Supóngase que el mundo no es el real, sino el de la macroeconomía neoclásica, es decir; un mundo lleno de supuestos imaginarios, en el que la lucha de clases no existe. Tampoco existe el poder ni se hacen explícitos los intereses divergentes de los actores colectivos. El entorno es puro, ideal, aséptico. Existen sí, distintas ideologías que sirven como guía para el ejercicio del gobierno y de la política económica. Pero una de estas ideologías, la neoliberal, es inmanente, endógena. La primera pregunta, siempre en el entorno propuesto, es qué debe esperarse, a priori, como estereotipo, de las acciones de un gobierno neoliberal. Seguramente, en base al discurso, no se tardará en acordar en dos dimensiones que le serían propias. En lo político la idea central es el republicanismo; el respeto irrestricto a la división de poderes y, en general, a la autonomía de las instituciones. En lo económico el estereotipo es aun más simple, la austeridad asociada a un Estado pequeño, subsidiario y con “finanzas sanas”; ese gran malentendido de la teoría convencional.

 Vale aclarar que estos estereotipos no son el neoliberalismo, sino lo que el neoliberalismo realmente existente dice que es. Abandonemos entonces la caverna, donde, como se sabe, sólo pueden apreciarse las sombras de lo real y salgamos al mundo. Apenas se hizo cargo del gobierno, la Alianza PRO nombró jueces supremos por decreto. La acción no podía ser más violenta para con los principios esgrimidos. El hecho es conocido, pero el republicanismo no alcanzó a durar siquiera un mes. Desde entonces el Ejecutivo no paró de operar sobre el resto de los poderes, pero su eje predilecto fue el judicial, un poder que hizo de la persecución política a los opositores un modus operandi. Al mismo tiempo mostró una notable morosidad en el combate contra la corrupción “nueva”. No hace falta cargar las tintas con las amenazas de juicio político a los jueces que se animaron a fallar en contra de alguna decisión oficial, o sobre la injerencia descarada en el Consejo de la Magistratura. Son materias que pueden leerse en otras páginas. El punto en cuestión es que del primer estereotipo no quedó nada.

 Luego, también apenas asumido, Cambiemos declamó a los cuatro vientos que encontró un desastre administrativo y de corrupción, la famosa “pesada herencia”. Para afrontar la corrupción, quizá sobre la base de un know how inveterado, frenó la obra pública, aparentemente afectada por sobrecostos, lo que ayudó al derrumbe del gasto real en 2016 y buena parte de 2017. En materia administrativa, en cambio, multiplicó la superestructura estatal. Muchos organismos que funcionaban como simples secretarías o subsecretarías fueron promovidos a ministerios. Incluso lo que se suponía una simple acción de gobierno, a ejecutar desde diversos ministerios, el sobre promocionado Plan Belgrano, fue elevado a este rango. Se trató de una verdadera fiesta de apropiación del aparato de Estado para satisfacer las demandas de cargos para la extendida Alianza que llegó al poder. Un dato singular fue el carácter corporativo, en su doble acepción, del reparto ministerial. A cada sector empresario le tocó su ministerio y allí fueron con sus propios CEO, siempre con multiplicación de salarios, para que nadie extrañe el mundo corporativo, ahora sí en su exclusiva acepción empresarial. El nuevo gobierno efectivamente bajó el gasto en términos reales, pero cuidó siempre que la podadora pase por “el gasto de los otros”: obra pública ya licitada, jubilaciones, asignaciones y salarios, más recursos para seguridad social, salud, educación, y ciencia.

 Como permitía augurar la vieja fábula del perro que se muerde la cola, menos gasto agregado y recortes de salarios, gracias a la disparada inflacionaria que era tan fácil combatir por el lado monetario, derrumbaron el PIB y, con él, los ingresos públicos, lo que disparó el déficit fiscal. Dicho de otra manera; la poda del “gasto de los otros” fue puro sufrimiento social, destacándose todos las pruebas y error ensayadas por los supergerentes, sea en tarifas, en asignaciones por discapacidad o en la ferocidad de recortar cobertura de medicamentos a jubilados pobres.

 Luego de un año y medio de gobierno, el verdadero logro de Cambiemos es haber mejorado la rentabilidad de una porción acotada de la economía: el complejo agroindustrial, la minería, las firmas energéticas, las industrias metálicas básicas y las finanzas, pero al costo de hundir al conjunto. Dicho en el lenguaje de la primera CEPAL, agravando “heterogeneidad estructural” de la economía.

 Mientras tanto, la nueva toma acelerada de deuda posibilitada por el desendeudamiento de la década previa, otro de los datos de época, corrió en paralelo al déficit fiscal, no como su contrapartida, según se intenta justificar. Si los primeros años del kirchnerismo fueron ensalzados hasta por los neoliberales por los superávits gemelos, el gobierno de la Alianza PRO es claramente el gobierno de los déficit gemelos. 

 En el éxtasis de la droga del mega endeudamiento nadie parece percatarse que no aparecen señales de reducción estructural del déficit de la cuenta corriente, la verdadera clave del futuro de la economía, el verdadero indicador de cómo van las cosas. Desesperados por encontrar brotes verdes en el desierto recesivo, los ideólogos del régimen se entusiasman con el cambio de tendencia que muestran unos pocos indicadores sin advertir que se trata del rebote estadístico que se produce cuando comienzan las comparaciones con una base deprimida.

 Como nada funciona según lo previsto, como la deuda aumenta junto con los déficit gemelos, el futuro no presenta dudas. El gobierno se prepara para ajustar lo que al asumir desajustó. Filtra a la prensa que después de octubre reducirá el número de ministerios que al comienzo amplió y que reducirá el déficit que desde que asumió duplicó, lo que debería servir, quizá, para bajar la inflación que disparó. Es posible adelantar cuál será el gasto que recortará: el gasto de los otros. “Otros” entre los que es muy probable que se encuentre usted, lector. Es, dicen, lo que piden los “inversores internacionales”. Los mismos que en 2016 redujeron a la mitad sus inversiones en el país. El mismo país que, por suerte, volvió al mundo.