El escenario se parece de manera desconcertante al hall del teatro San Martín. Los mismos murales, los sillones, las alfombras y el ascensor componen una réplica exacta. En esta disposición del espacio Eva Halac instala la primera pregunta. En ese montaje escénico que une la realidad mas inmediata, la literalidad del espacio en el que estamos inmersxs y el drama de una obra creada por Jean- Paul Sartre en 1948 (y que resulta imposible sacar de su contexto) surge la propuesta estructural de esta versión de Las manos sucias.

En el texto las emociones tienen que vérselas con la política. Podríamos decir que Las manos sucias es una obra reflexiva, donde se discuten ideas pero cada palabra está atravesada por una afectividad que hay que apaciguar o dominar. Hugo es un joven idealista que recuerda mucho a la Antígona de Jean Anouilh, de hecho su personaje tiene los rasgos de un héroe clásico. Hijo privilegiado de la Europa burguesa, con una formación académica y una bella esposa, decide dejar sus privilegios de clase para unirse a la causa emancipatoria. 

Pero justamente, por venir de otra realidad, idealiza esa experiencia y cuando logra concretarla se da cuenta que su instrumentalización es mucho más áspera y difícil, que las ideas tienen que vérselas con la contrariedad de los hechos. Hoederer, por el contrario, es el hombre que tiene que lidiar con esa política que se resuelve en los actos, en la coyuntura y las negociaciones, por eso su temperamento es más contendido, incluso distante. El acierto de Eva Halac como directora fue elegir para estos personajes a dos actores que conjugan estas diferencias y las convierten en un vínculo de fascinación, de interés y de combate permanente. 

Guido Botto Fiora es ese joven que parece andar por la escena torturado, con una duda crítica, absorta que le permite cuestionarlo todo pero que también lo lleva a soportar el propio dolor de ver que los hechos no se corresponden con sus ideas. Es una especie de Hamlet que debe cumplir con una misión que posterga porque algo le pasa con el personaje de Hoederer, algo del orden de lo sensible que impide que su cometido se cumpla tan fácilmente. Daniel Hendler es la persona adecuada para lograr esa distancia pero también para generar un polo de atracción. Todo gira en torno a su figura. El es alguien que se sabe sacrificable y que también quiere ir hacia el sacrificio.

Eva Halac consigue darle dinámica a un material que se centra, en gran medida, en el debate de ideas, su trabajo como directora permite la identificación y también la discrepancia, brinda los elementos para seguir las situaciones con esa inspiración que experimentamos el sabernos implicadxs en una dramaturgia construida a fuerza de inteligencia.

Sartre presenta una trama que ofrece una variedad de puntos de vista, como si pudiéramos situarnos en la historia a partir del rol de cada personaje. Jessica, la joven esposa de Hugo, se ubica en el lugar de alguien que desconoce totalmente la lógica política, opera como el ser que ve lo que ocurre con ojos extraños. Primero no cree en la circunstancia que se le plantea y después, cuando la revelación es inminente, sufre una transformación brutal porque pasa a descubrir como la política estalla frente a ella de golpe, sin darle tiempo para procesar las variantes de un universo al que pertenece casi sin saberlo.

Si volvemos al conflicto inicial, a ese que la directora establece en el espacio, podríamos decir que Eva Halac propone desarrollar esta obra por fuera de la ficción, en la calle, en un territorio común, entenderla como un drama de esta época, como si todavía no hubiéramos llegado a la sala y esos dilemas morales nos atraparan y nos demandaran cierta habilidad para quedarnos en ellos y no intentar resolverlos o justificarlos tan rápidamente.

Las manos sucias se presenta de miércoles a domingos a las 20 en el Teatro San Martín.