Una chica de veintilargos pierde su “virginidad” sin voluntad genuina para no cargar con esa mochila de la vergüenza. Otra tiene una pareja que le cuenta los días desde la última vez que tuvieron sexo a modo de reclamo -con ultimátum incluido-, aunque ella está atravesando un tratamiento oncológico. Otra se separa de su novio porque está cansada de vivir la humillación de explicarle constantemente que la baja de su deseo sexual se debe a su tratamiento psiquiátrico. Otra se obliga a masturbarse sin ganas para sentirse menos rota porque “no tiene ganas” y ¿cómo eso va a ser normal en una piba sana y de su edad? Y otra simplemente no quiere tener relaciones sexuales, al menos como se entienden ciertas prácticas genitales que son leídas en términos normativos como “coger”. Y ese motivo es suficiente para ella. Pero, ¿es suficiente?

Aunque estamos circunscriptxs a mandatos conservadores con respecto a la sexualidad debido a la influencia inexorable de dogmas religiosos y patriarcales, -que pesan con más o menos fuerza en distintos territorios y circunstancias-, esto convive con la idea doctrinaria y capacitista del ejercicio de la sexualidad constante como algo sano, deseable y como una forma de validación. Como si no tuviésemos ya suficientes edictos y preceptos que cumplir -muchas veces contradictorios entre sí- para ser inscriptxs en la categoría de ciudadanxs productivxs, deseables y de bien, también existe esta presión para “coger” con regularidad y que al menos parezca que goces. Este mandato, mucho más silenciado, vinculado a la vergüenza y recubierto de un halo de sospecha tiene un nombre y es alosexualidad normativa.

Por supuesto, opera de distintas formas para con los diferentes géneros, muchas veces resuena como una demanda y una prueba de amor -romántico- que pesa, sobre todo, en los cuerpos más vulnerables. Lxs feminizados; quienes sostienen como pueden la vida en situaciones de precariedad; quienes están atravesando duelos, enfermedades o tratamientos psiquiátricos; personas que acaban de parir; las que son sometidas a múltiples exclusiones; en adolescentes. Sin embargo, en definitiva, la alosexualidad normativa recae sobre todes.

A un cuerpo feminizado no solo se le pide que sea una doncella eterna, también tiene que ser una empoderada en los términos más marketineros y capitalistas de la palabra. Se espera que sea delicada, frágil, etérea, siempre joven, tersa y firme; con personalidad, pero no problemática; fiel, exitosa laboralmente pero no tanto como para hacerle sombra a su marido, monógama; un hada mágica que sostiene abnegada las tareas del hogar mientras lleva a sus hijxs a la escuela, les prepara tuppers para el almuerzo y va al gym. Esto no es nada nuevo. Pero dentro de este terremoto de responsabilidades y expectativas, que suelen ser extenuantes, también está el mandato de estar siempre dispuesta a coger, a cumplir las fantasías que propone la revista Cosmopolitan como si se estuviera haciendo bricollage y a aprender los mandamientos de la sexóloga Alessandra Rampolla, que mientras acaricia una vulva de peluche, explica paso a paso cómo hacer una fellatio (con disculpas por la fea palabra).

En definitiva: que una sea siempre una bomba en la cama, como lo expresan las bailarinas de ShowMatch, íconos de la sexualización a la enésima potencia desde que este programa, que moldeó subjetividades a lo largo de décadas, salió al aire. Como Pampita, que casi recién parida ya estaba haciendo el baile del caño y mostrando que su cuerpo había quedado intacto y disponible tras su parto. Que se haga carne la educación sentimental que nos dejaron décadas y décadas de productos audiovisuales de consumo popular (AKA comedias románticas), que nos enseñaron que el sexo es el punto cúlmine de la narrativa del amor romántico. Que ninguna cita tiene sentido si no termina de esa forma trascendental.

¿Y qué pasa con aquellas que se corren de estas pretensiones simplemente porque no tienen ganas? Son catalogadas inmediatamente como frígidas, anormales, falladas, sospechosas; cuerpos que deben ser corregidos, enderezados. Son vistas con preocupación por sus pares, que les advierten que están perdiendo un tiempo irrecuperable, sobre todo sin aún son “jóvenes”. Que se les va a pasar el tren. ¿Quién las va a querer cuando sean viejas? He aquí el mandato de tener hijxs y una gerontofobia habitual y alarmante. Estas narrativas decantan, muchas veces, en presiones autoimpuestas y en la sensación de ser una deportada del país del deseo.

¿Por qué da culpa no tener ganas?

Para el psicólogo e investigador Bruno Gabriel Silva, la alonorma es “ese discurso social implícito que presume que todas las personas en algún momento de la vida van a querer ejercer su sexualidad como algo trascendental, lo que homologa a la sexualidad con la salud. Esto delimita un criterio de qué es lo natural y qué no y aquí entra en juego la patologización”, analiza.

“Desde que somos niñes se anticipa que una de las formas de comunicación predilecta entre las personas es la sexualidad, restringida al orden de lo genital. Entonces, cuando empiezan a aparecer personas que manifiestan que no viven su deseo sexual como se espera, la primera respuesta es patologizarlas. Cualquier cosa que se corra de la norma genera resistencias y extrañezas que vehiculizan violencias, categorizaciones, exclusiones. Cuestionar la alonorma es cuestionar el hecho de que el sexo siempre fue un terreno idealizado de disfrute y libertad y, por el otro, no criminalizar a quienes ejercen menos su sexualidad o lo hacen desde prácticas alternativas”.

¿Qué implica particularmente esta patologización? ¿Cómo se manifiesta?

Creer que una persona está rota y que hay que repararla. Por otro lado, provoca que, si a alguien le pasa algo “distinto”, prefiera callarlo para evitar el conflicto o hacer la perfo del “como si”. En ese sentido, la alonorma aparece orientada al amor romántico como un recurso estratégico para evitar ciertos enfrentamientos, para afianzar vínculos y para asegurarnos de que alguien “no nos abandone”. Y esto tiene un costo muy alto en cuanto a la salud mental y también da lugar a varios tipos de violencias, padecimientos y abusos. Es importante poder romper con estos pactos de silencio.

¿Qué podés decir sobre la creencia de que hay un momento de la vida específico donde se presume que la sexualidad es algo primordial?

A lo largo de la vida hay hitos que se esperan de la sexualidad: se considera que su cúspide está dentro de un segmento entre la adolescencia y la juventud adulta. En muchos espacios las conversaciones, lo pícaro, lo divertido, gira en torno a eso. Quienes no lo viven de esta manera pueden tener la sensación de estar perdiéndose de algo fantástico y que, si no lo experimentan ya, van a vivir con un estigma por el resto de su vida. En muchos casos, esto también deviene en angustia, vacío o la sensación de que se fallaron a sí mismxs por haberse expuesto a situaciones que no querían vivenciar. Asimismo, implica un discurso homogeneizante, la idea de que a todxs nos interesa lo mismo, y recorta otras expresiones de sentires y placeres.

En primera persona

Alex (nombre ficticio) es lesbiana, tiene 30 años y es periodista. También es usuaria de medicación psiquiátrica, lo que hace que tenga menos deseo sexual del que debería “en términos normales”.

¿De qué forma pesa sobre vos la presión de tener que cumplir con ciertas expectativas con respecto a tu performance sexual?

Pesa desde todos lados. La mayoría de las veces es algo autoimpuesto. Por lo general no es un pedido explícito, es un prejuicio mío sobre lo que siento que le va a pensar la otra persona si le digo que no y si eso le va a hacer sentir bien o mal. Otras, es más una insinuación que me cuesta rechazar. Y termino diciendo: "bueno, ya fue". En ocasiones es un esfuerzo, una respuesta a lo que siento como demanda. A veces, realmente, solo tengo ganas de que me acaricien el pelo mientras me duermo.

¿Cómo sentís que esta demanda se intersecciona con tu experiencia como usuaria de medicación psiquiátrica?

Estando medicada es difícil explicar ciertos procesos, ciertos días tristes, cierta necesidad de contención, sobre todo si no "salís" con alguien que te haga sentir cómoda para salir del closet de la medicación. No tengo ganas de decirlo, ni dar explicaciones, ni contar cosas que considero íntimas. Y esa intimidad también es sexual, también es genital. Me refugio en el rol más activo porque me divierte, se me da naturalmente y me da placer. Pero me cuesta dejar a alguien que literalmente -entre- porque también es cierto nivel de vulnerabilidad, de darme lugar, de que se me muevan cosas. Si la otra persona me demuestra calentura, aunque a veces no tenga del todo ganas; me gusta dar placer. Es un bajón a veces, porque es medio automático, aunque generalmente la otra persona no lo nota y la pasa bien. A lo sumo después le digo que yo no quiero. Pero la verdad es que un poco te queda un vacío.

¿Sentís que por ser una lesbiana masculina hay más prejuicios sobre vos acerca de cómo deberías “desenvolverte”, sexualmente hablando?

Hay cierta expectativa sobre las "chongas" en las que, cómo con todas las masculinidades, se espera un rol, una performance. Te relacionas a través de ciertos estereotipos que son bastante binarios, exigentes, y poco equitativos. Es muy poco común encontrar una sexualidad disidente, incluso entre parejas LGBTIQ, que sea realmente desde otro lugar, en todos los planos.

Por más rancheo y menos performance del

Natalia (nombre ficticio) es mamá de un niño de dos años y medio con un pre diagnóstico de TEA. “Laburo nueve horas por día y la verdad cuando termino solo quiero ver RuPaul y dormir. Garchar ni se me cruza por la mente”, asegura. “Después de tener a mi hijo me costó mucho volver a tener sexo, en parte porque tuve una cesárea y estaba incómoda y también porque no me calentaba, no me sentía segura de mi cuerpo, estaba cansada y terminé cediendo porque me daba lástima mi compañero. Yo no quería ni tocarlo. Hace seis meses que no estamos juntos y no me he planteado estar con nadie. Todo el mundo me dice que me abra Tinder pero yo tengo menos líbido que una lechuga. Espero que se me pase, porque la verdad estaba re bueno cojer, pero ahora estoy en esta. Pero mi entorno me dice ‘sos re linda, inteligente, interesante, no desperdicies tu tempo’”.

Luisa (también nombre ficticio) tiene 21 años y toma medicación psiquiátrica desde los 16. Durante su adolescencia nunca experimentó deseo sexual debido a este tratamiento, sin embargo, “como se acercaba quinto año”, sintió la presión externa de tener que experimentar en este campo. “Ni siquiera quería masturbarme, pero tuve sexo muchísimas veces y nunca sentía nada, en esos momentos tenía que fingir y lograr que mi mente se vaya para otro lado”. Cuando creció siguió teniendo la misma falta de deseo, lo que se convirtió en un problema con su pareja, que trataba de convencerla de que deje su tratamiento: “Si fuese tan simple lo hubiese dejado”, reflexiona. “Me expuse a situaciones de mucha violencia porque yo intentaba encontrar ese placer, a pesar de sentir rechazo”. A los 20 su médico le retiró la medicación y sintió un boom: “en ese momento entendí por que a la gente le gustaba tanto coger”, recuerda. Sin embargo, volvió a su tratamiento porque necesita seguir “con esas muletas” para cuidar su salud mental.

Marcia tiene 37 y es de La Plata y recientemente se separó de su pareja, con quien estuvo siete años. “Me pasa de tener la libido baja. Principalmente por eso tuve problemas con mi compañera, nunca supe manejarlo porque entiendo que para alguien debe ser frustrante no poder garchar con su vínculo. Pero sobre todo, lo que más me pesa es la constante presión de mis amigues para que busque a alguien con quien hacerlo, y más ahora, que cortamos. Con mi ex tenia peleas por esto casi todos los meses. Ella contaba los días que no cogíamos. Yo trataba de buscar justificaciones para no lastimarla, pero ¿cómo le decís a alguien que no te calienta? Después le pude decir que estaba viviendo este proceso y que ella no tenía por qué quedarse conmigo si quería otra cosa. Pero no solo me pasaba con ella. Como que se me cerró una perillita. Estoy más en la búsqueda de la ternura”, cuenta. “Tengo una teoría”, explica, “siento que con las luchas por la aceptación de la diversidad sexogenérica se empezó a hablar más de la sexualidad en diferentes ámbitos y eso fue generando la imposición de coger todo el tiempo con todes. Y no me acostumbro a esta nueva dinámica”.

Liberación sexual de la reproducción social

emma song es feminista pro-sexo, activista de la disidencia sexual e investigadora dedicada a la teoría queer que ha estudiado el sexo como afecto. A la hora de hablar sobre la alonorma, sugiere que hay que analizar que lo que se articula con la sexualidad tiene que ver, más precisamente, con un tipo de sexo en particular. “Ese sexo no es cualquier sexo, sino es el sexo reproductivo. Por más que haya sexo entre personas que no sean heterosexuales, también tendríamos que tener la precisión de que tampoco se vive fuera de esa norma heterosexual o heteronormada. Y que, por lo tanto, los dispositivos con respecto a la sexualidad van a funcionar de la misma manera”.

¿Qué significa que todo sexo tenga como horizonte la reproducción? ¿De qué reproducción hablamos?

Todo sexo es sexo reproductivo. Independientemente de que las personas biológicamente se puedan reproducir o no. Creo que cuando una siente la presión, esta sensación de sentirse completamente presionada a tener sexo, es porque lo que estás buscando es esa articulación específica normativa. En última instancia, las personas no están buscando solo sexo. Se busca la expectativa de una pareja. Y una pareja en términos reproductivos. Que no necesariamente es tener hijos.

Entonces, en ese sentido hay que pensar que, muchas veces, cuando se habla se alosexualidad, se lo piensa como sexo con fin reproductivo. Y ese fin reproductivo no solamente -y esto es muy importante aclararlo- tienen que ver con tener descendencia o hijos, sino de reproducir un modelo específico de vínculos sexuales y afectivos. Que en una misma instancia tienen el horizonte normativo del matrimonio. Parejas monógamas, exclusivas en sus afectos y en sus emociones y que, necesariamente, van a formar un núcleo económico específico, que se va a tratar de mantener a cualquier costo y de cualquier manera. Y reproduce una manera específica de habitar la sociedad, que es la que podríamos denominar “normal” o “hegemónicamente normal”. Ahí ya me pregunto ¿la presión es tener sexo o la presión es tener sexo reproductivo? Es la primera pregunta que yo me haría en ese tipo de contexto. Si la presión es tener sexo como si el sexo fuera una actividad que una persona medianamente capaz debería llevar adelante, o es tener sexo como medio para establecer vínculos determinados, que esos vínculos determinados tienen un marco normativo específico. Porque hay otro sexo, que no necesariamente es eso.

¿Cómo opera esta norma concretamente?

En la alosexualidad se solapan, precisamente, el sexo reproductivo y la obligatoriedad afectiva de tener que establecer un vínculo con una sola persona y de una determinada manera. El mandato de tener una pareja, de establecer un vínculo afectivo, de sentirte que estás siendo parte del mundo, implica esa obligatoriedad (sexual). Implica incluso un montón de dispositivos que tienen que ver con cómo presentarse frente a la otra persona, no solamente en términos de disponibilidad sexual, sino también de disponibilidad afectiva. Me parece que muchas de las obligaciones que aparecen o se sienten como tal tienen que ver con tener una pareja. Porque hay personas que se la pasan cogiendo con un montón de gente y también tienen la misma presión de cuándo sí van a tener una pareja. Sobre todo en una sociedad donde, si bien pareciera que -y esa es la gran enseñanza que nos dejó Foucault- todo el tiempo se habla de sexo y todo el tiempo el sexo está presente, es precisamente para controlarlo. Va a decir Foucault que ni siquiera es controlarlo, es producir un sexo en particular. Y esa producción de un sexo en particular, en términos políticos, implica que lo podés gestionar en términos de Estados y naciones. El sexo es lo primero que se va a regular y es lo primero que va a aparecer para que tengamos un tipo específico de sexo. Que, paradójicamente, desde finales de 1800 se tiene que parecer a la familia burguesa reproductiva, que es heterosexual.

¿En ese sentido, la asexualidad puede leerse como algo disruptivo?

Sí, sin dudas

Vos te definís como feminista “pro-sexo” ¿Qué quiere decir puntualmente ese término? ¿A qué apunta su activismo?

El feminismo pro-sexo es el que está a favor, básicamente, del trabajo sexual y la pornografía. De cualquiera de las industrias del sexo. Y, aparte de eso, que es lo más conocido del feminismo pro-sexo, en realidad lo que quiere es poder instalar una agenda erótica pública hacia los cuerpos feminizados y hacia los cuerpos que parecieran no tener acceso al placer sexual por X o B motivos. Ese tipo de cuestiones. Tiene que ver con esos lugares. Con habilitar lugares donde el sexo, como placer sexual, pueda ser habitado en cualquiera de sus manifestaciones bajo cualquiera de sus variaciones corporales y bajo las incomodidades que la gente quiere habitar. Porque tener un espacio donde la incomodidad aparezca, también es importante.

¿Qué puede decir el feminismo pro-sexo sobre la alosexualidad normativa?

Yo lo diría de esta manera: si por alosexualidad entendemos que es una obligatoriedad normativa con respecto al sexo reproductivo, que no es solamente el sexo en términos de reproducción de otra vida, de descendencia, sino también es reproducción económica, también es una articulación normativa de acuerdo a cómo deberíamos vincularnos sexual y afectivamente con otras personas, sea la identidad que sea que se habite. Si esa es la obligatoriedad que marcamos cuando marcamos como una norma la alosexualidad, estamos de acuerdo, porque precisamente apunta a sostener ciertos vínculos sexuales que también son afectivos para aportar al sostenimiento de una sociedad específica con normas muy específicas con respecto al sexo y a los afectos.

Mäs sueños de libertad y menos normas.

Varios memes sobre esto andan dando vueltas por las redes. “Cuando estás en la fiesta y solo pensás en cuánto te va a costar el UBER para volver”, “Cuando a los 15 años tus papás te castigaban no dejándote ir a bailar y ahora quedarte en casa te parece un planazo”, la señora que está metida adentro de su cama con un gato encima y 25 colchas que dice: “hoy no puedo salir, tengo planes”. El humor vehiculiza de forma simple sentires populares que tienen subtítulos mucho más complejos. ¿Podremos alguna vez ponerle palabras a estas sensaciones? ¿Invitar a alguien a ver Netflix y REALMENTE ver Netflix? ¿O abrigarte con una manta un sábado a la noche y no sentir que deberías estar haciendo otra cosa? Así como se está instalando la narrativa de que los afectos amistosos son tanto o más sostenedores que los vínculos sexoafectivos normativos, o que nos cuidan les amigues y no la policía, ¿podremos instalar(nos) la idea de que la cucharita puede ser mucho más íntima que la tijera? ¿O que no estar interesada en la penetración no es algo patológico?