Es mentira que reír hace bien, porque yo me moría de la risa y estaba triste y no quería reírme más; mi mamá me miraba con la boca abierta como diciendo de qué te reís, estúpida, pero no me decía nada, como si no tuviera aire en los pulmones, como si ni siquiera pudiera respirar; y yo la miraba a ella, que apretaba a la bebé contra el pecho, y la miraba a mi hermana, que parecía dormida y sucia, y más me reía aunque tenía unas ganas enormes de llorar, de gritar y salir corriendo, de meterme abajo de la cama para no volver a salir nunca más.
El piso es lava, había gritado, y me trepé a la mesa. Y entonces se oyeron las explosiones y los golpes, un montón de explosiones y de golpes, como cohetes que tiran piedras, como piedras que estallan como cohetes, y vi que en el piso no había lava, sino más bien algo como la salsa de chocolate que le ponen al helado del cucurucho más caro. Y también había salsa en la mesa. Y vi a la bebé sucia de salsa y a mi mamá tirada en el piso, cubriéndola con su cuerpo, tratando de decirme algo, que me baje de la mesa, que me vaya, que corra o que pare de reírme como una estúpida; pero no podía decir nada y yo me moría de la risa cuando en realidad quería llorar.
Me reía y no me daba cuenta de que las luces se hacían más débiles y de que mi mamá sí hablaba y que era yo la que no la podía escuchar. Me reía. Me moría de la risa. No podía parar. Y me reía tanto que me quedé sin fuerzas en las piernas, me caí sobre la mesa, quedé mirando el techo que estaba manchado de humedad. Y en las manchas veía formas, veía nubes, veía un perro con la lengua afuera y me daba cada vez más risa, pero a la vez mucha tristeza y no había caso, no podía llorar.
La puerta y la ventana se habían llenado de agujeritos por donde podía ver el cielo todavía azul; también había agujeros en la pared de chapa y madera, que parecía el colador de los fideos y me daba mucha risa; y en el techo, la lamparita desnuda y rota que de golpe tapó mi mamá con su cara, que me miraba, y me hablaba, pero no me decía nada, no le escuchaba nada y yo me reía pero en silencio, cuando en realidad quería llorar.
De qué te reís, estúpida. O bajate de la mesa y tirate al piso. O salí corriendo de acá. Cualquiera de esas cosas podría estar diciéndome; movía la boca, podía verla, pero no le escuchaba ni una sola palabra a mi mamá, que había apoyado una mano sobre los pedacitos de vidrio de la lamparita rota y de los dedos le salía sangre como salsa, como la salsa de chocolate que le ponen a los helados, como la lava que corría por el piso y por la mesa. Y de golpe apareció la Norma, que vivía al lado y a veces nos cuidaba, y me levantó como si yo fuera de plumas, una almohada, un colchoncito, y me llevó corriendo a la avenida que a mi parecía la calle más linda de Rosario; corría y a la vez me gritaba algo que podía ser lo mismo que quería decirme mi mamá, pero yo no la escuchaba tampoco a ella. Y verla así, a la gorda Norma, tan buena, tan fuerte, tan amorosa y muda, así, con la cara rara, como partida, desarmada, me daba una tristeza enorme y entonces más me reía; me moría de la risa, aunque tenía ganas de llorar.
Corrían las dos, la Norma y mi mamá, y abrían las bocas grandes, y lloraban. Entonces yo más me reía pero en silencio y las luces que se me apagaban aunque todavía había sol y el cielo estaba azul, muy azul, como ya había visto por los agujeritos en la puerta, la ventana y la pared. La Norma me apoyó en el piso y mi mamá con la bebé en un brazo agitaba la mano sucia de salsa como saludando a los autos, que pasaban de largo y en silencio, como en silencio estaba todo el mundo, porque yo solamente oía mi risa muda, y veía a la Norma que me sacudía los hombros, y me daba palmadas en la cara, cachetadas que no dolían, y me hablaba como gritando, pero yo no escuchaba nada y era ella la que lagrimeaba porque yo no podía dejar de reírme cuando en realidad quería llorar.
Se acercó un montón de gente; movían las manos, hacían gestos, movían las bocas, hablaban. Pero yo no oía nada. Los cohetes que golpeaban como piedras, las piedras que estallaban como cohetes, era lo último que había podido escuchar. Eso me daba risa. Me reía y me cansaba la risa y entonces me daba sueño y me dormía y veía de nuevo la cara de mi mamá, que me miraba como diciendo de qué te reís, estúpida. Pero yo no quería reírme, yo quería llorar; qué sueño enorme me daba estar ahí en la vereda, muriéndome de la risa con ganas de llorar, y la Norma que no, no dejaba que me duerma, me pegaba cada vez más fuerte y me sacudía de los hombros, pero yo quería dormirme, Norma. Quería dormir y llorar.
Y me estaba dejando ganar por el sueño cuando de pronto la luz se hizo brillante y me dolieron los ojos, como cuando quería mirar el sol, y los ruidos de la calle aparecieron todos juntos, me aturdieron los autos, las sirenas, los gritos de la Norma que me decía no te duermas, no te duermas y los de mi mamá que gritaba por qué, por qué nos tiran a nosotros, por qué, por qué, por qué, con la bebé sucia y dormida en brazos, por qué a nosotros si somos laburantes y no nos metemos con nadie y yo me acordé de cuando le tiré de los pelos a una nena de la escuela y después le rompí la muñeca que en la espalda tenía escrito made in China, sin razón, porque ella no me había molestado, y todo eso me daba mucha tristeza; pero ahora no me salía nada, ni reírme, ni llamar a mi mamá, ni arrepentirme, ni llorar.
El piso es lava, había gritado, y me trepé a la mesa. Y de pronto se oyeron los cohetes que golpeaban como piedras y las piedras que estallaban como cohetes. Y la vi a mi mamá que me miraba como diciendo de qué te reís, estúpida, porque yo estaba muerta de la risa, porque la lava era como la salsa de chocolate que le ponen al helado del cucurucho más caro, y la vi a mi hermanita dormida y manchada de salsa. Y me acordaba de todo eso mientras estaba acostada en la vereda de la avenida con mi mamá y la Norma, con la gente que se amontonaba, con la policía que llegó y lo supe porque escuché la sirena y escuché todos los ruidos y a mi mamá que gritaba por qué a nosotros, por qué, por qué, por qué.
Porque el piso es lava, mamá, como de salsa de chocolate, quise decirle, pero no me salieron las palabras. Y me acuerdo que me dieron unas ganas enormes de tomar un helado del cucurucho más caro, y también de llorar pero no lloraba, y que el cielo se oscureció de pronto, se puso gris, como de plomo, y me dio risa de nuevo y me reí hasta que ya no pude. Y después no hubo más nada. O será que yo no me acuerdo más.