia en la alfombra roja. ¿Podría considerarse que por momentos el Festival de Cannes adopta un rol político, como un espacio para denunciar ciertos tópicos?

Es más que nada un espacio de Yves Saint Laurent, de Dior, de Louis Vuitton y de todas las grandes marcas... No. Estuvo genial lo que hicieron sobre lo de Chechenia, nosotros deberíamos haber hecho lo mismo, pero estábamos con un estrés y una locura que no se nos ocurrió. Son gestos que están buenísimos que existan porque tienen visibilidad, estamos de acuerdo, pero si hay un espacio político ocurre en la fiesta más tarde o en la calle cuando hay intercambios con la gente, y en lo que la prensa piensa en torno a la película. En general no se profundiza mucho. Cannes es un espacio de glamur y de mercado.