El 11 de septiembre no es una fecha más para el tenis de los Estados Unidos. Aquel mismo día, 45 años atrás, se disputó el último partido oficial del US Open en el mítico West Side Tennis Club de Forest Hills, sobre el tradicional polvo de ladrillo verde, con la recordada consagración de Guillermo Vilas en una final ante Jimmy Connors que terminó con cierta polémica.

La última de las 68 ediciones jugadas en Forest Hills le dio lugar luego al US Open como se lo conoce en la actualidad: en los terrenos del Corona Park, en las canchas duras del Billie Jean King National Tennis Center de Nueva York, en Flushing Meadows, tiene lugar el último Grand Slam de la temporada.

Cuatro décadas y media de aquel epílogo de la era Forest Hills, también un 11 de septiembre, el explosivo Carlos Alcaraz se adueñó de la historia: ganó su primer título de Grand Slam, en apenas su segunda participación en el cuadro principal del Abierto de Estados Unidos, y se convirtió nada menos que en el número uno del mundo más joven desde que se iniciara el ranking ATP, cuya primera publicación fue el 23 de agosto de 1973.

Lleyton Hewitt había llegado a la cima del mundo el 19 de noviembre de 2001, con 20 años, ocho meses y 23 días de edad, pero su marca no llegó a resistir 20 años ante la aparición de Alcaraz, quien escaló esta temporada desde el puesto 33 al más alto del escalafón. Atrás quedaron también quienes le seguían al fabuloso tenista australiano: el ruso Marat Safin (20 años, 9 meses y 24 días en 2000) y los estadounidense John McEnroe (21 años y 15 días en 1980) y Andy Roddick (21 años, 4 meses y 2 días en 2003).

El triunfo 6-4, 2-6, 7-6 (1) y 6-2 ante Casper Ruud lo tuvo todo para una gran final entre dos hombres que peleaban por un doble premio: ganar su primer trofeo de Grand Slam y convertirse en el número uno del listado profesional. Pudo ser para cualquiera de los dos, porque ambos llegaron con una solidez muy importante, pero los puntos clave son los que definen a un gran campeón: el noruego sacó 5-4 para ganar el tercer parcial y hasta tuvo dos set points pero el peso cayó del otro lado de la red, con un Alcaraz inquebrantable en el aspecto emocional.

El Niño Maravilla había visualizado su propio destino y lo concretó tras la final del US Open. Menos de tres meses atrás, el 25 de julio pasado, había irrumpido por primera vez entre los cinco mejores tenistas masculinos del planeta. El análisis, para cualquier mortal, habría englobado una sensación de satisfacción con perspectiva de crecimiento. Pero Alcaraz es un distinto, es un prodigio, y por eso tenía otras aspiraciones: "Ya cumplí con una etapa y ahora empieza otra. Hoy veo que tengo cuatro jugadores por delante a los que tengo que superar para poder cumplir mi gran objetivo, que es ser el número uno del mundo, y voy a trabajar duro para llegar".

Alcaraz es el cuarto español que llega a la colocación más alta del profesionalismo en la rama masculina: antes suyo lo hicieron Carlos Moyá, su propio entrenador Juan Carlos Ferrero y el multicampeón Rafael Nadal. Y, tras arrebatarle el primer sitio al ruso Daniil Medvedev, es el 28º jugador que lo logra a nivel global.

Sus palabras después de levantar el trofeo, la conquista que lo transformó en el 57º campeón de Grand Slam en singles masculino desde el inicio de la Era Abierta (1968), fueron elocuentes: "Desde que era pequeño siempre he soñado con ser el número uno y con ser campeón de Grand Slam. He trabajado muy duro".

Pero también había reflejado su meta más relevante meses atrás. "Me veo preparado para ganar un Grand Slam este año. Nunca sabés cuándo puede llegar pero me siento preparado para ganarlo. Trabajo para buscar mi lugar en el número uno", había dicho incluso antes, en marzo pasado, después de conquistar el trofeo en el Masters 1000 de Miami, el tercero de sus seis títulos en singles de nivel ATP.

En lo que va de la temporada Alcaraz es el jugador con más triunfos en cuadros principales, con un récord de 51-9, y el que más veces gritó campeón, con cinco trofeos: el ATP 500 de Río de Janeiro, el mencionado torneo de Miami, el ATP 500 de Barcelona, el Masters 1000 de Madrid y, ahora, el Abierto de los Estados Unidos.

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