Tiene que mover el cuerpo para que la palabra aparezca. Claro que el espacio ayuda porque una cancha de fútbol es el lugar para que el cuerpo hable pero aquí el movimiento está para reemplazar otra acción, la de una paja colectiva, ritual onanista de hombres que niega todo deseo homosexual. Basta decirlo para que el deseo hacia el otro aparezca, para que sea el tema, la materia de lo que va a pasar mientras estos dos jóvenes se preparan, están a punto de enredarse en un partido o en cualquier otra cosa que implique mezclar transpiraciones y gritos.

Manuelita tiene la cadencia de un deseo que está allí, siempre a un paso de soltarse. El camino que elige Alejo Sulleiro como dramaturgo y director es el de negar lo que se siente. Nada de parlamentos alusivos o didácticos, su objetivo es trabajar con el conflicto. Tomar el discurso del otro, de aquel que te rechaza, repetir lo que dice hasta hacerlo propio y creer que así se puede cambiar. En Manuelita comprobamos que para las generaciones más jóvenes (el protagonista de esta obra es un adolescente) no es tan simple asumir su elección sexual. En realidad la propuesta de Sulleiro va hacia el mundo del fútbol donde la hombría se lee en términos arcaicos.

Cada escena comienza con una cita, un texto confesional (Manuelita podría ser también una variante del biodrama) que parece funcionar como síntesis o adelanto de la situación que se va a ocurrir. Tal vez se trate de fragmentos de un diario personal como el proyecto o borrador de una escritura de ficción.

Pero dentro de Manuelita está Fede. Su amigo, a quien él invoca y que también tiene una entidad en la actuación de Tomás Corradi Bracco, de este modo junto a Tiago Mousseaud realizan una trabajo actoral desde los extremos, desde estereotipos que se van ablandando hasta encontrar formas más contradictorias. Lo interesante del trabajo dramatúrgico de Sulleiro está en asumir esos discursos ya instalados sobre la sexualidad y llevarlos a una zona más sensible ¿Qué pasa cuando son dos amigos los que tienen que lidiar con la curiosidad del deseo? En ese gesto de partir de la generalidad para achicar cada vez más la dimensión de la historia, Sulleiro está diciendo que las revelaciones y los cambios son siempre particulares, que será conveniente mirar cada situación porque allí se esconde un mundo inesperado.

Hay algo de desesperación en todo lo que les pasa pero Sulleiro nunca elige desarrollar las escenas sino contarlas. De ese modo conocemos la interioridad de los personajes, su manera de apreciar lo que sucede, de soportarlo, de dejarse herir por lo que no encaja y también de rechazarlo como si eso fuera posible. Es una obra que se cuenta mucho con el cuerpo, un cuerpo que se convierte en enemigo, que se desconoce, que no se sabe muy bien a qué responde. Es también una obra sobre la voluntad de dominar el cuerpo y sobre todos los seres que habitan dentro nuestro mundo. Si este texto fue imaginado como un monólogo pero terminó siendo una situación conformada por dos personajes es verdad que Fede y Manuelita no pueden pensarse uno sin el otro porque funcionan como la figura de lo real y del deber ser, como esa necesidad de copiar que se tiene en la adolescencia, de adaptarse entonces correr por esa cancha, moverse, aprender a controlar un cuerpo que es indomable, es una manera de sacarse de encima algo indescifrable.

A partir de la lectura, la historia se deja atrapar por la tragedia. Ellos pueden ser Romeo y Julieta. Un poco como la historia de Criaturas celestiales, el film de Peter Jackson. La poesía acá tiene el destello de lo irreal, después de todo, tal vez se trate solamente de una fantasía, de pensamientos, tal vez la voz de la escena se sustente en todo aquello que en realidad no se puede decir. 

El miedo a ser descubierto lo convierte en un infiltrado entre su grupo de amigos. Las expresiones de los otros son como una oración que él se aprende para no ser puto pero justamente, al decirlas, reafirma lo que es. Por un lado está lo que los demás construyen sobre él pero Manuelita no es su nombre, así lo llaman para reducirlo a su condición de pajero y de ese modo se sacan de encima esa costumbre como si ellos no la practicaran. En esta obra lo personal requiere de una intimidad para protegerse, de cierto resguardo de lo social para sostenerse y conquistar la fuerza para asumir el propio nombre.

Sábados a las 17 en la Sala Caras y Caretas