Producción: Javier Lewkowicz

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Los números fríos

Por Santiago Fraschina *

El Indec dio a conocer recientemente los datos del Estimador Mensual de la Actividad Económica (EMAE), un indicador que anticipa la evolución del desempeño global de la economía. Decir “global” no es un formalismo, ya que los números agrupados simplifican realidades particulares, asimetrías dentro de las variables medidas y efectos estadísticos cuyo correlato con buena parte de la población tiene un grado de separación mayúsculo. El EMAE registró un resultado interanual de 0,8 por ciento de suba, la cual se reduce a un magro 0,1 por ciento cuando se computa todo el primer trimestre de 2017 en comparación a igual período del año pasado. Este crecimiento pírrico –virtual estancamiento– es festejado por funcionarios y vitoreado por analistas oficialista como una muestra indefectible del arranque de la economía, la proliferación de los “brotes verdes” y la demostración de que un año y medio de austeridad y privaciones fueron suficientes para poner en marcha la economía.

Lejos de la emoción sesgada de Cambiemos, los mismos números oficiales exponen un panorama aún sombrío. Pongamos algunos ejemplos:

  • La producción industrial consolida 2,4 puntos de deterioro en el primer cuatrimestre del año, con su capacidad instalada aun decreciendo 0,3 puntos porcentuales respecto a 2016. Después de catorce meses de sendas caídas, todos los bloques que componen el índice se siguen mostrando a la baja (con la excepción de automotriz, que está estancado) y preocupa especialmente la situación de la industria textil, que se sigue desplomando al 20 por ciento interanual cuando se estima que ya cerraron más de 500 establecimientos pyme.
  • La construcción, por su parte, empezó a mostrar subas interanuales después de un año de caída. Ahora bien, con un 2016 tan malo como base de comparación, es lógico que se experimente un tenue rebote estadístico. Sobre todo, apuntalado por obra pública “de ripio y arena” en un año electoral. No obstante, la construcción sigue en niveles menores a los del último año de kirchnerismo: si bien el Indec discontinuó la serie, los más de 15.000 puestos de trabajo que se destruyeron en el sector transparentan que difícilmente se esté construyendo más que hace dos años atrás.
  • Las importaciones crecen al 9,1 por ciento en el primer cuatrimestre a nivel general, pero arriba del 25 por ciento en sectores sensibles como textiles, juguetes, muebles y electrónicos. Al saldo comercial positivo lo dilapidaron, lo cual expone a nuestro país a una alta vulnerabilidad por el escenario de déficit gemelos (comercial y fiscal).
  • Peor aún son los números del relevamiento de expectativas de mercado del BCRA, que mide una expectativa de inflación en el orden del 22,5 por ciento para los próximos doce meses, cuando la pauta de oficial para las paritarias es del 18 por ciento. Tristemente son los sindicatos de menor volumen los que pueden romper el techo de cristal; a los gremios de sectores más vulnerables, como los docentes (19 por ciento), empleados de comercio (20), estatales nacionales (20 por ciento), y la intentona para que el aumento anual del salario mínimo no supere el 20 por ciento.

Celebrar el crecimiento en la producción primaria de los grandes complejos agroexportadores o elogiar la mayor penetración que está alcanzando el mercado financiero, parece una victoria para muy pocos. Y en esto se juega el núcleo de la cuestión para todos los que creemos que las decisiones económicas y sus resultados no pueden ser interpretados sin una mirada social que las contextualice. Entonces, el parámetro para evaluar el fracaso de este modelo para pocos es que no deja de batir records de nuevos pobres (un millón y medio, según la UCA, desde la asunción de Macri), que las familias no llegan a fin de mes por una caída del poder adquisitivo superior al 10 por ciento en un año y medio, o que el desempleo joven ya supera el 24 por ciento (contra el 16 por ciento promedio regional, según la consultora Adecco). No es relevante siquiera discutir los tecnicismos de un eventual crecimiento macroeconómico en 2017, si de esto no se desprende una mejora en la distribución del ingreso y el bienestar social. Sin orientar las políticas públicas a las mayorías populares, sólo vamos a estar debatiendo sobre los fríos números de los economistas.

* Director de la carrera de Economía de la Universidad Nacional de Avellaneda e integrante de EPPA.


Despacito

Por Rodrigo Alvarez *

Lentamente la economía deja atrás lo peor de la crisis derivada de la devaluación y el cambio de modelo económico. El PBI acumula tres trimestres consecutivos de crecimiento, que le permitieron volver al nivel de actividad registrado a fines de 2015. La clave del nuevo modelo de crecimiento, tal como lo plantea el gobierno, es el despegue de la inversión. En esta fase inicial las locomotoras que traccionan  son el agro y la construcción que arrastran a servicios inmobiliarios, financieros, transporte y segmentos de la industria. En el último vagón viene el consumo que tardará en reaccionar.

El gobierno piensa que el éxito o el fracaso de su modelo económico se definirá en la dinámica de la inversión y las exportaciones. Pero las exportaciones no muestran una buena performance, lo que siembra alguna preocupaciones sobre la sostenibilidad externa del modelo en el largo plazo. En el corto, el financiamiento externo permite soportar los déficits comerciales y de cuenta corriente sin mayores complicaciones, por lo que los principales esfuerzos de la gestión están enfocados en mejorar la dinámica de la inversión.

Veamos. Las primeras en llegar fueron, como era esperable, las inversiones de cartera, de naturaleza más espectulativa. A diferencia de la inversión directa, los tiempos de decisión son cortos y los costos de entrada y salida muy bajos. El ingreso de inversión de portafolio se explica por tres factores: 1) un contexto internacional de elevada liquidez,  2) un elevado diferencial de entre las tasas de interés locales y las internacionales 3) un bajo precio de los activos locales ante la baja de riesgo que generó el nuevo gobierno.

Como contrapartida los precios de los activos locales aumentaron, reduciendo el costo de fondeo de las firmas. El costo de financiamiento en dólares de la Argentina es el más bajo de la historia, lo que vuelve más atractivos muchos proyectos de inversión. De hecho, en el último año y medio un número significativo de firmas salieron a buscar fondeo para expandir sus negocios en el país, la mayoría de ellas en el sector energético y financiero.

La inversión extranjera directa se caracteriza por ser de largo plazo e irreversible, por lo que los tiempos decisorios son largos y complejos. Entre los factores que determinan los flujos de inversión directa se encuentran el tipo de cambio real, las perspectivas de crecimiento de un país, la presión fiscal, el grado de integración comercial y la calidad institucional. La Argentina no cuenta hoy con buenos indicadores en ninguno de estos factores por lo que las inversiones están llegando a los sectores en los que la competitividad cambiaria y la integración a cadenas globales de valor es poco menos relevante. El mejor ejemplo es el sector petrolero, que lidera los anuncios de inversión. 

Más allá de la relevancia del componente extranjero, el grueso de la inversión lo realizan los actores locales. En 2016, la recesión y las elevadas tasas de interés domésticas desincentivaron la formación de capital que registró una baja más de 5 por ciento interanual. La merma estuvo explicada en su totalidad por la retracción de la actividad de la construcción que desde el primer trimestre de este año viene registrando una fuerte recuperación. Esta dinámica se revierte este año. Empezó con la obra pública, pero en marzo se sumó la construcción privada y también a partir del primer trimestre la inversión en maquinaria y equipamiento. De acuerdo a nuestras estimaciones, en el primer trimestre de este año la inversión se habría expandido 8 por ciento interanual. con variaciones positivas en todos sus componentes: construcción (2 por ciento), Maquinaria y equipos (5) y equipo de transporte (37 por ciento).

En 2016 se invirtió alrededor del 15 por ciento del PIB, una cifra muy inferior a la de la región e incompatible con un crecimiento superior al 3 por ciento anual. Para poder lograr tasas de más elevadas se debe alcanzar un salto inversor. El desafío está planteado, pero el gobierno no debe perder de vista que el proceso expansivo no tendrá fuerza si no suma más activamente al consumo. El círculo virtuoso crecimiento de la inversión, expansión del empleo y los salarios y aumento del empleo y de la actividad es demasiado lento sin políticas de estímulo directo al gasto de las familias.

* Economista. Director de Analytica.