"Diana, diana, diana" es un toque militar que se volvió cotidiano después de resonar cada día a las siete de la manana por los altoparlantes para indicar que toda la tripulación a bordo del rompehielos ARA Almirante Irízar tenía que levantarse de la cama para lavarse la cara, abrigarse y acercarse al comedor asignado para desayunar. En un viaje que demandó 24 horas, el buque avanzó lenta y sigilosamente hacia el sur del sur. Su destino final serían las coordenadas exactas en las que fue atacado y hundido el crucero General Belgrano, fuera de la zona de guerra establecida en pleno conflicto por las Islas Malvinas. Página/12 participó del recorrido histórico que culminó el martes por la tarde, con el regreso al puerto de Ushuaia y un vuelo posterior a Buenos Aires.

¿Cómo fue la travesía?

Desde su reacondicionamiento y modernización en 2009, el buque tiene capacidad para transportar a 313 personas. Entre la tripulación había militares, científicos, médicos y cocineros que volvían a sus casas luego de una campaña en la Antártida que duró cuatro meses. Para este viaje al lugar exacto en el que se hundió el General Belgrano se sumaron el ministro de Defensa, Jorge Taiana, y parte de su equipo, veteranos de guerra y un grupo de periodistas de distintos medios.

Los horarios de desayuno, almuerzo, merienda y cena fueron estrictos a bordo: en esos momentos de distensión el personal militar del buque se mostró siempre abierto y dispuesto a conversar. Lograban alejarse por un rato del protocolo y sonreían al recordar que los sábados a la noche tienen su permitido de pizza y cerveza. El lunes, parte de la tripulación del Irízar agasajó a los sobrevivientes del hundimiento del General Belgrano con una sobremesa en uno de los varios comedores del buque, en una cita en la que no faltaron guitarreadas y recitados regados con vino.

La tripulación permitió a los trabajadores de prensa salir a la cubierta del buque durante estos dos días de viaje. Las salidas daban acceso a una vista panorámica del mar en su inmensidad. De noche la experiencia era aún más potente porque permitía contemplar un reguero de estrellas que la contaminación lumínica de la ciudad no deja ver.

El movimiento del buque se siente constantemente. Por eso era necesario agarrarse de las barandas dispuestas en todos los sectores de la embarcación, para evitar caídas. 

Las comidas fueron ricas y abundantes. Nada como un buen plato de fideos o una milanesa con guarnición para recuperar fuerzas después de una jornada bien activa y de soportar fríos extenuantes.

Los tripulantes comentaban que fue difícil para ellos soportar la cuarentena impuesta a partir de marzo de 2020 por la pandemia de covid-19. En ese tiempo no pudieron más que estrechar vínculos a fuerza de torneos de truco y PlayStation, o viendo televisión y Netflix. Ahora, para no aburrirse en los pocos tiempos muertos de los que disponen, circulan por los pasillos pendrives cargados de series y películas, que se van pasando de mano en mano para renovar el material.

Todas las habitaciones cuentan con baño en suite, ducha e inodoro con sistema de vacío. Algunas de ellas, como la que le tocó a este medio, eran quirófanos reacondicionados para la ocasión.

El buque posee consultorio odontológico, laboratorio de análisis clínicos y sala de internación, capacidades que le permitieron en el año 1982, durante el conflicto militar por las Islas Malvinas, destacarse por su desempeño como buque hospital. Actualmente esa atención sanitaria se mantiene y se amplía: el Irízar cuenta con atención psicológica a bordo e incluso se está abriendo la perspectiva de género, motivando debates hasta ahora impensados en la fuerza militar, como la posibilidad de que se incorporen tripulantes trans a las filas del buque.

Viajar y trabajar a bordo del Irízar, en misiones que llevan meses, requiere de una gran capacidad de abstracción y templanza. Es desprenderse de la familia y los afectos por largos períodos. Es, valga la redundancia, una vocación y una decisión de vida.

Las etapas de un viaje inédito

La travesía se inició el domingo en la plataforma militar de Aeroparque a bordo de un Fokker F28 que aterrizó durante la mañana del domingo en Puerto San Julián, donde se conmemoró el 40° aniversario del Bautismo de Fuego de la Fuerza Aérea Argentina. Luego de finalizar la ceremonia encabezada por el ministro Taiana, la comitiva emprendió viaje hacia Ushuaia para embarcarse en el rompehielos.

El lunes la tripulación llegó hasta el lugar del hundimiento del crucero ARA General Belgrano, que se produjo el 2 de mayo de 1982, en un área que se encontraba fuera de la zona de exclusión definida por Gran Bretaña alrededor de las Islas Malvinas. El viaje coordinado por el Ministerio de Defensa fue histórico. Por primera vez, luego de dos intentos fallidos debido a las complejas condiciones climáticas y de navegación, se pudo llegar al punto exacto en el que atacaron y hundieron al Belgrano terminando con la vida de 323 tripulantes. 

Un poco de historia 

El Irízar es el único rompehielos de Sudamérica. Su principal actividad es el cumplimiento de todas las tareas logísticas para el reaprovisionamiento, el relevo de las dotaciones en las bases y refugios, y la distribución del personal científico en cumplimiento de la política nacional antartica. A su vez, brinda una importante contribución a la preservación y protección del medio ambiente marino y antártico.

El buque insignia de la Armada Argentina se terminó de construir en 1977 en el astillero Wartsila de la ciudad de Helsinki, Finlandia. Puede romper campos de hielo marino de un metro de espesor navegando de forma continua, y por embestida puede destruir bloques de hasta seis metros.

Su reconstrucción en 2009, luego un incendio en el cuarto de generadores del buque que terminó propagándose rápidamente a otros sectores, fue un claro ejemplo de soberanía: el 64 por ciento de la inversión correspondió a equipamiento y mano de obra nacional.