Desde Río de Janeiro

Hace dos semanas, con Brasil cubierto por una formidable y terrible sucesión de escándalos que cayeron como avalancha sobre Michel Temer y sus principales cómplices, el ex presidente Fernando Henrique Cardoso declaró con todas las letras que exigir la anticipación de las elecciones previstas para octubre del año que viene sería “un atentado a la Constitución” y “un golpe inaceptable”.

El pasado miércoles, dos días después de que su Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB) decidiera mantenerse aliado al gobierno nacido de un golpe impulsado precisamente por sus caciques, Cardoso cambió radicalmente de idea. Sin sonrojarse ni un milímetro se lanzó a una luminosa exhibición de un oportunismo descarado, señalando que el ilegítimo Temer debería tener la “grandeza” de renunciar y que se determine la inmediata realización de elecciones generales.

Vale la pena detenerse sobre algunos aspectos de ese brusco vuelco de opinión. Es imposible olvidar, por ejemplo, que el golpe institucional que en 2016 destituyó a la malograda Dilma Rousseff y sus 54 millones 500 mil electores fue armado por el mismo PSDB de Cardoso. Sin su pleno respaldo, la banda encabezada por el entonces presidente de la Cámara de Diputados y actual ocupante de una celda de la Policía Federal, Eduardo Cunha, no hubiese resultado. Nada hubiese ocurrido sin el comando clarísimo del senador Aécio Neves, presidente del PSDB que hoy espera, aislado y ansioso, por una orden de prisión a ser emitida por un juez del Supremo Tribunal Federal. Y todo eso ocurrió con el clarísimo aval de Cardoso. 

Temer, hábil conspirador en las tinieblas, no tiene estatura para nada: sería como pedirle a un pigmeo que barriese nubes. Ahora mismo ese veterano corrupto y permanente traidor está a punto de ser acusado por el fiscal general de la Unión por crímenes de corrupción, asociación ilícita y lavado de dinero, entre otras hazañas similares. 

Dilma Rousseff cometió una serie de desatinos en la economía. Desconoció claramente las reglas –muchas veces burdas y nada republicanas– del juego practicado en un sistema político de raíces podridas. Dejó claro que dialogar y oír consejos no forman parte de sus prácticas habituales. 

No cometió, sin embargo, ninguno de los crímenes de responsabilidad previstos en la Constitución para que un mandatario surgido del voto popular sea destituido. Temer fue su compañero de lista como parte de un espurio –e inevitable– acuerdo: a cambio del apoyo de su partido en las presidenciales, ocuparía la vicepresidencia. Y como él mismo se definió, sería un vicepresidente decorativo. 

Pues traicionó a su presidenta de manera abyecta, mientras cometía, él sí, un sinfín de delitos ya no “de responsabilidad”, pero crímenes considerados “comunes” por la legislación brasileña, inherentes a su consolidada trayectoria de corrupto crónico. 

Luego de haber ocupado el sillón presidencial gracias al golpe diseñado y comandado por el PSDB de Fernando Henrique Cardoso, siguió cometiendo lo de siempre, es decir, mantuvo su trayectoria de corrupto y corruptor. Hasta que lo agarraron. Todavía cuenta, o cree contar, con la complicidad de diputados en número suficiente para evitar su destitución y consecuente (e inevitable, si se respetan las leyes) prisión. Pero ya no cuenta con la unanimidad de los medios hegemónicos de comunicación y el empresariado.  Los dueños de capital quieren deshacerse de él tan pronto encuentren a un substituto aceptable, y más que nunca el país está a la deriva. Las inversiones se evaporaron, su credibilidad es nula, y crece visiblemente en la opinión pública un clamor de rechazo irremediable a él, sus cómplices y su gobierno.

¿Cuáles de esas razones produjeron el súbito cambio en la posición de Cardoso, quien supo ser el más fuerte defensor del golpe? 

En cualquier caso primó un oportunismo desaforado, sin duda alguna. Al pedir a un pigmeo moral como Temer que tenga “un gesto de grandeza”, Cardoso sabe que no hace más que tirar palabras al viento. ¿A quién quiere convencer?

Para la opinión pública, la desmoralización irremediable de Aécio Neves y del mismo PSDB será cobrada en la factura de las próximas elecciones. El llamado “sector joven” del partido lo sabe, y defendió, en vano, la ruptura con el gobierno que ayudó a instalar.

Cardoso, a su vez, conoce bastante bien a Temer, y sabe que él y sus secuaces se aferrarán a sus cargos a cualquier costo. Mantener sus fueros es su única posibilidad de escapar de la cárcel, al menos por ahora.

Lo más perverso de todo eso es que, mientras el país de hunde a cada día, persiste una pregunta que nadie sabe contestar: ¿cómo impedir que Lula da Silva participe de las elecciones anticipadas, que ahora hasta el mismo Cardoso reconoce como inevitable? 

Ni el PSDB, ni el PMDB y mucho menos los partidos menores disponen de un nombre capaz de participar en una disputa con Lula.

A menos, claro, que Cardoso, que cumple 86 años precisamente hoy, esté empezando a padecer de alguna especie de debilidad mental que le haga creer que sería un candidato viable.