Domingo, San Salvador de Jujuy. Al mediodía, en el barrio Cuyaya, en casa de Ángela, me busca el Diablo para ir a visitar a Milagro en el Penal de Alto Comedero. Milagro es Sala, el Diablo es Iván, un joven remisero, militante de la Túpac Amaru, y Ángela, una profesora de la Universidad Nacional de Jujuy. Aterrizo frente a un portón de hierro macizo –del otro lado policías con armas de caño largo– y ahí descubro a una señora que va a la misma visita que yo. “Alicia, mucho gusto”, me dice. “Pero... usted (titubeo) es Alicia Dujovne Ortiz”. Sí: está escribiendo un libro sobre la Túpac y Milagro. Con una comitiva de cinco personas emprendemos un lento ritual de exhibición de documentos, preguntas, chequeos y colas sucesivas. Yo llevo algunos libros para Milagro y las otras compañeras tupaqueras –un par tienen títulos en griego y no pasan el umbral del Penal; “me parecen sospechosos”, me dijo una guardia– y una remera de Científicos y Universitarios Autoconvocados. Es un ritual de tiempos andinos y en un momento nos inquietamos con la actuaria que nos acompaña, siempre cortés, para que apure los trámites: “Venimos a verla a Milagro, no a hacer colas”.

Milagro nos espera del otro lado de dos puertas con barrotes. Nos abrazamos como si nos conociéramos, pero igual nos presentamos. Arranca una conversación de muchos emergentes sin principio de orden –la cotidiana de Alto Comedero, los hostigamientos continuos y la relación con el poder carcelario, el Estado policial de Jujuy, las actuaciones del gobernador Morales, Jujuy como laboratorio del macrismo, los posibles fallos de la Corte Suprema de (in)Justicia– y con sobresaltos. El día anterior Milagro había recibido la visita de Víctor Hugo Morales. Una foto circuló por las redes sociales. Milagro estaba con la moral alta. Pero la heterodoxia siempre tiene riesgos de sanción. Que se verifica el domingo. Las guardias del Penal, revanchistas, no la dejan entrar a Elizabeth Gómez Alcorta, la abogada de Milagro, aduciendo algún otro argumento que a todxs lxs presentes nos pareció berreta.

Salimos y ahí está el Diablo esperándome. Me lleva al aeropuerto y vuelvo a Buenos Aires con un pensamiento que se me ordena entre el vértigo enfático del tiempo porteño. La detención de Milagro es ilegal, lo sabemos, ¿pero qué sintetiza esa ilegalidad? Cuando el gobierno de Mauricio Macri –a través de su mediación territorial, el gobierno de Gerardo Morales– ataca y encarcela a Milagro –sobre quien se cifra la doble condición de mujer e indígena: dos mayorías históricamente minorizadas en el mundo y en América Latina– en mi opinión formula una idea en dos planos.

Primer plano: la vulneración de los derechos humanos a la que son sometidas las grandes mayorías argentinas desde fines de 2015 y que afectan nuestra vida democrática. Desde un año y medio a esta parte padecemos un retroceso brutal en las políticas de derechos humanos -que se verifican de manera ostentosa en el terreno de la búsqueda de Memoria, Verdad y Justicia- y en materia judicial también. Estas políticas tienen un correlato que se expresa en mayores niveles de represión y cuyo objetivo es el disciplinamiento social. Segundo plano: el macrismo en tanto poder que teme –y que por ende ataca– la vida del campo popular encarcelando a Milagro pretende forjar un símbolo de exterminio. Mejor: de borramiento de la memoria. Exterminio y olvido de ese imaginario popular asociado a la organización popular y a un ideario de vida colectivista que concentra la utopía de una construcción de una sociedad orientada por ideologías proletarias y a favor de los condenados de la tierra.

Tal vez haya un tercer plano: el moralismo del contador Morales funciona de freno para el verdadero Moralismo: del Evo, del Álvaro y su revolución andina e indígena. De la cual Milagro es una suerte de continuación en territorio argentino.

* Universidad Nacional de General Sarmiento-Conicet.