El anuncio de la cadena NBC fue fulminante y sin posibilidad de negociación alguna: los números no cerraban y no habría renovación de contrato; en consecuencia, el final de Freaks and Geeks era inminente. Paul Feig y Judd Apatow, creadores de la serie con futuro de clásico de culto, pusieron manos a la obra junto a los guionistas. La misión: intentar dar una clausura al relato en apenas un par de episodios. Dado el notable uso de la música a lo largo de esa única temporada, no resulta extraño que el elemento clave para un cierre abierto –que deja en suspenso acciones y decisiones y a varios de los personajes suspendidos entre la adolescencia y el comienzo de la adultez– sea una placa de vinilo de 12 pulgadas, cinco temas en su cara A y otros cinco en la B. Lindsay recibe en préstamo una copia de American Beauty, de los Grateful Dead, desconocedora tanto de su contenido como de la identidad de sus creadores. Un disco del pasado reciente (la acción transcurre a comienzos de los años 80 y ese álbum fue lanzado apenas una década antes) que le abrirá las tapas de la caja de lluvia para ir a jugar con el caramelero, lanzándose durante los últimos minutos de la serie a un viaje en combi comunal, cuya estación terminal no es otra que uno de los recitales de la legendaria banda. La solución al problema del inesperado final de Freaks and Geeks incorpora a la ficción algo que, para muchos oyentes de la banda nacida en Palo Alto, California, fue en algún momento determinado de su vida una suerte de viaje iniciático. O la confirmación de un culto musical sin dogma, pecados ni castigos. Esa historia, la de los Dead y sus seguidores, los deadheads, de cómo llegaron a serlo y continuaron siéndolo durante varias décadas en una sociedad cambiante, es la que cuenta con lujo de detalles, a lo largo de cuatro horas, el documental Long Strange Trip, producido por la pata audiovisual del gigante Amazon y disponible desde hace un par de semanas en su plataforma Prime Video. Dirigido por Amir Bar-Lev y dividido para su exhibición en formato streaming en seis episodios de duraciones disímiles, el material posee la impronta de uno de sus productores estrella, Martin Scorsese, y su estructura recuerda en parte a la de su excelente acercamiento a uno de los gigantes de la música americana de la segunda mitad del siglo XX, No Direction Home: Bob Dylan.

Antes de ser muertos, Jerry Garcia, Bob Weir, Phil Lesh, Bill Kreutzmann, Mickey Hart y Ron “Pigpen” McKernan –entre otros miembros permanentes y temporarios del grupo– fueron brujos. Pero a mediados de los años 60 otra banda de músicos –oriunda de Nueva York, en el otro extremo del territorio norteamericano– también se hacían llamar The Warlocks. Aunque pronto pasaría a conocerse como The Velvet Underground, la banda de Lou Reed había patentado legalmente la gracia, por lo que los muchachos californianos se vieron obligados a un cambio de fachada. Cuenta el biógrafo de cabecera de la banda, Blair Jackson, en su libro Garcia: An American Life, que “fue en algún momento de noviembre de 1965, mientras la banda y algunos amigos estaban sentados en el departamento de Phil Lesh en High Street, en Palo Alto, fumando DMT y hojeando un gigantesco diccionario de Funk and Wagnalls. Fue allí que el nombre del grupo fue revelado (¡suenan trompetas bíblicas!). Como dijo el mismo Jerry Garcia, en su usualmente citada descripción de 1969 sobre el episodio, ‘Ahí estaba el muerto agradecido, esas dos palabras yuxtapuestas. Fue uno de esos momentos, sabes, donde el resto de las cosas en la página se volvieron blancas, difusas, como si se hubieran escurrido.” Jackson es apenas uno de los soldados del ingente ejército de entrevistados que forman parte de Long Strange Trip y en el primer episodio vuelve a remitirse a ese punto seminal donde la casualidad termina gestando el gesto bautismal. Según el mentado diccionario, el grateful dead es un “motivo de un ciclo de cuentos folclóricos que comienzan con el héroe topándose con un grupo de gente que maltrata o se niega a enterrar el cadáver de un hombre que murió sin pagar sus deudas. El héroe entrega su última moneda para saldar esas deudas o bien para pagar un entierro decente. En el lapso de unas pocas horas se encuentra con un compañero de viaje que lo ayuda a lograr tareas imposibles, le hace hallar una fortuna, le salva la vida, etcétera. La historia termina con ese compañero revelándose como el hombre con cuyo cadáver el héroe entabló amistad”. La anécdota ilumina una de las múltiples facetas de Jerry Garcia, líder espiritual –en contra de sus deseos– de Grateful Dead, de quien suele decirse que una de sus películas favoritas era la polaca El manuscrito encontrado en Zaragoza, dirigida por Wojciech Jerzy Has en 1965. Película que, casualmente o no, entrelaza como muñecas rusas una serie de historias donde los cadáveres tienen más de una aparición relevante. Y que, según continúa afirmando la leyenda, les recordaba a Garcia y compañía la manera en la cual la mente comienza a relacionar hechos, datos y sensaciones bajo los efectos de la dietilamida de ácido lisérgico, el famoso LSD. Uno de los más inseparables compañeros de ruta a lo largo de los años.

Muertos, ácido y rocanrol

Antes de las participaciones del mencionado biógrafo, de diversos publicistas, managers, novias y demás allegados cercanos y lejanos, Long Strange Trip inicia el viaje de la mano de Frankenstein. El clásico de 1932 con Boris Karloff. La película marcó tempranamente a García, según afirma él mismo en una entrevista televisiva realizada poco antes de su muerte. Tanto quizá como los modos y sensibilidades de la generación beatnik: la influencia de Jack Kerouac, de la poesía en general, de los efectos lisérgicos de diversas sustancias, de un estado de ánimo que hoy –a cincuenta años del Verano del amor– parece fatalmente perdido. Influjos gigantes en la formación de la banda, incluso mayores que cualquier ascendente de índole musical. Uno de los tesoros insoslayables del documental es el archivo en Super-8 de imágenes muy poco vistas de Garcia y demás colegas en sus años mozos. Los inicios en el terreno del bluegrass tradicional y el consiguiente cansancio en el derrotero de la perfección técnica sientan las bases de la explosión psicodélica, apoyada filosófica y químicamente por los famosos test de ácido del escritor Ken Kesey. Para los muertos, la apertura de par en par de las puertas de la percepción estaba íntimamente ligada a la búsqueda de una forma sonora que privilegiara el éxtasis, el trance, la sublimación antes que la rutina o la pureza. Y del vivo antes que de cualquier investigación de estudio. “Una de nuestras primeras canciones fue ‘The Other One’”, afirma el baterista Bill Kreutzmann, “y allí podía ir a donde quisiera. Entonces supe que no había límites. Que los límites los ponía mi imaginación”. El contrato firmado con la discográfica Warner dio inicio a una tensa relación que sólo encontraría un momento relajado luego del éxito comercial de Workingman’s Dead y American Beauty, los dos discos lanzados en 1970, quinto y sexto long plays de la banda, respectivamente. Y el inicio, asimismo, de una etapa de recuperación de ciertas raíces musicales que, de manera similar a lo que lograra The Byrds unos años antes –con la breve, pero frenética inclusión de Gram Parsons–, dejaba atrás las psicodelias y yuxtaposiciones de texturas sonoras para reinventar el country a partir del rock. “Grateful siempre quería tocar en vivo. Grabar era como hacer publicidad para la banda”, continúa Kreutzmann. “Cuando entrabas al estudio, debías tocar cada pista igual a como lo habías hecho la primera vez. Y yo nunca fui bueno para marcar el ritmo. Eso es para las bandas militares. Para mí se trataba de marcar emociones”.

Al comienzo del capítulo dos, Bob Weir –uno de los socios fundadores y eterno guitarrista rítmico de los Dead– es seguido por las cámaras de Amir Bar-Lev al tiempo que desempolva viejas latas de 16mm con material absolutamente inédito, como algunos ensayos previos al festival realizado en 1970 en The Roundhouse, en Londres (del cual, finalmente, nunca participaron, una de las tantas excentricidades de una banda que nunca siguió al pie de la letra el protocolo de los recitales de rock). Esos rollos de celuloide son el recuerdo arqueológico de una película que nunca llegó a filmarse, un proyecto de documental que, según se afirma en Long Strange Trip, fue boicoteado de diversas maneras por los mismos músicos, logrando que los camarógrafos se mantuvieran constantemente dopados con altas dosis de ácido. Otras imágenes de aquellos primeros años encuentran a Garcia conversando casualmente con Mick Jagger durante uno de los primeros gigs europeos o la participación del grupo, en 1969, del programa Playboy After Dark, conducido por el magnate de las conejitas Hugh Hefner. Ese breve concierto televisivo dio origen a una de las más famosas anécdotas de los Grateful Dead: ya sea como toma de posición o broma casual, los chicos decidieron vaciar un frasco de LSD en las cafeteras dispuestas para el consumo del equipo técnico e invitados, dando como resultado una genuina y espontánea fiesta. Y aunque el documental no lo mencione, en un par de fugaces planos puede verse a las playmates Dolly Read y Cynthia Myers bailando y conversando, un año antes de protagonizar Beyond the Valley of the Dolls, el notable film del erotómano Russ Meyer. Los momentos más alegres en la carrera de la banda tienen su correlato en la muerte temprana de algunos de sus integrantes, en particular la del tecladista y eventual cantante “Pigpen” McKernan, a la edad de 27 años. John Perry Barlow, poeta y letrista de los Dead durante varias temporadas, visita la tumba regada de púas de guitarra (“¿A quién se le ocurre? ¡Era un tecladista!”) y reflexiona: “Fue un punto de demarcación. Después de eso, parecía que había demasiadas muertes”. Uno de los momentos más emocionantes del documental, sin embargo, es aquel en el cual el ingeniero de grabación Dennis Leonard, responsable del registro del álbum en vivo Europe ‘72, relata, a punto de romper en llanto, los detalles de cómo fue registrado el último tema de ese disco doble, un cover del tema post apocalíptico “Morning Dew”.

Una familia disfuncional

Como le ocurriera a Lindsay en Freaks and Geeks, los años 80 encontraron a muchos nuevos seguidores de la banda en la ruta, cerca de los escenarios y debajo del famoso Muro de sonido, formado por un infinito edificio de altoparlantes. A fines de 1974 se produciría un breve descanso, una separación momentánea provocada en parte por el cansancio y las luchas internas (cocaína versus LSD) de un grupo humano con mucho de familia disfuncional, como se afirma en más de una ocasión en el documental. Pero la carrera continuaría hasta ingresar en la era Reagan y los seguidores más fanáticos, los deadheads, no hacían más que crecer y alimentar el mito, en algunos casos con pinceladas de espiritualismo e incluso religiosidad. Al mismo tiempo, y a pesar del enojo creciente de la discográfica, las grabaciones piratas de los conciertos eran absolutamente permitidas y la proliferación de cassettes con infinidad de versiones de un mismo tema habilitaban un particular expertise: el deadhead diplomado sabía de memoria todas y cada una de las variaciones conocidas. “El dinero se hacía con los recitales, las grabaciones eran simplemente una forma de promoción”, afirma alguien a propósito del extraño movimiento de micrófonos direccionales durante los recitales. Nadie, de todas formas, esperaba el éxito radial de un disco tardío, pero Touch of Gray rompió varios records en 1987 y, súbitamente, el extraño orden dentro del caos se desbordó: el público se multiplicó y los conciertos en grandes campos cerrados no parecían suficientes, dejando hasta la mitad del público afuera, deseando ingresar a la fiesta sin entrada en el bolsillo. A pesar de tratarse de un proyecto oficial, producido por varios ex miembros de Grateful Dead, el último capítulo de Long Strange Trip adopta por momentos el tono de la elegía, sumando al desenfreno de un fenómeno imparable los crecientes problemas de salud de Garcia, transformado a su pesar en una suerte de gurú musical, filosófico y espiritual. Su muerte el 9 de agosto de 1995 dio fin a ese extraño y largo viaje que el documental intenta abarcar de manera exhaustiva. Un homenaje a la banda, sin dudas, pero también un recorrido histórico por cuatro décadas de vida en los Estados Unidos. Y el retrato de una paradoja: la de un hombre que, merced a sus ansias de irrestricta libertad, no pudo evitar caer preso de su destino de figura célebre.