Instalado en el viejo sillón de mimbre, con la notebook sobre la mesita. Mauro fuma su cigarrillo número treinta y nueve mientras abre el correo. Está en el jardín de la casa donde vive desde hace treinta años, la casa de su suegra. Ese patio de tierra es su lugar favorito, sentado allí, junto al paraíso, con los pies descalzos sobre la gramilla, aspira el aroma de los jazmines y cada tanto lo acaricia una brisa fresca. En esa noche de enero, ya próxima a la medianoche la alta temperatura no cede. Elisa, su mujer, duerme desde hace rato.

Mientras aspira con placer su cigarrillo piensa en la ley que desde hace rato prohíbe fumar en espacios cerrados, esa ley ha hecho que se sintiera rechazado, discriminado. No pudo subirse a tiempo al barco de la vida saludable y se convirtió en una especie de exiliado. En realidad la ley seca, de tolerancia cero al cigarrillo, imperó para él en esa casa, desde el momento en que fue a vivir allí, al casarse con Elisa. Al principio era la suegra, luego hizo causa común con Elisa.

Por eso se fue apropiando de ese espacio, la mayor parte del tiempo que está en la casa lo pasa allí. Cuida de una pequeña quinta, unos citrus, y algunas plantas de flores Tienen un acuerdo tácito, ese es su lugar, allí puede fumar sin reproches, está solo y tranquilo.

Escribe su dirección [email protected], luego la clave: sonrisa oriental, enter y se abre la bandeja de entrada.

-¿De qué se ríe Ramírez? ¿Estudió o no estudió? Como si fuera hoy escucha la voz de “la inolvidable señorita Ada”, más áspera que un papel de lija, su maestra de séptimo grado.

Siempre ha tenido ese gesto involuntario plantado en los labios. De pibe hacía de japonés cuando jugaban a la guerra, sonreía malignamente antes de caer herido y morir, ganaban los aliados, eran los buenos. Una vez que caía, en el piso miraba desde el lugar del muerto como los otros chicos seguían jugando.

-¡Sí!-dice en voz alta e inmediatamente se lleva la mano a la boca mirando a su alrededor, nadie lo escuchó. En la bandeja de entrada encuentra el mensaje que esperaba [email protected]. Se escriben desde hace un par de semanas, se encontrarán en el barcito de siempre el viernes a las 21, antes de ir al casino, no es el primer encuentro, ya ha conocido a otras mujeres: Rita, Nenucha, Chiquita. El viernes es día de trampa, Elisa nunca lo acompaña, no le gusta jugar.

En realidad, desde hace años con su mujer no van juntos a ninguna parte, comparten algunas horas de trabajo. Tienen un negocio, un lindo salón de ventas muy bien ubicado, lo compraron hace ya más de veinte años, con la indemnización del banco donde Mauro había trabajado durante más de quince, estaba haciendo muy buena carrera, pero llegó la década del 90, todo se privatizó y su banco cerró.

Pusieron el negocio y les fue bien. Pero Mauro quería continuar con su carrera bancaria, buscó trabajo por mucho tiempo, sin suerte y de a poco se fue resignando al Salón de ventas. Duplicó el número de cigarrillos diarios, se fue encerrando cada vez más en sí mismo, su matrimonio se desgastó, buscó escape en el azar, se dedicó a jugar regularmente, pero con mucho control y luego comenzaron las aventuras por fuera del matrimonio.

Siempre había sido un chico tímido, Elisa también, se conocieron en la parroquia. Fue su primera novia y con ella se casó. Eran muy jóvenes los dos, lo peor de todo fue aceptar vivir con la mamá de Elisa. Ella es única hija de madre viuda. Al principio, en la casa, también vivía la abuela. Nunca pudo ocupar el lugar de marido de Elisa, nunca pudo crecer en ese entorno. La llegada del hijo lo desplazó más aún.

Siempre tuvo sueños de seductor, pero acercarse a las mujeres no le fue sencillo, Internet con sus páginas sociales le había allanado el camino.

Cerró la computadora y se fue a dormir. Entró al dormitorio de camas separadas, el aire acondicionado funcionando a full, hacía frío allí adentro. Dos horas después se despierta sudando, su mujer está abriendo las ventanas, se cortó la luz, no volvió en toda la noche, dio vueltas y vueltas en la cama durmiendo de a ratos.

Se levanta temprano como todos los días, sale de su casa pasadas las siete, en la esquina se cruza con su hijo que vuelve del boliche.

-¿Qué hacés pibe? ¿No es demasiada farra?-le dice

-No me jodas, ¿de qué te reís? No sos gracioso.

No le dice nada, tiene 18 años, recién ha terminado la secundaria, es una edad difícil, está muy borracho, lo observa hasta que entra a la casa. Apresura el paso, quedan unas cuantas cuadras, todas las mañanas abre el negocio a las 7.30

Ya está llegando cuando ve una moto con dos pibes que lo miran, se distrae un momento pensando en Rosita, la mujer que conocerá esa noche. Abre las dos cerraduras y el candado, entra, saca la alarma. Dice que tiene treinta y cinco años y según la foto es linda. Enciende el primer cigarrillo de la mañana y sale a fumar a la vereda como siempre, se choca casi con los dos muchachos de la moto, no los vio acercarse, uno de ellos le apuntaba con una pistola.

-¡Dale viejo!, ¡la plata!, ¡rápido! ¡Rápido o te quemo!

Sonríe y se vuele hacia la puerta, piensa darles todo el dinero, no hay mucho, escucha una explosión que lo aturde y un dolor agudo lo atraviesa, cae al piso, siente que la sangre tibia le empapa la camisa.

-¡Lo mataste boludo!

Los ladrones suben a la moto y se escapan, a contramano sin llevarse nada.

Es temprano, algunos vecinos madrugadores se acercan, esa escena la conoce, a él le toca el lugar del muerto, él ya no juega.