El infarto, que no fue mortal por pocos minutos, lo alejó para siempre del tabaco y la marihuana. Y sin esos cigarros en sus manos se le hizo imposible seguir escribiendo. Sus palabras, separadas del placer del humo, ya no construían aquellos mundos plagados de la comicidad antiheroica que había acuñado como sello personal, que le permitía despertar ciertas fibras dormidas en el inconsciente colectivo. Tampoco sabía revisar un texto sin estar armando un cigarro al mismo tiempo, y menos aún concentrarse para darle vida a un párrafo. En menos de un año, Hernán Casciari tuvo que reinventarse para que su corazón siguiera funcionando y no morir de aburrimiento. El hombre que arrancó ganando el Premio Juan Rulfo con su novela Nosotros lavamos nuestra propia ropa, que se convirtió en el narrador virtual más leído en lengua española con Más respeto, que soy tu madre y que luego rompió con las editoriales y abandonó sus columnas de los diarios El País y La Nación para publicar sus propios libros y sacudir el mercado editorial con la revista Orsai, ya no podía escribir. Y fueron sus propios cuentos, y esa revista “imposible” –como él la llamó–, los que lo salvaron. 

 “Fue algo involuntario. Yo tenía algunas experiencias leyendo mis cuentos en la radio, pero al dejar de escribir no sabía bien para dónde ir. Venía de muchos años escribiendo y espolvoreándole un poquito de marihuana al tabaco, estando un poco corridito de la realidad. Y sin ese estado no podía hacerlo. Ni en pedo me imaginaba que con esos cuentos que escribí íbamos a terminar montando una obra de teatro con mi propia familia y con Zambayonny o Fabi Cantilo, y menos que íbamos a tener éxito con todos”, dice hoy Casciari en un bar de Villa Urquiza, el barrio en el que vive desde hace menos de un año, después de pasar los últimos quince en Barcelona. “Cuando tuve el infarto a fines de 2015 me prohibieron viajar en avión, y fue un alivio. Los últimos años en España los viví deprimido. Solo me quedaba ahí porque no quería vivir lejos de la crianza de mi hija. Pero pude inventar un sistema para que ella viaje cada dos meses y me quedé acá. Y volver a la Argentina fue también volver a Orsai”. 

En la primera sobremesa que compartió con su amigo y socio Christian Basilis –el Chiri–, con quien habían pergeñado esa criatura fantástica que fue Orsai, no hablaron de otra cosa más que de revivirla. La revista que llegó a superar los diez mil ejemplares sin ninguna publicidad, con descargas gratuitas por internet y moviéndose por fuera de todos los canales de distribución conocidos –solo con una preventa digital que luego llegaba por correo a toda Hispanoamérica–, con entrevistas que iban del Indio Solari a Stephen Hawking, cuentos inéditos de Abelardo Castillo o Ian McEwan, y que juntó a firmas como las de Juan Villoro, Pedro Mairal, Horacio Altuna, Leila Guerriero, Marcos López y Enrique Symns, seguía agazapada dentro de ellos. 

“En realidad la dejamos de hacer porque en 2013 el Chiri se fue de España. Y el objetivo de la revista era divertirse y fumar porro en una mesa, no estar haciendo cosas por Skype. Lo dijimos en el número 15 y noté rápidamente que un grupo de gente, que estaba muy calladita, empezó a decir que eran problemas económicos. No les gustaba que existiera una cosa así”, dice Casciari en relación a los rumores que se habían expandido sobre el cierre de la revista, que comenzará su cuarta temporada el 25 de junio en el Auditorio de Belgrano, con 1200 personas que ya pagaron $510 por el primer número y se aseguraron una butaca en la presentación. 

“El precio sigue siendo el de 15 periódicos del sábado, y es lo que nos permite decir que el grupo de personas que convocamos para trabajar tienen un dinero que jamás tendrían para hacer una investigación, una ilustración, un cuento o una nota en Argentina –asegura Casciari–. Ahora la revista va a tener una impronta mucho más localista. Tenemos escritores inéditos que sabemos que van a explotar y algunos consagrados que ya vienen de antes. En el primer número hay un cuento inédito de Amélie Nothomb, la belga que es best-seller en Europa, que es como la frutillita del postre. Van a ser 211 páginas con notas larguísimas, muchos cuentos y un papel de excelente calidad. Pero sigue siendo un proyecto en el que no buscamos rentabilidad ni perdurabilidad. El segundo número va a depender de las ganas que tengamos de hacerlo”.  

TRAGICOMEDIAS FAMILIARES

A la par del trabajo que le llevaría relanzar Orsai, Casciari se vio envuelto en una “involuntariedad” –como él la llama– que lo sumergió en un mundo que desconocía: el teatro. Hoy tiene tres obras en cartel: Tragedias, junto a Zambayonny; Comedias, con Fabiana Cantilo, y Una obra en construcción, en la que actúan su madre, su hermana, su cuñado, primos y sobrinos, que jamás habían estado sobre un escenario ni tampoco estudiaron actuación. Los cuentos escritos por Casciari se van alternando con canciones en una ida y vuelta que persigue las sombras y la dicha, o se abren para que los verdaderos protagonistas de la mayoría de sus relatos les pongan el cuerpo a las palabras. “Con Zambayonny nos ponemos un traje los dos, nos subimos y no hacemos nada por el público, todo para abajo. Es un espectáculo muy filosófico, con mucha muerte, azar feo. Se cierra de la peor manera. Involuntariamente en las transiciones empezamos a descargar con chistes sobre la propia tragedia –cuenta Casciari–. Con Fabi es al revés, tocamos más el lado luminoso de la vida. Mis cuentos no son de autoayuda ni optimistas, pero salís bien del cuento, salís mejorado”.

Hasta fin de año, todos los jueves en la Sala Siranush, Casciari va rotando las obras a partir de las ganas y la disponibilidad suya y de sus compañeros. “Es como alquilar una cancha de Paddle, pero no sabés con quién vas a jugar”, dice con cierto humor sobre estos proyectos que comenzaron como un escape del aburrimiento y con los que en pocos meses ya lleva más de 150 funciones por todo el país. “Todavía no entiendo cómo funciona. ¡La gente viene a ver a mi vieja pegarme en el escenario! Nos fuimos de gira con motor home y nadie se peleó. Yo sigo esperando la catástrofe”. 

Tus proyectos van surgiendo casi de un juego personal, de un intento por hacer otra cosa. Y después te embarcan en viajes que cada vez van teniendo más público. ¿Por qué creés que te pasa eso?    

  –Lo mejor que hice en mi vida fue involuntario, y fue dejar de querer ser escritor. Cuando dejé ese anhelo, cuando me di cuenta de que no me daba la cabeza para lo que yo quería entre los 20 y los 30, que era ser un gran escritor, cuando supe que no era por ahí, cuando me tranquilicé de ese sueño y lo descarté, empecé a tener mi voz. Una voz pelotuda, cualunque, pero es mía, mía, mía y estoy muy orgulloso de eso. Cuando abro cualquier cosa de las que publiqué después de eso, suscribo cualquier línea. Por más que hoy no esté de acuerdo, sé que en ese momento era lo que quería decir. Trato todo el tiempo de no escribir nunca porque hay que escribir. Un año y medio sin escribir, buenísimo, un día escribirás. Cuando sentís que no puedas hacer otra cosa más que estar ahí, eso hace que sea genuino, te lleva más allá de la falsedad. Hacés algo que está bueno no para el otro, sino para vos. Creo que cualquier proyecto termina funcionando por eso.     

¿Nunca tuviste que escribir porque necesitabas el dinero?

  –En 2006 tuve un intento voluntario de dejar de fumar. Tomé la decisión de hacerlo cuando empezaba el mundial. Pensé “si yo dejo de fumar durante todo un mundial, con los nervios que implica, los octavos, los cuartos, los penales, después es más fácil”. Nunca fui un gran consumidor de alcohol ni de drogas duras. Mis vicios estuvieron en la ludopatía, el cannabis y el tabaco. Estuve todo el mundial sin fumar. Lo conseguí. Después del mundial tenía que hacer unos guiones de humor para Telecinco en Madrid. Y me rechazaban todo. Me di cuenta de que no era en absoluto divertido sin cigarro. Ésa era una época en donde yo no podía dejar de laburar, tenía una hija de 2 años, vivía en un lugar chiquito, no tenía solucionado el tema económico. Y traté de estar, aguantar y seguir escribiendo a ver si venía la inspiración desde otro lado. A los dos meses no vino y vinieron las expensas. Y dije bueno, vamos a fumar. Ahora no puedo hacer eso, pero por suerte mi realidad es otra. 

Esta vez, para dejar de fumar y escribir, Casciari tenía de dónde agarrarse. Todavía contaba con el respaldo económico que le significó la puesta en escena de Más respeto, que soy tu madre, estrenada en el teatro en 2009. La obra, dirigida y protagonizada por Antonio Gasalla, se convirtió en la comedia argentina más taquillera de las últimas seis décadas. A la par, tenía sus columnas en radios uruguayas y junto a Andy Kusnetzoff en su programa Perros de la calle. Entonces alquiló la sala Caras y Caretas para hacer dos ensayos junto a su familia y sus cuentos. La idea había surgido unos meses antes, luego de leer algunos de ellos en un centro cultural de Mercedes, su pueblo natal. Allí, Casciari llamó a su madre –que estaba entre el público– para que certifique las palabras que había escrito, y descubrió que el encuentro potenciaba la emotividad y el humor impregnados en sus relatos. 

“Después de mi vieja se prendió mi hermana y unos primos y ahora somos nueve. Estoy yo leyendo mis cuentos y ellos haciendo de ellos mismos”, cuenta Casciari sobre la obra, para la que nunca hay ensayos, sino que cada actor trabaja sus papeles en soledad. “Ellos van incorporándole matices nuevos a sus propios parlamentos y lo descubrimos arriba del escenario. Veo a mi familia solo los jueves en el camarín. Es buenísimo, no tenés que ir los domingos a comer. Y el teatro es algo que nunca hice fumando. Lo aprendí siendo un no fumador, entonces lo puedo hacer todo el tiempo. Hoy no pego los gritos, no me cago de risa hasta que me desmayo de nada. Es todo muchísimo más racional, ver todo con sobriedad me hizo mucho más racional, y en la literatura me pasa lo mismo. Pero en el teatro no me siento así. Es como mi segunda oportunidad”. 

EL ASESINO DE INTERMEDIARIOS

El periplo que llevó a Casciari de sus cuentos al teatro siguió la misma dirección que venía recorriendo como editor, la de “cómo matar al intermediario”. En 2011, Casciari brindó una charla TED con ese título –que hoy lleva casi medio millar de reproducciones en Youtube– donde explicaba cómo liberarse de las empresas distribuidoras y hacer circular una revista cultural, en medio de “la crisis del papel”, a través del boca en boca, de la sobremesa y de una distribución a cargo de los propios lectores. “Ahora tuve que aprender cómo se produce, se gestiona, se venden las entradas, qué cosa es el bordereaux –explica Cascairi–. Desde que dejé a las editoriales en 2010, que me cansé de que me caguen y de que mis cuentos solo lleguen a los países que eran redituables para ellos, me autoedito. Y con el teatro fuimos por el mismo camino”.

Ese espíritu amateur e independiente del que se nutren las producciones de Casciari, alejado de cualquier militancia autogestiva y mucho más cercano al impulso instintivo, se fue profundizando a cada paso. Y con la nueva salida de Orsai, decidió ir más allá. Esta vez la revista no solo tendrá un pdf de descarga gratuita, sino que el máster original también será distribuido gratuitamente a las editoriales que quieran imprimirá fuera de los países donde distribuye Orsai. Además de eso, el copyright de todos los textos de la revista será libre y gratuito. “Creo que estamos todavía en una eterna transición en donde es muy difícil venderle a la gente algo a $510 si no es tangible –dice Casciari en relación a su decisión de volver a imprimir Orsai–. Al mismo tiempo, es imposible si no le vendés a la gente algo a esa plata, poder pagarle muy bien al que lo hace, que es nuestro objetivo”.

En este contexto en el que se habla del “fin del papel” y ustedes siguen apostando a una impresión de alta calidad, ¿cómo evaluás la relación entre la palabra impresa y la digital?

  –El papel es una excusa hoy, una excusa que queda para el fetichista. Si nosotros conseguimos 1200 fetichistas hacemos un producto hermoso ¿Entonces qué hace falta? Fetichistas. Gente que todavía siente el olor de la tinta con la celulosa y le pasan cosas. Con un 15% les imprimís su revista y después con el resto le pagás a toda la gente para que la haga bien y con ganas, y después subís eso gratis a internet. Se acabó. Es eso, no es el papel. Un día se morirán todos los fetichistas y tendremos que reinventar la manera de pagarle a los Altuna y los Mairal. Mientras tanto tentemos esta manera. La otra, que es la que está ocurriendo ahora, es poner treinta páginas de perfumes, autos, qué sé yo qué, y hacer dos notas con pasantes y que sea una garcha. Esa es la otra que inventaron los pelotudos. Nosotros seguimos tratando de conservar un sistema que tenga dignidad.

Orsai se presenta el 25 de junio en el auditorio de Belgrano, Virrey Loreto 2348, a las 20.