En una reciente entrevista televisiva Laura Jane Richardson, jefa del Comando Sur de los Estados Unidos, que hace muy poco tiempo se había reunido con la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner, dijo que la rivalidad entre Estados Unidos y China debía asemejarse a un juego de ajedrez. En cualquier caso, empleaba esa metáfora para significar que la geopolítica del mundo y las estrategias de sus principales actores eran interpretados por lo organismos de defensa y seguridad estadounidenses como si tuvieran un aspecto lúdico.

Hace un tiempo una excelente pintora amiga me regalo un óleo con un chico pensando su jugada en un tablero de ajedrez semivacío, con la curiosidad de que al mismo le sobraba un casillero. Quizás de allí me vino la intuición de estas líneas, confirmadas por la funcionaria estadounidense. Se me ocurrió comparar las políticas de las grandes potencias en el escenario internacional como si éste fuera un tablero de ese juego para testear mejor sus estrategias y sus guerras económicas y políticas

Soy un simple aficionado al ajedrez, sólo leo algún libro de referencia cuando me aburren las novelas policiales, cada vez con menos intrigas a resolver, los films sin guiones, o los best-seller de autoayuda. Pocos tratan en sus urdimbres argumentales algunas de las grandes incógnitas de carácter social o universal por las que atraviesa la humanidad y buscan vincular unas a otras.

En este relato son las sociedades o colectividades las que me importan. Por ejemplo, la de reemplazar en la historia de las grandes naciones formidables competencias comerciales o políticas, o planes de batalla o de guerra como si fueran las movidas de un juego de ajedrez.

¿Empezó la segunda Guerra Fría?

Tener una visión estratégica del mundo no sólo es ver enfrente las tropas del enemigo y calcular sus flancos débiles o fuertes en función de los nuestros. También lo es espiar sus posiciones ocultas. Saber cómo distribuye cada contendiente su propaganda y cómo ven y tratan a los habitantes de los lugares que ocupan y son vistos por ellos. Conocer el tipo de recursos que usan y las bases económicas y políticas que los sostienen, la cantidad de habitantes, su superioridad o inferioridad; la geografía del lugar, o sea el tipo de terrenos llanos o accidentados, los recursos naturales y los frutos de los que se autoabastecen y exportan y de los que carecen; la existencia de lagos, mares, montes y montañas; los árboles o bosques existentes; los pueblos, casas, puentes, edificios, complejos industriales, que se cruzan en el camino. Los bienes estratégicos que necesitan o tienen en la zona, como agua, petróleo o minerales. El nivel de preparación de su población, sus conocimientos y equipamiento científico y militar. Desde el siglo XIX al XXI los protagonistas principales que se enfrentan son diferentes para cada época y muy poderosos. Han dado lugar a dos guerras mundiales y a la guerra fría. ¿Estamos ahora frente una segunda guerra fría?

Antes de comenzar nuestro juego de ajedrez voy a hacer una última referencia al cuadro que mencioné al principio. Nunca le pregunté a la artista, porque todavía yo era muy chico o me daba vergüenza, ¿cómo era que a ese tablero le sobraba un casillero? De ese modo, me parecía que el juego no podría terminar nunca. Antes o después era necesario resolver el enigma del casillero sobrante. No tenía duda de que la pintora lo puso no por desconocimiento del juego, era una excelente ajedrecista, sino por otra razón, para que el espectador que viera el cuadro considere que existe allí un espacio que puede ser cubierto por la imaginación de los jugadores sin hacerlos prisioneros de sus reglas. En ese espacio surgió para mí el jugador chino.

El match entre Estados Unidos y China

Capablanca y Alekhine, Karpov y Fisher, Kasparov y Najdorf, Wenjun Ju, la quinta jugadora china que consigue el título de campeona del mundo o su compatriota Hongyi Tan, la campeona anterior, vivos o desde su tumba, se pusieron a examinar la partida del match entre Estados Unidos y China y se dieron cuenta que no era un simple juego, que de su resolución puede surgir el futuro del mundo.

Estados Unidos imaginó un tablero distinto, basado en la experiencia de su largo match victorioso con los rusos, le dio al principio demasiada importancia a la ideología y no se apercibió que en este caso valía mucho menos. Se enfrenta con un enemigo aún más peligroso que juega en gran medida con armas parecidas a las suyas, y no quiere convencer de sus bondades por la convicción o por la fuerza, sino competir en el orden económico, tecnológico y financiero.

China no abandonó las lecciones de su pasado. Fue un gran imperio, hasta el punto de autodestruir su marina que dominaba los mares asiáticos porque creía ya no la necesitaban y de no llegar a tener un Ministerio de Relaciones Exteriores. Pero su sistema de defensa resultó anticuado. Sus extensas murallas fueron fácilmente traspasadas por los mongoles. Luego fue invadido y ocupado por sus rivales japoneses y por tropas extranjeras de distintos países de occidente con el objeto de apropiarse de sus riquezas.

Tras las dos guerras del opio a mediados del siglo XIX contra el Reino Unido, China debió ceder el puerto de Hong Kong a los británicos. Muy afectado por una primera y cruenta guerra con los japoneses, en 1911 cayó el rey enemigo, el emperador chino, por una revolución liderada por Sun Yat-sen, jefe del partido Kuomintang, que representaba sectores políticos y económicos nacionalistas adversos al imperio, estableciéndose una República.

La larga marcha

Pero un ambicioso militar, dictatorial y nacionalista, Chiang Kai-shek se hizo cargo del partido, y se apoderó de gran parte del territorio del país. Aunque anticomunista tuvo el apoyo del pequeño partido comunista chino fundado en 1921 que adhirió al Kuomintang a instancias del Komintern, la internacional comunista, que deseaba la instalación de un frente popular liderado por Chiang no por el peligroso y casi desconocido Mao Tse-Tung que había “traducido” Marx al chino. 

Esta alianza duró hasta 1927, cuando el tablero se conmovió y las fichas se tambalearon por una cruenta guerra civil entre los dos exaliados siendo Chiang, al principio bien respaldado por rusos y norteamericanos, el vencedor absoluto, produciendo grandes bajas a su enemigo. Sin embargo, un tiempo más tarde los japoneses invadieron China antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial creando un nuevo rival.

En tanto, lo que quedaba de las raleadas tropas comunistas lideradas por Mao Tse-tung, luego de su derrota con Chiang, iniciaron junto a su jefe una larga marcha que traspasó con astucia las filas enemigas y sus peones y caballos (estos últimos bufando de cansados) y se instalaron en el otro extremo del tablero.

Numerosos campesinos (nuevos peones desnutridos que se convirtieron en firmes combatientes en sus casillas, más sólidos que el ejército imperial de terracota) se unieron a sus filas y el nuevo ejército se enfrentó simultáneamente, en dos tableros, a los enemigos de afuera y de adentro. En uno de ellos contribuyó a la derrota y expulsión de los japoneses. En el otro se deshizo de Chiang Kai-shek que debió huir con los restos de su ejército a la isla de Taiwan, no llegó a ser ni siquiera un rey en el tablero, apenas si le daba para alfil. 

La revolución china y la Unión Soviética

El triunfante Mao Tse-tung, se transformó en el nuevo rey de ese juego y proclamó en 1949 la República Popular ante el asombro de los espectadores que no lo habían previsto, ni siquiera los rusos que fueron reticentes con él y ahora se apresuraron algo tarde a apoyarlo. Todavía en 1945, en vísperas de la rendición de Japón el Kremlin firmó un tratado de alianza de 30 años con Chiang creyendo que éste iba a vencer fácilmente al ejército de Mao.

La revolución china fue distinta de la soviética, por el predominio del campesinado sobre la clase obrera y por su carácter nacionalista. Allí estuvo el origen de las discrepancias con Moscú, al principio aliado problemático y peligroso y luego del rompimiento entre ambos su mayor enemigo, en el nuevo juego iniciado en el tablero de ajedrez. 

La Unión Soviética era entre 1945 y 1989 un conjunto de repúblicas diferentes, que se volvieron a lo largo de los años caballos desbocados, sujetos con riendas de acero por el Kremlin en el marco de la Guerra Fría. 

Los rusos tenían tres fronteras:

1. Una marcada territorialmente por el ejército soviético al fin de la Segunda Guerra Mundial, que en parte coincidía con el viejo imperio zarista. 

2. Otra, más amplia, originada en la Revolución de Octubre y la existencia de un movimiento comunista internacional, que también dependía de Moscú, aunque Stalin lo contradecía proclamando el socialismo en un solo país, el suyo. 

3. La tercera y más extensa territorialmente era con China. 

Los dos fracasos de Mao

Este mosaico de fichas distintas iba a ser, como se demostró luego, extremadamente débil y se derrumbaría por sí mismo. El muro de Berlín terminó siendo de arcilla. China, en cambio, siempre fue un país inmenso y unitario, con una gran población y dirigentes resueltos, que logró librarse de sus distintos ocupantes por sus propios medios. Un oso panda que parecía dormido y despertó de pronto iniciando su propio camino.

El creciente conflicto de los chinos con la Unión Soviética provocó un raudo acercamiento de Beijing con Estados Unidos. La geopolítica del mundo viró 180 grados, se pasaba de uno bipolar a otro tripolar. 

El histórico líder chino, venia de dos caídas sucesivas en el tablero de ajedrez por su pretensión de querer saltar en forma incorrecta para el juego varios casilleros con sus fichas: primero fue el fracaso del Gran Salto Adelante, con la creación de comunas populares que integrarían el agro y la industria, pero que no tenían una base material suficiente y provocaron hambrunas y víctimas. 

Tuvo que retroceder a su casillero inicial y quedarse allí varios años. Pero retomó el juego con la Gran Revolución Cultural Proletaria, metiendo jóvenes peones, que también eludían casilleros, los guardias rojos. Mao iba contra su propio establishment, que introdujo varias piezas en el tablero para detener su marcha. 

Si bien bajo su mando China se había levantado de su absoluta pobreza y poseía una nueva dignidad nacional, tuvo que alejarse definitivamente del poder y de su propio casillero. Como legado, en una jugada secreta que había preparado con su fiel Chou En-lai y el astuto secretario de Estado norteamericano Henry Kissigner, inició un acercamiento con Estados Unidos, reuniéndose en dos ocasiones con Richard Nixon, un hombre acomplejado que cargaba con él inmenso peso del edificio Watergate, de la guerra de Vietnam y de campañas anticomunistas, que también produjeron numerosas víctimas, y deseaba dar ese paso.

Jaque mate a URSS

Estados Unidos saltaba con sus caballos sobre las piezas rusas y se unía a los peones chinos. Los que miraron el juego comprendieron que se habían juntado dos conjuntos distantes de piezas para combatir a un tercer conjunto que amenazaba a China directamente, por su proximidad, y a Estados Unidos por la presunta amenaza militar del entonces imperio soviético, su enemigo principal de la Guerra Fría. 

Con un presidente débil al que llamaban “el tramposo”, Washington le daba un jaque mate a la URSS, cuyo rumbo imperial se quebró definitivamente en 1989, quedando sus piezas raleadas y sin defensa alguna, siendo comidas fácilmente en el tablero. Sólo quedaron en él chinos y norteamericanos. Karpov y los grandes maestros rusos se agarraban de la cabeza con desesperación. No sirvió que fueran campeones mundiales de ajedrez. Habían perdido la partida principal.

Dos años después de la muerte de Mao, Deng Xiaoping, y otros líderes de la burocracia que aquel no pudo derribar, con una visión pragmática que buscaba superar lo que consideraban errores voluntaristas del pasado, se concentraron en aprovechar ese acercamiento, iniciado por el viejo líder por razones estratégicas. Ahora las transformaron en económicas, intercambiando libremente piezas con los norteamericanos por un puñado de dólares, el bajo costo de sus peones.

Abrían así las puertas de su país al comercio y al capital extranjero. Tenían la convicción de asegurarse un lugar más preminente en el mundo, en base a productos de una industrialización que absorbió capitales ajenos, dejándoles entrar en sus casilleros y se convirtió en una gran potencia no sólo económica sino política y militarmente. A diferencia de los rusos no destruyeron el Estado y lo convirtieron en el mayor propulsor de su avance dando más libertad a las fuerzas económicas del mercado, pero siempre bajo su dirección.

El pragmatismo chino

Para sintetizar el nuevo juego entre chinos y norteamericanos distinguiendo sus características, hay que decir que los primeros tienen aún mayores ventajas con respecto a los segundos que las que éstos tenían con respecto a Inglaterra. Una vasta población, que supera ampliamente a la norteamericana y una gran cantidad de recursos naturales más sólida que la de los rusos. 

Ahora con un pragmatismo que no abandonó el nacionalismo de Mao, pero si sus premisas marxistas y voluntaristas y se acercó a una filosofía más cerca de los apetitos humanos. La sociedad china no tenía recursos abundantes a fin de satisfacer sus necesidades, como lo reclamaba el comunismo utópico. No alcanzaban para alimentar a una vasta población e industrializar el país. Se necesitaba recuperar experiencias capitalistas sustentadas en las apetencias de los hombres, que el idealista Mao rechazaba, porque para él el progreso debía partir de la conciencia colectiva de la gente y no de sus ambiciones personales. 

El futuro resultaba incierto ¿era una simple restauración capitalista o se parecía a NEP soviética, para luego marchar a un socialismo más consolidado? La cuestión no la resolverán (¿o ya la resolvieron?) las palabras sino los hechos. Los nuevos vientos entraron por las ventanas y las puertas plenamente abiertas y el país comenzó una etapa de progreso económico, pero también de mayor corrupción y desigualdades crecientes sin democratizar el sistema político.

Partidas al mismo tiempo en varios tableros

Su dirigencia es muy astuta, primero tenía que conocer la debilidad del nuevo amigo y ayudarlo a resolver sus problemas. Se apoderaron de su dinero, acumulándolo en sus reservas y comprando bonos del Tesoro. Facilitaron las inversiones en su país para conocer mejor su know how y luego poder utilizarlo en su favor. Tienen acorralados a sus adversarios en un rincón donde la debilidad de la dependencia puede transformarse en hegemonía. Su tecnología está sobrepasando a la americana.

Juegan al mismo tiempo en varios tableros. A su gran comercio exterior e inversiones en el extranjero (ya le pisan la cola por el primer lugar en este último rubro a los norteamericanos) le están agregando también el gigantesco mercado interno que les falta desarrollar con millones de chinos esperando tener sus propios productos e integrarse el juego. Pero no se quedan quietos. Proyectan construir la Ruta de la Seda (Belt and Road Iniciative) inscripta en la Constitución China que va a servir para financiar un conjunto de vías ferroviarias, rutas terrestres y marítimas entre China y Europa a través del Asia Central. Hay ajedrecistas chinos en todos lados.

Como guerreros fueron más conquistados que conquistadores, aunque luego dieron vuelta la tortilla. Como negociantes y diplomáticos tuvieron más éxito. Poseen la gran ventaja de que su tiempo es más prologando que el de los demás. Parecen más lentos, pero cuando las decisiones están tomadas tienen la ventaja de que se implementan con rapidez. Todavía mantienen la filosofía de sus ancestros, que los guía en un mundo sinuoso, cuyas señales descifran como los grandes maestros del ajedrez, muchas jugadas antes de que su adversario haga su última movida, esa que significa tirar abajo su propio rey.

 

Quizás Laura Jane Richardson nos quería advertir sobre todo esto o es sólo mi intolerable imaginación.  

Economista e historiador.