Las partes y el todo

El arte de la deconstrucción alcanza su máxima expresión en la obra del neoyorkino Michael Mapes, cuyos minuciosos collages dimensionales diseccionan toda suerte de “especímenes”: desde calaveras hasta musas de los maestros holandeses, desde chicas pin-up hasta naturaleza muerta. Para crear sus singulares obras, Mapes reúne y clasifica fotografías en distintos tamaños, pastillas, cabello, hojas, flores secas, entre otros materiales que, a su decir, son el ADN de la pieza. Luego pincha con alfileres cada elemento en pos de crear una composición cuidadosísima donde la suma de las partes deviene figura identificable, sean rostros, cuerpos, objetos, etcétera. A simple vista, de hecho, su trabajo altamente meticuloso y taxonómico recuerda a estudios entomológicos, biológicos, de las ciencias forenses; un efecto buscado, deseado, ya que la pretendida meta de Michael es que sus obras arrimen tanto al arte como a la ciencia y, en el ínterin, acorde a la crítica especializada, transmiten “la tensión inherente entre la objetividad metódica y la inevitable subjetividad psicológica”. “Desde una distancia cercana, cada obra parece ser una serie de píxeles disecados que se distinguen por su tipo y textura”, se sorprenden voces en tema que, dando un paso hacia atrás, reconocen algunos rostros icónicos de cuadros famosos, recreados por este estadounidense que gusta, y mucho, de jugar con las metáforas científicas. En un proceso, por cierto, que ha ido de menor a mayor: “A partir de hacer estudios con obras de menor escala es que he logrado enfoques compositivos para piezas más grandes”, pormenoriza Mapes, que busca temas “que resuenen conmigo, con mis intereses, con mi estilo de trabajo”.

Baño alcahuete

Usar baños públicos podría tener recompensa o, en su defecto, castigo en Estados Unidos, si una start-up logra salirse con la suya. La empresa se llama Throne Labs y ha diseñado aseos portátiles equipados con todos los chiches –inodoro, urinario, lavabo y espejo–, que podrían ser especialmente útiles para eventos al aire libre; por caso, conciertos. A diferencia del tipo actual, los “tronos” de la compañía –así les llaman– funcionan con energía solar e incluso se pueden ubicar a través de una aplicación, ya que cuentan con GPS, en caso de urgencia. Hasta aquí, goza de algunas sutiles ventajas respecto de los lavabos públicos habituales, pero hete aquí lo que tiene genuinamente de especial: son baños que puntúan a los usuarios. Sucede que, antes de utilizarlos (abriéndose una cuenta y accediendo a través de un código QR), la persona evalúa el estado en el que se encontró la unidad y avisa si el ocupante anterior hizo algún estropicio. Lo que buchonee es procesado por la firma, que así va calificando a la gente. Otro dato que tienen en consideración para ponerle “nota” a terrícolas es cuánto tiempo han pasado en el bendito “trono”, que cuenta con sensores de peso integrados y así avisan si se ha pasado de la raya, tomado más atribuciones de las que corresponden. ¿Qué sucederá con los que tengan mal puntaje? Nada precisa Throne Labs, aunque presumiblemente le corte la provisión de “trono” a los que no hagan buena letra. El objetivo final –aclaran las mentes detrás de esta iniciativa, que actualmente solo renta su producto en Washington– es generar consciencia entre transeúntes de cuan importante es cuidar de los baños, ser un buen samaritano que no jorobe la liberadora experiencia al resto de los mortales. La utopía, especifican, es que en un futuro ni siquiera sea necesario monitorear el estado de los aseos portátiles. Aunque, como andan señalando algunos periodistas yanquis, mucho futurismo, mucha novedad, pero requiriendo de un smartphone para acceder al toilette público, ¿cómo entrará gente en situación de calle?

La confirmación de la regla

Harto extendida la creencia –respaldada por cantidad de papers científicos– que la gente zurda sería más inteligente y más creativa por todo el asunto de que su hemisferio cerebral derecho está más desarrollado y su cuerpo calloso –que une ambos hemisferios– es mayor y, por tanto, procesa mejor la información. La creencia de que existe una relación entre el talento y la lateralidad izquierda tiene una larga historia, y unos cuantos referentes. Genios zurdos como Leonardo da Vinci y Mark Twain, Mozart y Marie Curie, hasta Nicola Tesla y Bill Gates; sin olvidarnos de Messi, claro. Así las cosas, cabe preguntarse si la estimación que dicta que entre el 10 y el 13 por ciento de la población mundial sería zurda contempla a un grupo bien específico... los Muppets. Sí, sí, la Rana René, Miss Peggy, Gonzo y toda la troupe de entrañables títeres creada por Jim Henson. Y es que, conforme ha recalado el medio Comic Book Resources, resulta que comparten un mismo rasgo que, en general, ha pasado inadvertido: su zurdera. Claro que, tal cual señala la mentada web, esta característica “genética” tiene correlación directa con sus titiriteros humanos, evidentemente diestros, que controlan las cabezas de los Muppets con su mano dominante, usando la otra para animar las extremidades (izquierdas) de los queridos y longevos personajes. Simpáticamente, CBR cree que este detalle de los Muppets no hace sino confirmar la regla que algunos científicos confirman, y otros desestiman: que efectivamente quien tenga la mano izquierda como dominante demuestra dotes bien creativos, con René a la cabeza, hacedor de canciones pegadizas, y Peggy, artista cabal, siendo sencillamente la mejor de las divas.

Se venden: recuerdos de mi ex

A fines del año pasado, un tal Brian Thomas subastó por casi ocho mil dólares un examen suyo, de mediados de la década del '90, que había dado como estudiante de la Escuela de Negocios Wharton de la Universidad de Pensilvania. Si prendió interés tan llano ítem de un varón desconocido es por quién lo había corregido: el excéntrico Elon Musk, entonces asistente de cátedra, fue quien calificó la prueba, dejándole algunas anotaciones donde, por caso, le quitaba puntos por usar palabrotas en ciertas respuestas. Jennifer Gwynne, que por esas fechas era novia del hoy hombre más rico del mundo, vio esa noticia y se le prendió la lamparita: ella también tenía algunos mementos de su ex-filito de esa época pretérita, universitaria, del ’94 y ’95. Porque los preciosos recuerdos de novietes –en especial los que acumulan polvo– no garpan tanto como el dinero, decidió esta mujer reunir todo lo que le había obsequiado antaño un joven Elon y, sin más, subastarlo. Después de todo, nada enciende la chispa el corazón como los billetes que espera recaudar para –aparentemente– pagar la universidad de su hijastro. A mediados de septiembre finiquita la puja en RR Auction, la casa que se ocupa del asunto, y quién efectivamente dé más podrá presumir de flamante dueño de: varias fotografías de la entonces parejita, de Musk solo, una tarjeta de cumpleaños con su gancho, un billete de un dólar que también le firmó a la chica (vaya uno a saber por qué motivo) y –lo que Jennifer asegura que sí le costará desprenderse– “un collar de oro de 14 quilates que contiene una pequeña esmeralda verde, que proviene de la mina del padre de Musk en Sudáfrica”. “Elon no era muy sentimental ni emotivo, así que cuando tuvo ese gesto tan romántico, significó mucho para mí porque me estaba mostrando su costado más vulnerable”, se pone melodramática Gwynne, que recuerda la relación como “corta pero dulce”, y a Musk, “tímido y callado”. Asimismo, “brillante y visionario; hablaba mucho sobre los autos eléctricos y la energía solar, pero tenía una visión inocente al respecto de cómo el mundo iba a cambiar”.