En la década fría de los ´90, de pronto “brotó ese yuyo verde”, como dice Homero Expósito en el tango. Y así, la conquista del género dejó de pedir permiso, en el decir de la rima con naftalina.

Cuando la crucé en la oscuridad de la escalera, de pronto tomó la velocidad luz del cuerpo celeste, para cargar de energía el mito y dejar por 45 minutos lo cotidiano. La única forma de encontrarla es en lo intangible.

Aquello que queda en el imaginario colectivo ordena la transmutación de las épocas y solemos darnos una idea del tiempo, a través de una canción, una película o una voz particular. La Gata, sin necesidad de argumentarlo ni de explicarlo, es el Parakultural de los ´80 y el Chantecler con la orquesta de D’Arienzo, en los años ´40.

Es la expresión de un mundo interno desafiante para marcar la unidad del todo, plasmado en la sorpresa del tango conquistado por el rock.

La ruptura sensual de Adriana Varela, en aquellos años, vislumbra la esencia de la juventud. Y la flor marchita del tango renace en la tierra virgen como un arrabal de cuero. Lograr deconstruir y construir un género tan machistoide como el tango cantado, supone una cuesta arriba de luchas, críticas y elogios. Allí donde la visión divina de la astrología puede vencer todas las envidias y frustraciones terrenales.

“Dicen que lo verdadero no se olvida nunca”, así fue la primera vez que la escuché en el ´96. El orden natural de los astros en la constelación de la música popular, le dio conectividad, en la figura de Adriana Varela, a la generación que iba a los recitales de “Cemento”, con el prestigio del teatro Liceu de Barcelona.

En esta noche fría de café, la incertidumbre despega a una especie de inmensidad que viene llegando a las periferias, y la Gata viene al taller.

Por lo pronto el show es un hecho y el maestro Marcelo Macri, con su teclado, prueba sonido para el concierto sorpresa en honor a los que trabajan allí.

La silla inevitable la relaja en “Afiches”, y “la propaganda manda cruel en el cartel”. Pero queda en el deseo de este trabajador que escucha otro repertorio porque la Gata, esta vez, no lo cantó. Ahí, automáticamente recordé el epígrafe que leí en la infancia, en la luneta de un antiguo Opel K 180 : “Donde se trabaja, se vuela”. Éste lugar de trabajo hoy está volando; canta la Gata Varela.

De pronto, siento el perfume de su presencia en el Luna Park, cuando Charly presentó Piano Bar en el año 1985. Quizás esa conexión es un homenaje de la metafísica para que ella hoy deje al hierro temblando, en el taller, con su verdad.

Bajando las luces se siente ya la presencia en lo alto, de la que dice ser de Avellaneda e hincha de Independiente. La carta natal se metió por la ventana de este encuentro y la astronomía se asoma para investigar que pasa.

Durante la introducción del tango “Las cuarenta” me distrae el recuerdo de aquella leyenda de los trabajadores del Riachuelo. Allí se anuncia, en un presagio, que con la intuición universal una conquista prende el faro de la soberanía cultural argentina. El escenario es la costa Rioplatense y en el Uruguay resuena la fusión con el candombe, que acompaña la voz de Adriana Varela. En cielo celeste y blanco, con la antorcha del infierno suburbano, pide corazón de pueblo en la riña poética.

Alguna vez escuché, en la previa de una performance de Batato Barea, que el rock es el tango con prejuicios y viceversa.

El trabajo astral de una artista como Adriana, es la síntesis de varios planos conectados en un mismo espíritu que nivela lo etéreo y lo físico. El espacio íntimo se enfoca en ella y todo a media luz va unido a la cultura del trabajo.

La obra de la Gata Varela es un misterio, como todo lo que brilla en el universo, pero transmite lo impenetrable sin ocultar nada. Durante el concierto siempre el público la acompaña, pero ella sabe que los que tiene cerca son fragancias del mundo invisible. Esas presencias representan alianzas que no la abandonan.

Ya entrando las 23 horas, todo va cerrando y están de fiesta “Los cosos de al lao” porque la Gata, como la bautizó Cacho Castaña, emocionó en un taller de barrio. Lo percibo y me conmueve, que sus metamorfosis espirituales, desde aquel instante que la escuché por primera vez, fueron desde adentro hacia afuera. Sus músicos son los grandes valores de hoy y de siempre, haciendo una analogía simpática con ese título, al tango “Viejo smoking” y al peluquín caoba. La conquista de ella fue cautivar tanto a Cadícamo como a las generaciones jóvenes. Y cuando digo jóvenes, hablo de muy jóvenes.

El polaco Goyeneche, ya casi cerrando el grifo de la vida terrenal, vio la llama de la verdad y, en la última curva, la anunció con confianza.

La piba no tenía idea de lo que venía y el escenario pudo ser la sublimación a las fobias. La rima del rock ascendió a la verdadera rebelión de reformar la matriz tanguera. Por asociación me vienen canciones con Jaime Ros, Serrat, Sabina y tantos otros.

El volumen artístico de Adriana Varela, es más que una voz que representa a la Argentina en el mundo. Parece ser que el obelisco le dijo: “Flaca, no te vayas, quedate acá. Con la única que me animo a bailar es con vos”.