Se ha vuelto casi un lugar común hablar despectivamente de las masas, suponiéndolas sometidas, brutas y fanáticas y oponiéndolas a las virtudes del individuo, supuestamente inteligente y libre. Lo que resulta llamativo es que dicho pensamiento se haya vuelto habitual en una cierta cantidad de psicoanalistas. Se suele hacer referencia, para sostener esos dichos, al libro “Psicología de las masas y análisis del yo” de Sigmund Freud. Lo curioso es que es Gustave Le Bon quien caracteriza a las masas de dicha manera. Freud, en su texto, dialoga con Le Bon señalando concordancias y divergencias. Donde Le Bon afirma que el hombre en la masa pierde inteligencia y se vuelve violento, Freud se diferencia diciendo que el hombre aislado es más egoísta y que dicho egoísmo puede llevarlo a desarrollar más su inteligencia pero que la masa, si bien puede devenir en un espiral de agresividad y violencia, también puede funcionar como un medio que despierta la abnegación, el desinterés y la consagración a un ideal que conduzca a sus integrantes a la realización de grandes acciones. Éticamente la masa puede estar muy por encima o por debajo del individuo. Respecto del trabajo intelectual de la masa destaca Freud que, tanto en las transformaciones del lenguaje como en las canciones populares y en el folklore, se puede apreciar el valor cultural que allí se produce.

También señala como el artista que, si bien crea en soledad, es quien interpreta los afectos e inquietudes que tienen una primera elaboración en la población que lo rodea y lo acoge. O sea, no hay creatividad artística sin el genio del artista que crea gracias a su inmersión en la masa y su separación por medio del acto creador.

Es llamativo que se suela atribuir a Freud las afirmaciones de Le Bon que Freud critica. Ni hablar cuando dichas afirmaciones son usadas para criticar todo accionar colectivo y ensalzar el individualismo meritocrático.

Entonces, podemos decir que hay masas y masas. Y también hay momentos en los movimientos de masas. Lo cierto es que la modalidad de masa probablemente sea el modo principal del lazo social, la forma más habitual en que se conforman las sociedades. De allí se podrán crear los puntos de fuga que den lugar a la creatividad de algunos. Ahora bien, esta masa con su consistencia que sirve como refugio y lugar de reconocimiento mutuo, si bien no resuelve la relación al deseo de cada uno, es caldo de cultivo y plataforma de lanzamiento de singularidades que vayan más allá. Pero también es posible la regresión lógica a lo que Freud situó con el mito científico de la horda primitiva. Las masas no son en sí organizaciones violentas. Están organizadas por el Ideal del Yo que limita su disolución y orienta su acción. En cambio las hordas carecen de Ideal y se satisfacen en la violencia canibalística desatada por el odio y la envidia.

En las calles y los medios se puede apreciar en distintos grados esta diferencia. Por un lado marchas de militantes que cantan, bailan, comen choripanes con alegría, apoyando a sus líderes y a las políticas implementadas o deseadas. Por otro, personas invocadas por los medios que insultan, amenazan y muestran horcas y cadávers simulados, así como en el pasado gritaban “Viva el cáncer”.

Frente a la amenaza de disolución social a la que empuja el desarrollo del capitalismo financiero con la expulsión, cada vez mayor, de personas fuera del lazo social, el sujeto se ve empujado a decidir entre organizarse en torno al ideal y los líderes que los encarnan o la sumisión a la voz obscena y feroz del superyó, que reemplaza la ley por la moral mafiosa del capricho. Es esa voz la que emiten los mass media, una voz de apariencia anónima, que habla en nombre de “la gente”, pero que se encuentra financiada y organizada cuidadosamente. En la desesperación el sujeto puede verse tentado a dejarse avasallar por esa voz mortífera que se lo lleva puesto. Los modernos celulares, televisores y computadoras pueden ser el medio idóneo para transformar al individuo en un integrante de esa horda primitiva mientras se piensa a sí mismo como un individuo de vanguardia y libre debido a que se encuentra solo hipnotizado frente a la pantalla.

¿Lenguaje performativo?

Que los discursos afectan a los cuerpos, a los pensamientos y los sentimientos es cierto. Pero esto tiene un límite. Freud para eso situó en su metapsicología la diferencia entre representación palabra y representación cosa. Lacan se refiere a esto fuertemente en el seminario sobre la ética del psicoanálisis para dar un viraje a su enseñanza luego de haber insistido fuertemente en la lógica lenguajera de las formaciones del inconsciente. Este viraje le evita al psicoanálisis la deriva hacia la hipomanía discursiva que desemboque en la impotencia y/o el delirio.

Esta capacidad del discurso de tocar las cosas, que no son los objetos, es lo que hace existir a la verdad. La verdad no como adecuación a los objetos sino como frotamiento con las cosas, en busca de producir un chispazo vital. Que exista la verdad es lo que explica que en un discurso de una hora Cristina Fernandez de Kirchner pueda demoler las miles de horas de aturdimiento mediático, fakenews y acusaciones infundadas de siniestros personajes. No sólo porque demuestra que hay pseudo discursos que no guardan ninguna relación con los objetos y que no comunican nada sino fundamentalmente porque toca y enciende las cosas de los argentinos y argentinas.

En ese sentido, otra diferencia de Freud con Le Bon se da respecto del líder de la masa. Freud sitúa que no puede ser cualquiera. Un líder debe habitar un espacio libidinal común con los liderados para poder ocupar el lugar del ideal del yo. Sólo así podrá tocar sus cosas, con hechos y palabras. Por esa razón es que los falsos líderes necesitan equipos de coucheo, focusgroups, toneladas de marketing, profesionales de diversos pelajes que les fabriquen una apariencia digerible y fundamentalmente el blindaje mediático junto al ametrallamiento también mediático, cuando no policial, de quienes se le oponen.

Patoterismo mediático-judicial

Que todos somos inocentes hasta que se demuestre lo contrario es un principio jurídico de la democracia. En la dictadura somos todos culpables hasta que se demuestre lo contrario. Por eso cualquiera puede ser acusado de cualquier cosa y fácilmente condenado si no hace lo que se espera de él.

El pasaje de funciones desde el poder judicial a los medios, para juzgar y condenar, y la asunción por parte del poder judicial del derecho a intervenir sobre decisiones del Poder Ejecutivo marca un claro deslizamiento de la lógica democrática a la dictatorial.

Es cierto que la culpa es fundante de la estructura del ser hablante. Por eso podemos partir de la suposición de que nadie es democrático hasta que se demuestre lo contrario. Y por eso inventamos la democracia, para limitar los excesos del poder. Partimos de esa ficción civilizadora que nos declara inocentes, así como los cristianos bautizan al recién nacido para limpiarle el pecado original. Atentar contra ella es atentar contra los fundamentos de la cultura política y alentar el retorno de la guerra. Para tratar los retornos de la culpa fundante está la política.

El poder económico nacional y multinacional a través de embajadas, medios de comunicación concentrados, jueces y fiscales corrompidos económica y espiritualmente están batallando arduamente para invertir está lógica, sembrando y repartiendo temor.

En “Kika”, el genio de Almodóvar realiza, entre otras cosas, una tremenda sátira de la televisión y su público. En una escena la periodista al comenzar el programa advierte que el mismo puede contener imágenes que hieran la sensibilidad de los televidentes, y agrega: "si es que todavía les queda alguna". Es evidente que existe un pacto de insensibilización entre quienes la producen y quiénes se la esnifan.

Alejandro del Carril es psicoanalista.