"Preso sin nombre, celda sin número", el libro donde el periodista Jacobo Timeman, muerto el 11 de noviembre de 1999, relató las condiciones de su detención y torturas durante la última dictadura militar, se publicó en primer lugar en Estados Unidos, en 1981, apenas un año después de que las presiones internacionales forzaran su liberación. En la Argentina se lo conoció en noviembre de 1982, cuando apareció en el sello El Cid editor. De esa edición se reproduce el relato realizado por Timerman sobre lo ocurrido hace exactamente 45 años. 

El relato de Jacobo Timerman

"En la madrugada del 15 de abril de 1977 unas 20 personas de civil asaltaron mi departamento en el centro de la ciudad de Buenos Aires. Dijeron que respondían a órdenes de la Décima Brigada de Infantería del Primer Cuerpo de Ejército. Al día siguiente mi esposa buscó informaciones en el Primer Cuerpo de Ejército, y le informaron que nada sabían de mi paradero.

Arrancaron las líneas telefónicas. Se apoderaron de las llaves del coche. Me esposaron por la espalda. Me cubrieron la cabeza con una manta. Me bajaron al subsuelo. Me sacaron la manta y preguntaron cuál era mi coche. Me echaron al suelo del coche, en la parte de atrás. Me cubrieron con la manta. Me pusieron los pies encima. También lo que parecía la culata de un fusil.

Nadie hablaba.

Llegamos a un lugar. Se abrieron unos portones. Chirriaban. Perros ladraban muy cerca. Alguien dijo: “Me siento realizado”. Me bajaron. Me acostaron en el suelo.

Pasó un largo rato. Sólo se escuchaban pasos. De pronto varias carcajadas. Alguien se me acerca, pone lo que debe ser un caño de revólver sobre mi cabeza. Pone una mano sobre mi cabeza. Desde muy cerca,—debe estar inclinado sobre mí—, me dice: “Voy a contar hasta diez. Despedite, Jacobito. Se te terminó”. No digo nada. Vuelve a hablar: “¿No querés decir tus oraciones?”. No digo nada. Comienza a contar.

Su voz está bien modulada. Es lo que podría decir una voz educada. Cuenta lentamente. Pronuncia bien. Es una voz agradable. Sigo en silencio. Y digo para mí:

“¿Era inevitable que muriera así? Sí, era inevitable. ¿Era lo que había deseado? Sí, era lo que había deseado. Esposa mía, hijos míos, os amo. Adiós, adiós, adiós . . .”

. . . diez. Ja . . . Ja . . . Ja. Oigo risas. Me pongo a reír, también. En voz alta. A carcajadas.


Me sacan la venda de los ojos. Estoy en un amplio despacho, tenuemente iluminado; escritorio, sillones. El coronel Ramon J. Camps, jefe de policía de la provincia de Buenos Aires, me está observando. Ordena que me liberen los brazos que tengo esposados por la espalda. Les lleva un tiempo porque han perdido las llaves. O quizás sólo fueron unos minutos. Ordena que me den un vaso de agua.

—Timerman—me dice—de lo que usted conteste a mis preguntas depende su vida.

—¿Sin juicio previo, Coronel?

—Su vida depende de lo que conteste.

—¿Quién ordenó mi arresto?

—Usted es un prisionero del Primer Cuerpo de Ejército en operaciones."