La noche ya había desplegado inútilmente su manto de oscuridad sobre la efervescente y multicolor Plaza de Vicente López, en el corazón del barrio de Recoleta, cuando una señora muy mayor, que se desplazaba ayudada por un andador, se encaminaba hacia la casa de Cristina Fernández, ya liberada de las vallas del Gobierno de la Ciudad.

A medida que la mujer avanzaba, los aplausos se multiplicaban. Hasta que detuvo su marcha y contestó a todos los que la saludaban haciendo la V de la victoria. Hubo más aplausos y algunos quisieron abrazarla y darle un beso.

Hubo gente de todas las edades ayer en Recoleta, que llegaron desde distintos lugares del AMBA, e incluso desde algunas provincias para apoyar a Cristina Kirchner.

Hubo muchas familia que se concentraron en las cercanías de la casa de la vicepresidenta, incluso en algunos casos con bebés y hasta con cachorros de perros envueltos en frazadas. Un nene que no tendría más de cinco años, sentado en los hombros de su padre, mostraba sus dedos en v, y tenía puesto un traje del hombre araña.

La multitud que se apostaba en la Plaza Vicente López mostraba banderas de todos los partidos que componen el Frente de Todos, algunas de ellas tan pocos conocidas que la gente se consultaba entre sí para averiguar quiénes eran. En algunos casos, no hubo respuestas.

Lo cierto es que estaban en apoyo a CFK la mayoría de los espacios que componen el FdT. “Larreta lo hizo”, dijo en alusión al masivo apoyo partidario en torno a Cristina una señora que bailaba al ritmo de los cánticos.

Varios dirigentes se entremezclaban con la militancia, entre abrazos y fotos. Wado de Pedro, Hugo Yasky, Damián Selci, Horacio Pietragalla, el Cuervo Larroque, Juan Cabandié y Leandro Santoro, entre otros tantos.

Antes de la caída de las vallas, la represión y el encuentro de Cristina Kirchner desde un improvisado escenario con la militancia, en los alrededores de la Plaza Vicente López, el barrio mostraba su normal vida cotidiana.

Bares y distinguidos restaurantes repletos de comensales, chicas paseando a sus perros, señores con bolsitas de compras. Un sábado más en el coqueto barrio de Recoleta.

Sin embargo, a las pocas cuadras, ya en torno a la casa de Cristina, el aire transportaba un irresistible aroma a asado. En todas las esquinas, como una postal característica de las canchas de fútbol, las improvisadas parrillas se repartían por puntos clave y ofrecían choripanes, hamburguesas y sándwich de vacío.

Tal vez, ese símbolo popular enclavado en el corazón de un barrio rabiosamente antiperonista, haya sido la clave para un cántico que despertó el entusiasmo y la sonrisa socarrona de los manifestantes. Entre la marcha peronista, el “Cristina presidenta” y “si la tocan a Cristina va a haber quilombo”, se coló con furia e ironía un cantico producto del ingenio popular: “Borom bom bom, borom bom bom, la Recoleta, es de Perón”.

Hubo una situación muy conmovedora, cuya imagen reflejó el espíritu pacífico y solidario de la concentración. Una joven cerca de las vallas se descompensó, todos empezaron a pedir un médico y, en medio de un mar de personas, la gente logró hacer espacio y liberar un camino para que la chica pueda ser trasladada hasta un lugar menos congestionado y allí ser atendida.

En los edificios que rodean a la plaza solo se veían policías de la Ciudad filmando a los manifestantes, un señor canoso con pinta de sojero -camisa blanca y pantalones marrón pinzados- que filmaba y de tanto en tanto saludaba, medio de compromiso, tal vez para bajarle el tono a las puteadas. Otra vecina se pasó toda la tarde en el balcón de su departamento. La señora de edad mediana bailó largo rato al ritmo de los cánticos e intercambiaba saludos con los dedos en v con los manifestantes. Se la veía feliz. Una rara avis en Recoleta. Todos los demás departamentos tenían las ventanas cerradas.

Unos minutos antes de la caída de las vallas, entró a la plaza el Peronmóvil, un camión con imágenes de Perón, Evita, Néstor, Cristina, Maradona y otros ídolos populares. Entró al sector donde estaba ubicada la militancia haciendo sonar la marcha peronista a todo volumen y luego JiJiJi de los Redondos, que generó un pogo mayor a los que ya se venían haciendo.

Cayeron las vallas, la policía empezó a reprimir y el colectivo tuvo que poner marcha atrás y alejarse del lugar donde la policía arremetía contra la gente con camiones hidrantes, bastonazos, gases lacrimógenos y gas pimienta. Mucha gente corría con gestos de desesperación por el dolor en los ojos ocasionado por el chorro de agua que lanzaban los camiones hidrantes de la policía.

Cuando la policía de la Ciudad se retiró de la zona, la militancia ocupó hasta el último espacio en la calle donde vive Cristina Kirchner. Luego, en un improvisado escenario habló la vicepresidenta: agradeció a la militancia y pidió que ya era hora de descansar. Sin embargo, seguía llegando gente y los que estaban desde antes no se iban. Bailaban, cantaban y seguían comiendo choripanes. Y sí, ayer Recoleta fue de Perón.