La curiosidad es como una puerta abierta que invita a pasar. La filósofa y socióloga eslovena Renata Salecl, una curiosa intrépida que combina diversos saberes con una habilidad radical para alcanzar profundidad y precisión, empezó a vislumbrar que en este mundo de “información masiva” la sabiduría está cada vez más devaluada. Entonces se dio cuenta de que el concepto de ignorancia debía ser revisitado para indagar en el papel esencial que puede cumplir en la vida cotidiana o ante eventos traumáticos en los que los sobrevivientes necesitan dejar “el pasado tranquilo”. En Pasión por la ignorancia, el cuarto libro de Salecl que publica la editorial Godot, revela cómo durante su infancia la muerte de su abuelo paterno, asesinado por los comunistas en 1946, era un asunto del que simplemente no se hablaba. Invitada a la Feria de Editores (FED), que se realizará desde este viernes hasta el domingo, la filósofa y socióloga eslovena confiesa en la entrevista con Página/12 que le gustaría encontrar los huesos de ese abuelo.

El psicoanalista francés Jacques Lacan usó el término “pasión por la ignorancia”, tomado de la literatura budista, según recuerda Salecl, para describir cómo sus pacientes hacían todo lo posible para evitar reconocer el motivo de su sufrimiento, aunque la mayoría acudían a él porque supuestamente quería comprenderlo. “La ignorancia de esta época está relacionada con la manera en la que obtenemos la información”, subraya la filósofa, socióloga y teórica jurídica, investigadora en el Instituto de Criminología de la Facultad de Derecho de la Universidad de Liubliana y profesora en el Birkbeck College de la Universidad de Londres. “Cada vez recabamos menos información por parte de profesores o científicos y más información de las nuevas redes sociales, por ejemplo de los influencers que comparten su opinión y no sus conocimientos. Así creamos una especie de fantasía de conocimiento, pero nuestro mundo, sin embargo, está limitado”, agrega la autora de Angustia (2018), su primer libro traducido al español; El placer de la transgresión (2019) y La tiranía de la elección (2022).

El peligro de las fake news

-En una parte de “Pasión por la ignorancia” señala que lo que une a los personas hoy no es el hecho de cerrar los ojos ante la verdad, sino el ignorar qué es verdadero y qué no. ¿Qué consecuencias tiene que no se pueda distinguir lo que es verdadero de una fake news?

-Hay dos problemas: el primero es que nos interesa menos saber qué es realmente cierto; tenemos una percepción relativa y todo está abierto a la interpretación. Hay personas que creen que la guerra en Ucrania no es cierta. O no creen que el Covid exista y hay movimientos que sostienen que todo lo que tiene que ver con el virus es algo inventado y forma parte de las fake news. También hay movimientos que niegan el cambio climático; hay un aumento del número de personas en Estados Unidos que cree que la tierra es plana, los llamados terraplanistas. Hoy todo el mundo es capaz de crear su propia verdad. El segundo problema tiene que ver con las fake news y las teorías conspirativas, que son medios para manipular a las personas, mantenerlas en la duda y generar conflictos en la sociedad. De esta manera se logra dividir a las personas y que no presten atención a lo que sucede. Un ejemplo es lo que ocurrió en Estados Unidos en las últimas elecciones; cómo Rusia utilizó determinadas fake news para generar conflictos en la sociedad estadounidense. Son muchos los países que utilizan las fake news como una herramienta política, lo que implica un gran peligro. También se puede mencionar lo que sucedió en Europa con el Brexit; cómo se manipuló lo que la gente pensaba y cómo se usaron mentiras para convencer a las personas para que en el Reino Unido ganara la opción de salir de la Unión Europea.

“Los huesos de mi abuelo”

-En uno de los capítulos del libro revela que nunca fueron encontrados los restos de su abuelo paterno y cuenta que hoy se siguen desenterrando huesos en los bosques de Pohorje, en el Norte de Eslovenia, que “son muertes y crímenes sin un cierre definitivo”. ¿Le importa encontrar los huesos de su abuelo o con la tumba vacía que construyó su familia es suficiente?

-Me gustaría encontrar los huesos de mi abuelo; en mi familia fui la primera que tuvo que lidiar con este trauma. Mis padres, que lamentablemente ya fallecieron, necesitaban sobrevivir y seguir adelante. Mi padre, cuyo padre fue asesinado por los comunistas, no es que quería olvidar, sino que necesitaba no enfocarse en el trauma. Yo fui la primera que tuve que lidiar con la historia familiar y comencé a recabar información sobre la matanza…. Te quiero contar una anécdota. Un amigo en Bosnia, que es profesor de Derecho, me mostró un pueblo donde habían vivido 300 personas. Todas fueron asesinadas, excepto una, en la guerra de los Balcanes. El pueblo continúa vacío. Durante su vida adulta, mi amigo se concentró en buscar los restos de su padre; su tarea en la vida era darle un cierre a esa historia. Finalmente encontraron los huesos del padre en una fosa común y para él fue más doloroso encontrar lo que estaba buscando porque la búsqueda era lo que lo mantenía en pie. Cuando los huesos de su padre aparecieron, sintió un gran vacío; no existía más el propósito en su vida y tenía que enfrentar esa pérdida.

-Cuando visitó “Little Bosnia” en Saint Louis, Estados Unidos, una mujer refugiada bosnia le dijo: “Siento que tengo cien años por lo que viví. No es que me haya olvidado. No quiero recordar”. ¿Cómo funciona este tipo de ignorancia voluntaria?

-Friedrich Nietzsche decía que la sociedad tiene como una especie de olvido activo, que a veces es necesario para avanzar. No es que algo sea negado, sino que se pretende que no sea el centro de atención. Y esto sucede con los bosnios que sobrevivieron y viven en Estados Unidos. Hay dos tipos de ignorancia: por un lado la ignorancia de las víctimas directas de violencia, que intentan eliminar de su consciencia algunos recuerdos que después suelen emerger cuando sucede algo más banal o tienen un accidente; por otro lado los hijos de las víctimas, que crecieron escuchando las historias del pasado, tienen una ignorancia deliberada porque no quieren lidiar con ese pasado de manera constante; buscan avanzar, progresar y mejorar sus vidas. Cuando hablo con personas jóvenes que nacieron durante el conflicto, o incluso después, no quieren hablar sobre la guerra ni llevar la carga del trauma que domina sus vidas.

La negación en alza

En un capítulo del libro define a Slobodan Milosevic como “un maestro de la negación” que le exigió a un periodista de la BBC, que testificó en el juicio en La Haya, que admitiera que “no había visto ni rastros” de las fosas comunes en Kosovo. “Los serbios no quieren lidiar con su propia agresión y lo que ocurrió con el régimen de Milosevic en la antigua Yugoslavia. Las sociedades agresoras se niegan a enfrentar su parte en la historia; a Alemania le llevó bastante tiempo admitir que fueron agresores en la Segunda Guerra Mundial. Es lo que sucede en Estados Unidos con respecto a los ataques a Irak y Afganistán; no quieren asumir cuál es su papel como agresores en esos conflictos”, reflexiona Salecl. “En muchos países se intenta dejar de lado cualquier genocidio, por ejemplo el genocidio armenio. Turquía no quiere reconocer que eso pasó y si alguien lo hace luego es perseguido por el gobierno turco”.

La filósofa y socióloga eslovena plantea que en muchos casos se rechaza revisar el pasado por los vínculos con regímenes anteriores, y cita el ejemplo del expresidente de Chile, Sebastián Piñera, que estaba “muy ligado” a la dictadura de Augusto Pinochet. Otra cuestión, vinculada con el negacionismo, es que se tiende a relativizar la violencia en la lucha por admitir los números, como la cantidad de judíos asesinados en la Alemania Nazi o la cantidad de desaparecidos en la Argentina. “Hoy en día existe lo que se llama ‘fatiga por compasión’ cuando las personas no quieren sentir más compasión y dejan de prestar atención, que es el riesgo que se corre con la guerra en Ucrania”, advierte Salecl.

-Hay un capítulo del libro dedicado a la genética. ¿Cómo se lidia con la información que puede suministrar sobre nuestras vidas? ¿En este terreno también es necesaria la ignorancia voluntaria, por ejemplo elegir no saber qué enfermedades se podría tener en el futuro?

-Le pregunté a mis estudiantes, en caso de que existiese una prueba para saber si van a tener Alzheimer, si les gustaría hacérsela o no. La mitad dijo que sí y la mitad que no. Y luego les pedí que me explicaran porqué; muchas veces la respuesta es el amor. No quieren saber porque si tienen Alzheimer van a tener miedo de enamorarse; pero también el amor es usado como ejemplo por aquellos que sí quieren saber porque dicen que de esta manera van a amar más antes de que el Alzheimer afecte sus vidas. La respuesta es muy individual; depende de quién sos, si alguien depende de vos; el nivel de angustia que tenés; si sos capaz de enfrentarlo o no; cuán catastrófico te parece el futuro y también depende de qué es lo que percibís como importante en tu vida. El amor es algo que se menciona mucho y las personas tienden a decidir en función de cómo quieren que sea su vida amorosa.

-¿Le gustaría saber si va a tener Alzheimer?

-Sí. Me gusta mucho la medicina; es un hobby para mí, tengo muchos amigos médicos y me interesa saber sobre el progreso de la ciencia. Soy autodidacta como investigadora médica; pero comprendo que la vida cambia cuando tenés información sobre alguna enfermedad. He hablado con muchos genetistas y me contaron que las personas que se enteran que tienen una disposición genética hacia determinada enfermedad, sobre la que no se puede hacer nada al respecto, deciden hacer cambios en su vida como comer de manera más saludable porque piensan que pueden tener un futuro mejor, aunque los médicos y los científicos le digan que no hay manera de modificar aquello que nos espera.

 

* El sábado 6, a las 19.30, en la Feria de Editores (FED), la psicóloga Alexandra Kohan entrevistará a Renata Salecl en una conversación titulada “El psicoanálisis como resistencia a la doxa”. Complejo Art Media (Av. Corrientes 6271), con entrada libre y gratuita.