A los 60 años, Spike Lee no pasa por el mejor momento de su carrera. Tal vez por eso recurrió al famoso run for cover que recomendaba Alfred Hitchcock, reduciéndose a un actor, un texto y un escenario. Y le salió muy bien. Desde su último acierto, con el thriller El plan perfecto (2006) y además de algún corto, algún documental (uno de ellos importante, sobre las inundaciones de Nueva Orleáns y sus secuelas) y algún especial de televisión, Lee realizó un drama bélico (Miracle at St. Anna, 2008), un musical con sexo, droga y rock and roll (Passing Strange, 2009), un relato de iniciación (Red Hook Summer, 2012), una remake (Oldboy: Días de venganza, 2013), un pastiche étnico-fantástico-romántico-terrorífico (Da Sweet Blood of Jesus, 2014) y una versión gangsta de Lisístrata (Chi-rak, 2015), que oscilaron entre lo fallido y lo catastrófico. De allí que parece lógica su idea de filmar Rodney King, el unipersonal de poco menos de una hora que su viejo amigo Roger Guenveur Smith presentó durante varios meses a lo largo de 2016, y que la plataforma Netflix adquirió y propone desde hace algunas semanas.

Actor de varias películas de Lee –incluidas Haz lo correcto y Malcolm X–, desde hace un tiempo que el californiano Guenveur Smith se viene especializando en unipersonales relacionados con la política racial. El primero de ellos, también filmado por Lee en 2001, fue A Huey P. Newton Story, dedicado al fundador de los Panteras Negras. Tal vez algunos recuerden que en 2002 Guenveur Smith se hizo presente en el Bafici para presentar el documental de Spike Lee sobre su performance. O tal vez habría que hablar sobre la performance conjunta de Lee & Guenveur, como también habría que hacerlo en el caso de Rodney King. Aunque el dispositivo escénico montado por Lee se limita mayormente a observar al actor, que parado en el centro del escenario (se trata de una de las presentaciones de cierre de la gira) realiza una actuación extenuante, más por su trabajo de microtensión dramática que por algún gran despliegue corporal.

El texto escrito y dirigido por Guenveur Smith está en segunda persona. Salvo una introducción que sirve como diatriba a los extremistas negros, en el resto del monólogo se dirige a Rodney King, pero al mismo tiempo hace sentir al espectador las circunstancias de su vida. Notoriamente, la que lo hizo trágicamente famoso, el día de marzo de 1991 en que tras desatender las órdenes de alto de una patrulla de caminos californiana finalmente se detuvo, para ser larga y brutalmente apaleado por cuatro policías de la LAPD, que entre otras secuelas le dejaron nueve heridas en la cabeza, fractura de tobillo, un ojo amoratado, y daños en la visión y el cerebro. Y la otra, claro, el juicio que absolvió vergonzosamente a los policías un año más tarde y que gatilló los levantamientos de Los Ángeles, con quema de autos, saqueos y 55 muertos por la policía.

Para transmitir la violencia de la situación, Guenveur recurre a ruidos, estallidos y explosiones hechos con la boca, como los que uno hacía cuando era chico y jugaba a la guerra, incluyendo pistolas imaginarias que apuntan y disparan. Con la diferencia que acá la cosa va a en serio. Cuenta los 56 bastonazos uno por uno, transpira como si estuviera esa noche en medio de los desmanes. Un detalle final que si bien no es del todo desconocido, tampoco trascendió tanto. George Holliday, el plomero que grabó el apaleo en video desde un edificio cercano, es un caso semejante al de Viggo Mortensen: nacido en Canadá, vivió buena parte de su vida en la Argentina. “Venía de la Argentina y la conducta de los policías no me extrañó”, afirmó en alguna entrevista, con bastante lógica.