Una vez que terminó el recital, ya en el camarín, Arturo Sandoval reveló a un grupo de colegas argentinos lo que le aconsejaron en su juventud los maestros de la música cubana, y que terminó convirtiéndose en una de las máximas de su carrera: hay que conocer bien a fondo lo que se hace para que no se torne en un trabajo sino en una fuente de diversión. Y exactamente eso fue lo que consumó en su vuelta a Buenos Aires. En la noche del sábado, en el Teatro Opera, el virtuoso jazzista caribeño brindó un recital cargado de matices. Al mismo tiempo que dio muestras de su fuerte carácter. Durante dos horas y media, el ex integrante del grupo Irakere, semillero del jazz afrocubano del que también fueron parte artistas insignes de la talla de Paquito D’Rivera y Chucho Valdés, hizo lo que quiso sobre el escenario. A tal punto de que la segunda parte de su show fue básicamente fruto de la improvisación, lo que considera en sí mismo el fundamento del género del que hoy es una de sus leyendas.

Sin embargo, la primera mitad de su repertorio fue similar a lo que viene haciendo en su actual gira sudamericana. A las 21, la banda que acompaña a Sandoval inauguró el recital con “Got a Match”, clásico de Chick Corea, lo que sirvió para presentar el talento de sus músicos. Comenzando por el pianista Maxwell Haymer, al que le secundaron el saxofonista Michael Tucker y el guitarrista William Brahm, cuyo instrumento por momentos sonaba más cerca del piano Yamaha CP-70 que usó Charly García en sus años en Serú Girán que propiamente el de una viola. Luego de que la primera línea de instrumentistas ofreciera un canapé de sus habilidades, Tucker introdujo al trompetista de 72 años. Apenas saludó al público, el jazzista no pudo dismimular cuánto le afectaba la cantidad de asientos vacíos que había en la sala en ese tramo del recital. Por lo que hizo ese llamado de atención, aunque inmediatamente aseguró que no le importaba.

Entonces el cubano recurrió a la alegría brasileña para sortear el desconcierto. Y lo hizo con uno de los temas de su álbum Flight to Freedom: “Caprichosos de La Habana”. Inspirado en un viaje suyo al Carnaval carioca, donde entró en sintonía con una escola do samba, el artista aprovechó ese despliegue de luz para hacer alarde de su versatilidad. Y es que primero apeló al tamborim, luego tomó la trompeta y al final se paró tras los timbales. Tras concluir, y mientras se ponía cómodo, le pidió al público que le dejaran saber si la estaban pasando bien. Ni bien recibió el visto bueno, apareció otro de los temas recurrentes en sus recitales: “Cherokee”. Pese a que en esta ocasión tuvo un inicio blusero, paulatinamente tomó su dimensión bebop. Eso le dio pie para explicar y ejemplificar el género, a tavés de las diferentes formas de entenderlo que tenían sus creadores. Desde Dizzy Gillespie (devenido en su padrino artístico) hasta el autor de la pieza: Charlie Parker.

Si en “Cherokee” tomó el micrófono para hacer onomatopeyas, en “Smile” (melodía de Charles Chaplin a la que Nat King Cole le pudo letra) el artista lo volvió a agarrar para cantar. Sin embargo, al bajar del escenario Sandoval se sorprendió porque vio el teatro casi lleno. A partir de ese momento, cada tema se encontró acompañado por una anécdota. Bien sea de la composición o de sus años de carrera. Así que una vez que dejó en evidencia sus cualidades como crooner, levantó la trompeta y, a pedido de un fan, tocó un poquito de su apropiación de “I Remember Clifford” (tema que el saxofonista Benny Golson le tributó al fundamental trompetista Clifford Brown). Lo que se transformó posiblemente en el momento épico de la noche, no sólo por el gesto sino por el peso que tiene esta composición en el jazz. Pero sí hay algo que al nacido en Artemisa parece gustarle es desarmar la solemnidad. Lo que logró de inmediato con su cover de “El manisero”, todo un tesoro de la música afrocaribeña.

Al compartir la relación que tiene con el piano desde su infancia, el jazzista se sentó para tocar “Sureña”, menjunje de ritmos latinoamericanos de su autoría en el que sobresale el joropo, y donde se destacó la base rítmica del grupo. En especial el percusionista Daniel Feldman (la sección la completan Maximilian Gerl en bajo y Mark Walker en batería), quien ejecutaba las maracas tal como lo hacen los llaneros venezolanos y colombianos. Después invitó a Jorge Fort (el músico del clan chocolatero) a tocar la trompeta en un cover con sabor a funk de “Summertime”, ante la mirada de trompetistas locales del calibre de Gustavo Bergalli y Gillespi, presentes entre el público. A lo que le siguió, a propósito del disco de tangos que grabó en Buenos Aires en 2012, una versión improvisada de “El día que me quieras”. Pero el jazzista se despidió en clave cubana con un tema de su próximo disco, Rhythm & Soul, en el que canta: “Vengo tocando timba de la buena”. Y así se fue, de la misma manera que llegó: gozando.