“Me encantaría que gustes de mí” es un enunciado que en general puede escucharse en boca de un adolescente o de algún adulto joven, pero que difícilmente uno se imagina diciendo a una profesora de literatura que está más cerca de jubilarse que de sus años de estudiante. Pero tanto en el mundo poético de Fernanda Laguna como en los textos que la autora firma con su heterónimo Dalia Rosetti, las reglas que dictan que un comportamiento solo corresponde a determinada edad dejan de tener alcance. Ahí, en ese mundo de ficciones y autoficciones en el que conviven lo más intenso de la cotidianidad y lo más crudo de las fantasías, “Me encantaría que gustes de mí” puede ser una frase que efectivamente usa una docente entrada en años, e incluso puede quedar tan bien en su boca que termine por dar el título a la novela que protagoniza.

En la contratapa de Control o no control, el libro que reúne los poemas de Laguna, Alejandro Rubio describe de forma muy lúcida la materia de la que está hecha su escritura: “¿Fernanda Laguna es boluda? Si la boludez es la turbiedad que desdibuja los límites del mundo y nos deja inermes, no es entonces otra cosa que una de las vías mayores que lleva a lo que el siglo XX llamó poesía”. Algo de ese desparpajo y ese permiso para la boludez, esa autoconcesión para habitar el mundo de forma pura, un poco ingenua y sin la necesidad de mostrarse inteligente todo el tiempo, fue el que conquistó el corazón de las actrices Luciana Mastromauro y de Sol Fernández López. Tanto que, después de trabajar juntas en una brevísima puesta a partir de textos de la creadora de Belleza y Felicidad en el marco del ciclo Enredadera, donde se invitaba a directoras de teatro a crear piezas escénicas cortas a partir de la literatura de escritoras contemporáneas, se quedaron con ganas de más y pensaron que tenían que seguir indagando en el mundo de la autora, con la que se habían familiarizado tanto que ya habían vuelto una suerte de adjetivo: “¡Hoy me pasó algo re-Laguna!”. Así nació, entonces, Me encantaría que gustes de mí, la obra que Sol actúa y Luciana dirige, y que está basada en la novela homónima de Dalia Rosetti, el alter ego con el que Laguna despliega sus históricas lésbico-fantásticas.

Luciana Mastromauro y Sol Fernández López. Foto: Mariana Roveda

Llevar al teatro textos que no están escritos para teatro requiere de inteligencia escénica, de mucho trabajo de mesa pero también de pruebas con el cuerpo y con la voz. Cuando empezaron a darle forma a su proyecto, Luciana y Sol fueron plasmando cada una de esas pruebas en decenas de versiones de word hasta que dieron con la versión final que se puede ver cada jueves en el Teatro Beckett. El resultado –muy rico en términos dramáticos– es una seguidilla de escenas que mantienen la esencia del texto y permiten a la actriz probar distintos tonos y contextos, y también ir creciendo en matices. “La gran pregunta que nos hicimos al principio fue cómo sintetizar algunos pasajes que en el libro están contados en fragmentos largos, porque por supuesto la novela tiene un montón de derivas”, cuenta Luciana. “Obviamente, tratamos de morder en las partes que tenían más acciones. A veces nos encontrábamos con escenas y decíamos ‘bueno, esta va sí o sí, aunque nos complique la estructura narrativa, porque acá suceden cosas. Tuvimos esa clase de negociaciones. Y fuimos reordenando escenas, porque la linealidad del libro no siempre terminaba de funcionar en la obra”.

Un elemento clave para terminar de darle espacialidad a la versión escénica fue el sonido. Casi a la par de algunos elementos visuales, la música y los ingredientes sonoros terminan de cincelar los mundos por los que se mueve Fernanda Rosetti, la profesora de literatura a la que ninguna descripción le calza mejor que girl crazy (“loca por las mujeres”). El aula, los boliches de chicas que frecuenta, la peluquería y el lugar en el que vive, que Luciana y Sol imaginaron desde el principio como “un departamento en uno de esos edificios de Once con un portero lleno de botones” se arman con unos pocos elementos de utilería y la información sonora. La incorporación de Baliero se dio desde un principio, cuando los ensayos transcurrían todavía de forma virtual (la obra comenzó a tomar forma en medio de la pandemia) y su aporte fue clave para sumar también el componente epocal, que el vestuario y los diálogos refuerzan. Algo de la música, de ese ascensor que suena a lo lejos, remiten a una Buenos Aires no del todo contemporánea, pero cercana a nuestro tiempo.

Foto: Mariana Roveda

Si bien esta es la primera obra que estrenan como Compañía Trueno, después de esa primera puesta breve que funcionó como impulso, hace mucho tiempo que Sol y Luciana trabajan juntas. Se conocieron actuando en el colectivo Escalada, la compañía de creación dirigida por Alberto Ajaka (entre otras piezas, fueron intérpretes de Llegó la música y Los rotos). La idea de crear una compañía les regalaba una suerte de marco para pensar y además se sentía más acorde a la forma en que ambas conciben su forma de hacer: “Nos pusimos unos roles, sí, Sol es la actriz, yo soy la directora, pero la verdad es que todo el tiempo estuvimos trabajando a la par en la producción, en el armado de la obra y pensando las cosas muy de a dos. Por eso nos pareció que era mejor contarnos como algo más que una suma de individualidades”, cuenta Luciana, que además de dedicarse al teatro trabaja como profesora de literatura, igual que Fernanda Rosetti, la protagonista de su obra. Esa coincidencia no es sino un elemento muy acorde al universo laguniano, donde todo el tiempo la realidad y la ficción se están contaminando. En su poema “Un segundo brillante“, la artista en un momento se cuestiona: “¿Esto es un poema? ¿O es lo que me pasa?”. Acaso la pregunta sea dónde está la diferencia.

Me encantaría que gustes de mí se puede ver los jueves a las 20:30 en el Teatro Beckett (Guardia Vieja 3556). Las entradas se consiguen por la web de Alternativa.