“En estas tres décadas de discos, territorio y tiempo fueron los temas y cuestiones que me obsesionaron. Esta obsesión permanece. Soy esa obsesión”, dice Liliana Herrero. Las formas que fue tomando esa obsesión pueden rastrearse volcadas en una quincena de discos, que abren universos sonoros siempre en búsqueda, que cambian y a la vez permanecen en Todos estos años... Así, con puntos suspensivos, eligió la entrerriana llamar a la celebración de sus tres décadas de discos. Será este viernes y el próximo, siempre a las 21, en la sala Caras y Caretas 2037 (Sarmiento 2037), en lo que presenta como “una experiencia en la canción popular argentina”. Una experiencia que en todos estos años se mostró hecha de autores fundantes y de un modo nuevo cada vez de “ponerlos en otro lugar”, según la frase de cabecera de la intérprete con la que ya la cargan los músicos de su banda.   

Será en junio, porque en junio de 1987 salió ese primer disco que llevó su nombre y que su amigo Fito Páez se empeñó en que grabara, en tiempos en que dictaba clases en Rosario, en la Facultad de Humanidades y Artes y en la de Abogacía. Será junto a los músicos que forman activa parte de esa experiencia en la canción, en un trabajo siempre pensado como colectivo, desde su misma concepción: Pedro Rossi en guitarra, Ariel Naón en contrabajo, Mario Gusso en percusión, y en la primera fecha, Martín Pantyrer en clarinete bajo. Será junto a aquellos que representan “los que están viniendo”, algunos entre tantos posibles: los cantantes Nadia Larcher, Araceli Matus y Abi González, el pianista Mariano Agustoni, el bandoneonista Federico Siksnys y el percusionista Agustín Lumerman (integrante del ensamble Chancho a Cuerda). Y será también, de algún modo, volviendo a tomar impulso de aquel primer disco y las circunstancias que lo rodearon, ya que el próximo disco en el que ya piensa estará compuesto de temas de Páez.

“Cuando celebré los veinte años, hicimos múltiples actividades simultáneas, eran otros los tiempos. Ahí lo que hice fue convocar a algunos de antiguos compañeros con los que compartí el escenario o los discos”, repasa la cantante. “Esta vez, elegí poner un pequeño muestreo, un mínimo panorama de músicos que incluso apenas si conozco personalmente, y otros a los que he ido a ver muchísimas veces, todos admirados. Son los que están viniendo”, explica.

–¿Y cómo armó ese panorama entre tantos que “están viniendo”?

– Es uno entre cientos posibles, casi al azar. Los otros días conversamos largamente con el Pinocho Routin, un músico extraordinario del Uruguay, que conmemoraba en el Teatro Solís de Montevideo sus 35 años de escenarios. El teatro rebalsaba, fue una experiencia preciosa. Y él me decía: lo que más me preocupa es que, si fuera por mí, tendría por lo menos cien acá arriba conmigo. A mí me pasa lo mismo. Terminamos consolándonos mutuamente, llegando a la conclusión de que finalmente terminás eligiendo casi al azar, con algunos fundamentos que ni siquiera te alcanzan. Lo que sí me alcanza a mí es que en este Todos estos años... estuve siempre dispuesta a establecer un diálogo con el pasado y con lo que viene. Por eso también me importan los invitados que quiero que estén en la platea y que también son parte de todo esto.

–¿Quiénes, por ejemplo?

–He invitado a Teresa Parodi, a Juan Falú, para que se sienten en la sala como autores. Allí estarán también, de alguna manera, Yupanqui, el Cuchi Leguizamón, Leda Valladares con sus recopilaciones, Raúl Carnota. Todos ellos son homologables, a todos ellos los he cantado. En fin, me metí en un atolladero, que supone una densidad artística, cultural y por qué no política. Así es la historia, con ese pasado neblinoso que traemos como podemos hacia nosotros, que sabemos que además persistirá en su riqueza artística, y que nos está esperando siempre. Las conmemoraciones son angustiantes porque señalan el paso de tiempo, pero al mismo tiempo tienen que señalar tanto las búsquedas pasadas como las actuales...

–¿Cuáles es la suya, hoy?

–Hoy estoy empeñada en hacer un disco con diez temas de Fito, para mí claves en la memoria musical de este país. No sé qué sonoridad tendrá, ni cómo lo voy a armar, si será con cuerdas, con caños, no tengo la menor idea. A mí me lleva un año pensar cada disco. Lo que sé, es que estará Fito. He estado pensando mucho en sus textos y en sus músicas, y son claves. Fito es un testimonio extraordinario y esto es ineludible. Eso está más allá de la amistad que nos une, o del hecho de que haya sido una figura clave para que sucediera todo esto que sucedió en Todos estos años...

–¿Por qué dice que fue clave? 

–¡Porque él fue el que inventó todo esto! (risas). Fue quien propuso grabar un disco. Así empezó todo: Vamos a hacer un tema, vamos a Buenos Aires y hacemos un demo, te volvés a Rosario y armás una banda. Yo estaba dando clases, había vuelto a la universidad con la normalización democrática. ¡Ni siquiera entendía por qué él quería hacer eso! Me parecía que era un delirio de Fito, que por supuesto seguí encantada. Y que me metió en un camino y una búsqueda que tal vez hubiera tenido, pero no hubiera consumado como una “carrera” traducible en discos físicos. Esta vez Fito no va a poder estar porque está de gira y grabando un disco afuera. Seguimos fantaseando con hacer un concierto los dos juntos, mezclando sus treinta años de Giros y mis treinta años con la música.

–¿Qué otras figuras clave aparecen en el repaso?

–Haber conocido a Guillermo Klein también fue muy importante. O haber hecho dos discos y miles de conciertos con Juan Falú. O haber trabajado mucho tiempo con Nora Sarmoria, con Lilian Saba... O aquella locura que hicimos en el Club del Vino, con Cristina Banegas, Lidia Borda y Diego Rolón, que se llamó Veladas criollas...  Fueron muchas las figuras y los momentos tan claves como preciosos. 

–¿Y Gerardo Gandini?

–¡Claro! Ahí hay otra experiencia preciosa de Todos estos años..., y no me importa para nada que haya sido inconclusa. Suena en ese disco adjunto a Imposible, que se llama Tres tangos errantes, que es casi una improvisación que hicimos en un estudio, porque sí, y porque sí dejamos de hacerlo. Aparecen en una cena donde estaban, recuerdo, Ricardo Piglia, Fogwil, Horacio (González), y de repente alguien dice: “Che, ¿por qué no hacemos un disco solo con temas de Gardel?”. Fuimos un día, hicimos tres temas, dijimos “mañana seguimos” y nunca más volvimos. Es lo que pudimos hacer en ese momento. Y finalmente es eso un disco: lo que pudiste hacer en ese momento.

Territorio y tiempo

“Me acuerdo de que el primer disco salió en junio del ’87, por eso yo estaba empeñada en hacer esta conmemoración en junio”, advierte Liliana Herrero. Y si la anterior celebración fue Todos estos años de gente, diez años atrás, esta vez es Todos estos años... “Esos puntos suspensivos señalan una ausencia, la de Spinetta. Aquella vez le pedí permiso a Luis para usar su frase, él fue y cantamos ese tema. Porque él está para siempre, claro, pero físicamente ya no está. Entonces le puse un subtítulo, tratando de pensar lo que he tratado de pensar en estos treinta años. Y son esas las dos palabras sobre las que sigue girando todo: territorio y tiempo. Por eso digo que soy esa obsesión”.   

–¿Cómo es eso?

–En relación al tiempo, cómo no abandonar aquello que sucedió, cómo dar ese salto temporal desde “los que nos están esperando”, como siempre digo en relación a los grandes autores. Sin copiarlos, porque se transforman en un mito y te devoran, apostando a que el mito no es una potencia de captura, sino de libertad y creatividad. Lo cual no quiere decir que haya progreso: no creo que en el arte haya progreso. Al final, estamos dándoles vueltas siempre más o menos a las mismas cuestiones; a la condición humana misma, si se quiere. Lo que realizo sobre esas grandes obras no es mejor que el original. Es solo una grieta abierta ahí para decir “saquémoslo de ahí y pongámoslo en otro lugar”. Es una potencia, una posibilidad que te da la misma obra. La del Cuchi, la de Yupanqui o la de un contemporáneo como Juan Falú.

–¿Que está ya en la obra?

–No lo sé. Eso es un dilema. A mí me estimula a hacer algo, a encontrarle algo. No es esencia. Para mí, sacar una cosa de un lugar y ponerla en otro son pequeñas revoluciones. Es linda esa idea, así se llama un disco de Teresa Parodi. En la obra y en mí misma. Y con eso, diría Ricardo Bartis, apenas si movemos el amperímetro. A mí no me alcanza. Pero insistiré en eso. Y trataré de que cada vez sea más grande el movimiento. Es eso... ¡o vayamos al taller de entusiasmo de Alejandro Rozitchner!

–¿Le gusta la idea de “entusiasmo”?

–Yo tengo entusiasmo, pero el entusiasmo no consiste en la felicidad sin más, como si su posesión fuera una especie de acto voluntario. Me entusiasmo cuando logro poner una traba a la maquinaria. Llámese industria, mercado, televisión. Y el arte es eso, un obstáculo a la maquinaria. Ese es mi entusiasmo. Que no venga  Rozitchner a hablarme de entusiasmo, porque yo no quiero pintar gris sobre gris, no quiero reproducir la maquinaria, quiero ponerle un obstáculo. A veces lo logro, a veces no. Esos son los pequeños movimientos que creo que hay que hacer. De este modo, sí, me sigo entusiasmando. Me entusiasma pensar en que se pueden hacer estallar las cosas. Me entusiasma pensar a la música como una promesa de comunidad libre y emancipada. Esa voluntad no se ha apagado en mí. Cuando combato a la mayoría, por no decir todas, de las medidas de este gobierno, me siento aquella militante que tuvo en algún momento 16 o 17 años. En ese sentido, sí, yo soy una militante. Y eso me entusiasma profundamente.