Era/es ella. Del otro lado del pasillo, sus manos acariciando las fotocopias, sus piernas que bailan, cruzan, descruzan la posibilidad cada vez que da vuelta una página.

Las partidas son regresos, incidentes en el mismo punto móvil. ¿Nos movemos? Podría argumentar que todo empezó en un bar de la Terminal de Tres Cruces. Habían sido 10 días en Valizas despegando, desprendiendo, destrabando lo indecible de casi medio siglo. Algo así como una limpieza de todo lo que había estorbado mi vida desde el fin de la adolescencia. Me había llevado una novela para corregir, pero el viaje existencial era tan inmediato, expansivo y claro en aquel pueblo donde el infinito se muestra en cada gota de mar, en cada grano de arena, que decidí no desperdiciar mi espacio/tiempo sosteniendo las copias de los escritos de los últimos dos años. Papeles. Desnudarse del oficio es indicio de libertad; es posible vivir sin palabras, dejar que sólo surjan actos sinceros y necesarios, todo se brinde sin el tráfico de medidas y convenciones.  No hay fronteras entre la inmensidad y la nada.

Es/era ella. El hombro tostado, la tenuidad en su piel morena. Todavía no le había visto el rostro, era la segunda coincidencia: también habíamos compartido el viaje el día anterior. Desde Valizas a Montevideo. Su anillo, la piedra oscura, ovalada, engarzada en alpaca y en su dedo medio. Sólo eso le había registrado: su anillo, una piedra facetada en varios planos. Estaba del otro lado del pasillo, en la fila anterior. Había subido detrás de mí y cuando terminé de acomodarme, ella ya se había quitado las zapatillas y estaba leyendo. Leía unos apuntes, serían unas doscientas páginas que estaban anilladas como si también se las hubieran fotocopiado en La Paloma, sonreía o movía la cabeza desaprobando, no sé.

Habían sido 10 días sin teléfonos ni internet, una sola tarde de lluvia y cielo gris, lo demás había sido ese roce pleno con el ser que no necesita trabajar. No había escrito nada, leído apenas las cartillas de los menús. Había puesto la novela en la mochila, la había empezado a releer casi obligado, tomando un café de la Terminal. Anunciaron mi viaje y fui hacia la plataforma. Subí, me acomodé reconociendo a la lectora, pero me quedé dormido escuchando algo del siglo pasado.

Brian Eno. 1M9. 5M4.3M1.

Desperté ya lejos de Montevideo, medio saliendo del sueño, aún con todos los destellos del atardecer en las dunas valiceras. An Ending (Ascent). Una tarde de marzo, varios cielos con copos de nubes, molinos de viento abandonados, horizontes sinuosos, taperas, palmeras, vacas buscando sombras. Todos los pasajeros durmiendo sobre el murmullo bamboleante del ómnibus, todos menos ella y yo. Su perfil, su cabello teñido algo de azul, su corpiño negro sobre su piel (morena), otro anillo, con una piedrita púrpura en su pulgar, la deliciosa planta de su pie izquierdo y las páginas leyéndose. Los sembradíos de soja subiendo las cuchillas al borde de la ruta, lagunas, arbustos nativos, maizales, el bretel deshilachado, el corpiño Frida Kalho, fardos redondos de pasto, mangas de cereales, casuarinas, el horizonte acariciado por los cables de alta tensión, sus rodillas asomándose de sus pantalones arremangados, elevaciones, otros maizales, otras vacas durmiendo al borde una laguna, sombras y mis ganas de hacerle cosquillas en el pie tatuado. Deslizamientos, viaje. Algo de sus pechos, colinas insinuadas, las fotocopias leídas mientras ella no deja de bailar en su asiento. El baile mostrándome un anillo plateado en el dedo medio de su pie derecho, una pantorrilla tatuada, no sé cuál. Las caderas de otra chica cruzando el pasillo para ir al baño. The Lovely Bunes.

Un arroyo, la remerita blanca sobre o bajo el corpiño, más soja, maíz, sorgo, alambrados, las mariposas pintadas en la espalda de la remera, otro anillo, más ancho ahora/entonces en el pulgar de su mano izquierda, un reloj acrílico, dos pájaros volando, una torre de señal telefónica, casas abandonadas en medio de la soja, colinas, colinas, un maizal casi encendido, caminos, otra página que da vuelta y baile. Una hilera de eucaliptus y al final, un destartalado molino de viento.

El chofer anuncia que llegamos a la frontera. Entonces/ahora la chica se da vuelta y me mira a los ojos. Un instante profundo y único. Se suspende cuando ella sonríe.

--Te olvidaste la novela en el bar de Tres Cruces. Cuando te alcancé, ya te habías subido. No te llamé porque viajamos al mismo lugar. Quise leer unas páginas de curiosa. Cuando me di vuelta estabas dormido. ¿Me la dejás terminar? Te la devuelvo al llegar a Rosario.