El domingo pasado, Mario Rapoport escribió en Cash sobre la puja global sino-estadounidense en clave ajedrecística. Como siempre, sus notas son sabrosas y lúcidas. Sin embargo, convendría complementar el análisis acaso con algo que ya advirtió un gran conocedor occidental de China como Henry Kissinger, quien negoció con Mao Zedong y Zhou Enlai los acuerdos entre el "Gran Timonel" y Richard Nixon en 1972, en el marco de la demorada “aceptación” de la República Popular China por parte del sistema de naciones. Antes que el ajedrez, los chinos prefieren el wei qi.

Ese juego ancestral se creó en China pero migró hacia Japón y desde allí se expandió. Por eso lo conocemos aquí como “juego del go”, que remite según su nombre a la energía y la defensa corporal, y como método lleva implícita el concepto del “cerco estratégico”. Es el juego de mesa más antiguo del mundo, con 361 piedras entre blancas y negras (todas iguales, sin jerarquías, y una más de las negras porque mueven primero), antes de jade o caracoles y hoy de materiales más simples. Un juego más popular que el wei qi en China es el mahjong, se lo ve jugar en las calles y plazas, pero es menos comparable al ajedrez.

En el ajedrez, el jugador busca la victoria total: voltear, o sea matar, al Rey. En el wei qi, pronunciado “güeichi”, la idea es crear zonas de fuerza y, mientras se cerca y se van capturando piezas del adversario, conquistar el tablero en contiendas simultáneas. Para quien no esté familiarizado o no sepa del juego, y dado que el margen de ventaja puede ser mínimo, su final incluso puede confundir en cuanto al ganador. Solo para el observador ingenuo, no para los contendientes, claro.

Batalla prolongada

De acuerdo con Kissinger, uno de los estrategas más importantes de Estados Unidos y crítico de la política confrontativa de Washington contra Beijing en Taiwán y en otros terrenos económicos y tecnológicos, en el ajedrez se busca “colocar al rey adversario en una posición en la que no puede moverse sin ser destruido” y se procura una “batalla decisiva”. En cambio, en el wei qi se busca una “victoria relativa” en una “batalla prolongada”.

Kissinger escribe en su libro “China”, de 2011: “Donde el hábil ajedrecista apunta a eliminar las piezas del adversario en una serie de choques frontales, el diestro jugador del wei qi se sitúa en espacios vacíos de la cuadrícula y va debilitando poco a poco el potencial estratégico de las piezas del adversario. El ajedrez crea resolución: el wei qi desarrolla flexibilidad estratégica”.

Por su parte, Fernando Aguilar, varias veces campeón argentino y sudamericano, explicó hace unos años a la revista “DangDai” que el tablero no tiene lados que correspondan a un bando u otro porque el objetivo es “consolidar territorio donde sea”.

En un par de décadas, la economía china superó a todas las europeas, a la japonesa y le pisa los talones a la de mayor Producto Bruto Interno, la estadounidense, que es también la mayor en el terreno de las armas. El mismo Fondo Monetario Internacional reconoce que China es ya la primera economía mundial si se mide su PBI por paridad del poder adquisitivo. En numerosos sectores industriales, agropecuarios y de servicios lidera China, sería ocioso listarlos. 

En tecnología es igual, con una excepción relevante como semiconductores o microprocesadores, por cierto una de las causas del conflicto actual por Taiwán, el mayor productor de chips. Lo mismo sucede en exportaciones, importaciones, inversiones y cooperación financiera. Lo de China es avasallante en lo que va del siglo, y en paralelo se observa, objetivamente, un declive de los dominios que en esas mismas variables ejercían Estados Unidos y sus aliados de Occidente hasta hace poco tiempo.

Confrontación

Estados Unidos viene moviendo piezas en su tablero de ajedrez para revertir o frenar ese fenómeno desde hace varios años. Lo intentaron Bill Clinton y George Bush en Latinoamérica, donde históricamente el país del norte usó la fuerza y ahora es uno de los tantos lugares donde se hizo fuerte China, con inversiones y comercio. Clinton y Bush empujaron alfiles para gestar el ALCA, pero se encontraron con el rechazo de los poderosos peones del Mercosur. 

Luego, Donald Trump incorporó la variable del nacionalismo económico para encarar una guerra comercial con suba de tarifas aduaneras y tecnológica contra los avances chinos en el 5G en telecomunicaciones, movilizando sus caballos. Y ahora Joe Biden agrega a todo eso la “guerra de valores” de supuestas democracias versus supuestas autocracias, con una escalada militar de inquietantes derivaciones tras la movida de la “dama” Nancy Pelosi a Taiwán, que hasta en Estados Unidos se juzgó irresponsable y temeraria. El gobierno de Xi Jinping ha respondido con energía, pero sin salirse de las pautas señaladas del wei qi.

Los preceptos son los mismos que propiciaba el viejo general Sun Tzu, autor del clásico “El arte de la guerra”. Aunque algunos dudan de su existencia real, la historia oficial es que fue un militar filósofo y estratega que vivió en el siglo seis antes de nuestra era y quiso establecer reglas que superaran las matanzas de los siglos anteriores derivadas de la agitación política y las divisiones en la antigua China.

Sus ideas centrales eran evitar el conflicto directo (la mejor victoria es la que se logra sin combate: “derrotar al enemigo, sin luchar siquiera”, decía Sun) y utilizar tanto más herramientas psicológicas y políticas que propiamente militares, en todo caso agotando todas las instancias posibles antes de arrojar a la torre contra el rey, como haría un ajedrecista enloquecido. En cualquier caso, el libro sí existe y ofrece varias máximas, que tomaron Mao y otros líderes orientales, entre ellos el vietnamita Ho Chi Minh.

El escenario actual que plantea Estados Unidos es de confrontación. Así, primero la pandemia, con la pelea por las vacunas y la patética falta de coordinación sanitaria global, y luego la ofensiva de Biden, o del llamado “Estado profundo”, y de la OTAN contra Rusia y ahora contra China, quebraron la posibilidad de una transición más coordinada o pacífica entre Oriente --que siempre ha privilegiado la armonía frente a la conquista-- y Occidente.

Pareciera que las “tablas” desaparecieron por un tiempo largo de las posibilidades del juego sobre la mesa de ajedrez que montó el imperio, y que en el tablero del wei qi ahora los chinos analizan cómo seguir armando el cerco estratégico, en un mundo expectante en el que urge la cordura. Pese al dramatismo, hay un dejo de diversión cuando se ve a un brabucón gringo a los gritos y con el dedo levantado y a un dirigente chino del otro lado de la mesa escrutándolo ya sin sumisión alguna, contestando una por una sin guardarse nada, pero manteniendo templanza y hasta una sonrisa sabia.