Desde el espía que atrapaba un pescado con el culo en la absurda No Te Metas Con Zohan, hasta el inadaptado adorable que deseaba comerse los ojos de su chica porque la amaba demasiado en Embriagado de amor –la grandiosa obra de de Paul Thomas Anderson–, Adam Sandler ha participado indefectiblemente de varios tipos de educación sentimental para varias generaciones. No tiene sentido indignarse. Es una falsa polémica la de quienes son fans de sus comedias familiares y bobas contra los que gustan de sus papeles serios y ambiciosos: una cosa simplemente no lograría existir sin la otra. Y en ese híbrido está la magia del personaje. A varios les conmovió cuando Sandler no consiguió una esperada y rumoreada nominación al Oscar por Uncut Gems, de los hermanos Safdie –su gran papel “serio” –, tanto como han disfrutado cuando sí se lo nomina a los premios Razzies (a las peores películas filmadas en un año). El mejor, el peor. Quizás, un extraño símbolo de que las películas por las que se siente afecto no son siempre obras maestras, o que las películas ambiciosas no necesariamente quedan en el registro emotivo, en esa inmensa complejidad de la memoria y la cultura pop. 

Hace ya varias películas que Sandler no estrena en cine por un contrato de producción millonario que firmó con Netflix en 2015. Desde entonces, la cadena asegura que sus usuarios han pasado 2 billones de horas mirando sus películas en el streaming. Algunas, hitos de su madurez actoral como Uncut Gems o The Meyerowitz Stories –dirigida por el nominado al Oscar, otrora director indie por antonomasia, Noah Baumbach–, y otras que simplemente engrosan una gran lista de comedia y bizarreada, disfrutable o pésima segun cada quien.

Este mes, justo en medio de los juegos de Los Celtics contra los Warriors, y con el beneplácito de la NBA de por medio, Netflix estrenó Garra, una película deportiva protagonizada por Sandler y producida por LeBron James. Gran caldo de cultivo, porque puede que el básquet sea uno de los deportes que más provecho le ha sacado a su potencia cinematográfica. Quizás, el básquet no te interese en absoluto, y aun así, su musicalidad, la destreza flotante de sus jugadores, lo hace un deporte hermoso de consumir en lo doméstico y poderoso para ser explorado en cine. Eso lo sabe Sandler, fanático de los deportes en general –pero loco por la NBA en particular– que los ha explotado en su carrera con algunos grandes éxitos como Waterboy y Happy Gilmore. Hustle era una película que apasionaba a Sandler especialmente. Tanto, que no solo quería, una vez más, desentenderse de la comedia como género, explorar otro registro actoral y filmar a jugadores de básquet reales con pulso y ambición, sino que estaba encaprichado con un director en particular: Jeremiah Zagar, responsable del festejado y etéreo coming on age We The Animals, y un admirador, bueno, de gente como Terrence Malick, que previsiblemente no quería tener nada que ver con él.

En Garra, Sandler interpreta a Stanley Sugerman, una estrella del básquet caída en desgracia y devenida en cazatalentos para los Philadelphia 76ers, que viaja por el mundo buscando jugadores con habilidades fuera de la norma para reclutar en el equipo. El descubrimiento que moviliza la película es el madrileño Bo Cruz, interpretado por Juancho Hernangómez, deportista de 26 años, en la vida real jugador profesional de los Utah Jazz, que en un principio tampoco quería tener nada que ver con Sandler, pero que finalmente acá debuta como actor de forma bastante increíble. Bo –o como se lo describe: “la cruza entre Scottie Pippen y una loba” – es un chico que trabaja como obrero para mantener a su familia y que se la pasa jugando partidos callejeros, acaso las escenas más hermosas de la película, antes de conocer a Sugerman, que intentará darle una oportunidad en las grandes ligas.

Por supuesto, no hay sorpresas –ni ninguna pretensión de ellas– en Garra. Esta es una película de modelos y arquetipos, enamorada de Rocky, que triunfa más bien por su artesanía, por su generosidad, y, bueno, ¿por qué no?, por su gran corazón. Ahí está la calidez de Queen Latifah, las canciones de Dan Deacon y la posibilidad de escuchar a un barbudo Adam Sandler, el que siempre fue un niño, decir cosas como: “Los chicos de 50 años no tienen sueños, tienen pesadillas y eczemas”. Como muchas veces sucede, Jeremiah Zagar, que no quería hacer nada con Adam Sandler, se empezó a entusiasmar con la pasión demente del actor por el básquet, con todos los jugadores de la NBA que se sumaron al proyecto –desde estrellas como Allen Iverson, pasando por inseparables de Sandler como Shaquille O’Neal–, y en definitiva, con la posibilidad de filmar un deporte con toda su coreografía, con toda su anarquía, con toda su complejidad. “Dije que no, pero luego no podía dejar de pensar en la película. Empecé a pensar en las formas en que yo podría hacerla mía, con mi registro. Y volví a hablar por teléfono con Adam. Queríamos trabajar con todos los actores no profesionales y queríamos rodar de una manera que se sintiera auténtica tanto para la ciudad como para el deporte, y darle un realismo que me entusiasmara”, dijo Zagar. Y así lo hizo. Después de aceptar la tarea puso toda la mirada en la artesanía del cine y del deporte. Se inspiró en el documental de Zinedine Zidane, construyó un dispositivo parecido al que Scorsese usó en su Raging Bull, que le permitía a los boxeadores mirar directamente al objetivo y golpear hacia la cámara, y también dedicó varios días solo a filmar partidos y partidos y partidos completos.

Para quienes admiran el básquet, esta película no es para nada un desperdicio. Para quienes admiran a cualquiera de los Sandler posibles, esta melancolía contenida y soleada de la que ahora sabemos que es capaz, es algo muy simpático de ver. Además, claro, una especie de revancha para todo a quien haya amado un deporte y nunca podido salir del banco de suplentes. “Si, diría que esta es mi revancha. Siempre soñé con el básquet y lo jugué en la escuela. Me acuerdo mucho una vez que el entrenador nos puso en fila y nos empezó a decir a cada uno nuestras fortalezas y cuando llegó a mí dijo: ¡Siempre traes buena música!”