Desde que era una villa inhóspita hasta que se convirtió en destino multitarget para viajeros de todo el mundo, Tilcara labró su identidad turística como lo fue haciendo el viento con sus cerros: moldeando distintas caras en el paso del tiempo. Y así como las serranías ofrecen faldeos de todos los colores imaginables, el pueblo también fue ampliando su paleta de atractivos a medida que nuevos públicos descubrían el paraje en la Quebrada de Humahuaca.

En esa dinámica, un point milenario empezó a ganar consideración en los deciles jóvenes más allá del eje carnaval-feria artesanal, en parte empujado también por tendencias cada vez más corrientes del turismo de aventura entre millennials y centennials. Se trata de nuestra otra gran Garganta del Diablo: la que ruge desde una cascada de 20 metros sobre el curso del Huasamayo, río de 100 kilómetros que nace y muere en Tilcara. Una experiencia más breve, intensa e indie que la gola de Iguazú.

El trekking no es nuevo. En todo caso antes lo conocían con otros nombres y ahora, simplemente, se modernizó. Así nos lo demuestran las distintas marcas de ropa (de salida o deportivas) que lanzan sus colecciones específicas para la pibada. Zapatillas de larga resistencia, pantalones abrigados pero ligeros y rompevientos impermeables hoy pueden comprarse en cualquier lado y sin tener que manejar demasiada info técnica. Además, claro, de los termos aspiracionales que conservan la temperatura deseada un día entero para tomar mates en tu casa.

Tilcara, como buen "destino exótico" para los relatos hegemónicos occidentales, también ofrece la tentación de secretos vedados al turismo sacafoto que busca la postal en el Pucará. La Garganta del Diablo existe desde antes que a alguien se le ocurriera bautizarla así, pero no fue hasta los años previos a la pandemia que empezó a coparse de expedicionarios sub-30.

En ese menudo de mochileros, brasileños con plata, europeos aventureros, porteños desencantados y tilcareños invadidos, un camino cuerda arriba por los cerros hasta un simple salto de agua se transforma en la curiosidad a descubrir. Lo que hasta hace poco era, para los locales, "el secreto mejor guardado de Jujuy", tal como aún lo siguen vendiendo distintas plataformas de turismo.

► Donde la Quebrada abre la boca

El destino final está a unos 6 kilómetros del centro del pueblo, que es lo mismo decir que de la terminal de micros o de la plaza principal. Solo que el camino es entre cerros y trepando en altura. Un sendero hermoso de alturas y colores va modelándose a medida que avanza el paso entre las propias nervaduras de la Quebrada de Humahuaca, dejando atrás al pueblo de Tilcara y su efervescencia de temporadas altas y findes largos.

Así hasta llegar a uno de los miradores principales, el que está en la misma cornisa del cañón formado por el río Huasamayo. De ahí en adelante, el lugar es administrado por Ayllu Mamma Qolla, una comunidad nativa de alrededor de cien habitantes que habitan en los diez parajes de la zona.

Una entrada a precio simbólico permite acceso entre las 8 y las 19 hacia el tramo final e indispensable: la bajada al vallecito por una escalera que alguna vez hizo Obras Sanitarias de la Nación para, después de saltar entre las piedras del lecho del río, llegar hasta la base de la cascada. La campanita de la garganta se encuentra ya en jurisdicción del paraje Alfajorcito, el mismo donde nace el río que muere en el Grande, afluente conocido por todos los que alguna vez viajaron a Jujuy: es el que bordea a Quebrada.

A mejor estado físico, más fácil es hacer todo ese camino, que puede durar entre dos o tres horas desde el pueblo de Tilcara. Si la ida es de una exigencia latente por su constante cuesta arriba, la vuelta solo pide intensidad en la primera parte, cuando hay que trepar los tramos de escaleras hasta el mirador principal. De allí en más quedan unos 5 kilómetros en bajada que hay que hacer inteligentemente, sin cebarse de más: el descenso exime a algunos músculos pero fatiga a otros.

Con todo, la aventura se impone entre pibes, aunque esto no debería sorprender. Este febrero se viralizó una foto del Archivo General de la Nación registrada en 1921, un siglo atrás. Allí aparecen siete tipos de la época con saco, camisa y pesados pantalones largos en la base de la Garganta del Diablo de Tilcara, que entonces era conocida simplemente como "El chorro". Un siglo atrás, los muchachos también miran a la cámara, buscando su postal para siempre.