Como viene haciendo en la serie de novelas que protagoniza el célebre personaje Kostas Jaritos, en los relatos que componen Cuarentena el narrador griego Petros Márkaris se inclina predominantemente por esto de “aquí y ahora”, la Atenas contemporánea por la que se mueven el comisario y los muchachos de su brigada. En el primero de los siete cuentos del libro, el que da el título al volumen, Jaritos debe aislarse en su departamento por ser “contacto estrecho” de su secretaria, que dio “positivo” de coronavirus, de modo que parte del desafío es la convivencia de tantas horas diarias con su esposa Adrianí, que pronto le marca el territorio y lo orienta en el uso del FaceTime y otros artilugios, que le vienen bien para charlar con un nieto y para coordinar desde el hogar la investigación del asesinato de una conductora de noticiero. “Los ordenadores y las teleconferencias se me dan igual de bien que la natación a los habitantes del Sahara”, blanquea el comisario, pero más allá de la angustia inicial afronta este otro desafío: mirá si esto va a frenar su obsesión por el trabajo.

Aquí y ahora anduvo, desparramada por el mundo, la pandemia, que campea en el escenario de fondo de Cuarentena. De hecho en el otro relato del libro que protagoniza Jaritos, el segundo, disputa cartel: “Me llamo Covid y mato”, se titula, el cuento. Un médico especialista muy mediático, integrante del comité de expertos sobre coronavirus, aparece una madrugada en una calle con un cuchillo clavado en la nuca. Alrededor del mango hay un papelito con el mensaje: “Me llamo Covid y mato”. “Nos hemos topado con un loco”, dice Dimitríu, un ladero del comisario. Al poco el psicópata les da la razón y le manda una cartita: “Ya me presenté la noche en que maté a Aristidis Zajos. Hoy le escribo para explicarle lo que me impulsó a asesinarlo. Solo hay un motivo. Lo maté por su soberbia y por ser más papista que el Papa. Tenía la desfachatez de asustar a la gente más que yo mismo”. Que lo liquidó con la esperanza de acabar con esta suerte de terrorismo televisivo, “una competición desleal a mi costa”, dice. Al poco el asesino se carga a otro, pero por razones opuestas: su nueva víctima es un fogonero anti restricciones que organizaba actos contra esto de la pandemia como “una gran conspiración internacional”, que se hace acreedor del cuchillazo en la nuca por cuestionar su existencia, “una afrenta mucho más cruel que cualquier otro insulto o desprecio”.

Más allá del formato “crimen por resolver”, constitutivo del policial, Márkaris apenas si tensiona emocionalmente en la escritura sobre el palpitar de los enigmas; como si le interesaran, más bien, los paisajes de fondo por los que se mueven sus personajes, sus circunstancias. Este escritor griego nacido en Estambul en 1937, sobreviviente en la delantera de novela negra mediterránea que compone junto a Manuel Vázquez Montalbán y Andrea Camilleri, ha ido retratando a través de Jaritos y sus pesquisas la escena social, política y económica de su país, la corrupción y los negociados en las altas esferas, la manipulación de los medios, la crisis arrasadora de los últimos años, el racismo, la inmigración y la emigración, la identidad. El primer libro de la saga, Noticias de la noche, es de 1995; el último todavía no ha sido editado en castellano, se publicó en su lengua original el año pasado, ha sido traducido al alemán y se llama “El movimiento suicida”, con la pandemia también en lo medular de la trama, viejos que se suicidan, grupos de ultraderecha antivacunas que agitan.

El comisario Jaritos es también un personaje secundario en otro de los cuentos de Cuarentena, “Los tres caballeros”, protagonizado por tres hombres que duermen por las noches en la calle: Sócrates, Pericles y Platón. Este último mendiga, y los otros dos revuelven entre la basura en busca de algo para vender o comer, con el inconveniente de algunas zonas de la ciudad con los contenedores ya tomados por somalíes, afganos, nigerianos. Márkaris retrata las variaciones de la miseria, la búsqueda de El Dorado de los desperdicios, que finalmente aparece donde poco antes era todo diseño y brillo: las instalaciones olímpicas que se montaron para Atenas 2004, hoy puro abandono y ruinas. La intemperie también es el tema de “Centro de refugiados del coronavirus”, con otros dos desahuciados ya muy hambrientos que tienen que optar entre que la policía los encierre en un centro de aislamiento o mandarse a alguna casa abandonada. Por el camino se cruzan con la indiferencia, pero también con la solidaridad y con la perspectiva de paliar la cosa, de salir adelante.

Esto de la historia edificante, de la esperanza, es una veta que impregna al libro. Bueh, dice uno, y viaja (es un decir) hasta cuando era un lector muy joven (ya un viajecito) y se nutría con estas sustancias. Los relatos, ha dicho Márkaris, fueron escritos durante la pandemia: acaso haya incidido el reflejo de paliar el desasosiego, la zozobra. En “El arte del terror” (fulerón, este) un empresario hotelero de ochenta años repasa en primera persona los momentos en los que más miedo tuvo, cuenta de su frustrada/postergada vocación por la pintura, y desemboca en unos barbijos pintados a mano, muy efectistas, el reencuentro “exitoso” con el quehacer apasionado. Pasión también hay en “La taberna de Karaguiosis”, con el enfrentamiento chicanero entre el dueño turco de un restaurante turco y el dueño griego de un restaurante griego, ambos cerca de una estación de tren en Alemania, cada uno agitando la bandera de la tradición de sus comidas y Márkaris, por intermedio de las mujeres de estos dos personajes, en procura de acercar posiciones y de reivindicar en conjunto la cocina mediterránea, otro de los tópicos de su narrativa. Hay una larga historia de enfrentamientos y guerras, con escaladas de tensión recientes. “Fui parte de una minoría griega en Estambul, aún tengo amigos allí y sé que hay características comunes compartidas entre griegos y turcos –ha dicho Márkaris en alguna de sus entrevistas a propósito del libro-. Lo que se ve a nivel político no es necesariamente lo que sucede entre la población. Por eso escribí este relato, donde se ve que el acercamiento es posible”.

Cuarentena cierra con “Jalki: el vacío y la bicicleta”, un relato nostálgico y precioso, autobiográfico, con pinceladas de la infancia y adolescencia del autor en esa isla del mar de Mármara, la segunda en tamaño de las Islas Príncipe, un sitio de veraneo tradicional: los paseos en bici, los rincones del lugar, los tragos, los juegos, las ceremonias. “Mientras estábamos en primaria, los niños de la isla, griegos y turcos, jugábamos todos juntos –recuerda-. Íbamos a escuelas distintas, claro está, pero en las calles y en los descampados jugábamos juntos”. Para hacer la secundaria iba y volvía a diario a la populosa Constantinopla y entonces, en el silencio y el vacío de los inviernos en Jalki, los libros fueron para él un bálsamo para paliar la soledad y el dolor. Una figura que dialoga con la hechura de estos relatos, y por ahí con alguna otra declaración reciente: “Escribir –ha dicho Márkaris- fue mi salvación durante la pandemia”.