Hacía varios minutos que el decano de la Facultad de Medicina de Rosario, Ricardo Nidd, trataba infructuosamente de terminar tres oraciones seguidas. Las interrupciones incesantes tensaban cada vez más el ambiente. “En nuestro país hay un protocolo de aplicación vigente. Entendemos que (el aborto) es un problema de salud, entendemos que puede haber otras perspectivas. La ley será dura pero es ley”, argumentaba Nidd. 

–La ley puede ser ilícita. ¿Usted está de acuerdo con el protocolo? –lo interrumpió en tono inquisidor el presidente de la Academia Nacional de Medicina.

–No es el punto –le respondió el decano, muy sereno.

–El protocolo no acepta la objeción de conciencia. Los médicos pueden llegar a tener un juicio penal por hacer una obstrucción –le increpó Luis Martí. Faltó a la verdad: ese derecho está contemplado en forma individual, aunque las instituciones deben garantizar que se cumpla con la práctica. 

–¿Usted lo acepta o no lo acepta? –le gritó alguien del público. 

–Si me dejaran ir al atril no tendría que darle la espalda –dijo Nidd. Desde un comienzo le habían negado la posibilidad de expresar su punto de vista desde el lugar de los expositores. Martí lo obligó a hablar desde el público. De pronto, Nidd pidió agua. Y como nadie se la alcanzó, se acercó al atril donde vio que había una botella pequeña. La abrió, se sirvió agua en un vaso, y la bebió. Y siguió hablando desde ese lugar, al lado del atril. Pero el presidente de la Academia no se lo permitió y como si se tratara de un niño desobediente, lo mandó inmediatamente con el público.

–Le voy a rogar que vuelva a su lugar –le indicó.