El viento trae un extraño lamento bailable en la voz de Cacho, envuelto en el duende del son del acordeón de los Palmeras. El barrio se despereza en el medio de una mañana de navidad tranquila, las luces ya se apagaron en todas las casas, excepto en la de mi vecino, es que están de fiesta los cosos de al lao. 

Los acompaños en soledad, medianera mediante, entre botellas vacías de sidra y restos de clericó. Mi insomnio es jaqueado por la letra de un tema que sonó repetidas veces durante la noche con un estribillo cantado a coro por los concurrentes en donde le solicitan al cantante, en forma reiterada, un imposible, el olvido. Una historia que narra la pena de un hombre amurado, un alma en pena en mitad de su noche triste, con toda su vida en el ayer, acobardado como un pájaro sin luz, empapado en la lluvia sutil que llora el tiempo sobre aquello que quiso el corazón. 

El protagonista, sumergido en una canción desesperada cual hoja enloquecida en el turbión, no intenta emborrachar su corazón para apagar un loco amor corriéndole un telón al corazón, tampoco gasta su tiempo caminando en un pozo de sombras, rondando siempre su esquina, intentando no mostrarse dando pena, desesperado ni vencido, silenciando lo que nunca nadie sabrá, lo que es morir mil veces de ansiedad, sino que opta por hacer todo lo contrario, ventila su sufrimiento, consulta la decisión a tomar con un amigo, quien, en actitud al menos sospechosa, le ordena una y mil veces "¡olvidala!". 

Para los Cardozo, esta navidad es sólo una excusa, en realidad festejan un regreso esperado. ¿Cuántas veces uno busca lleno de esperanzas el camino que los sueños prometieron a sus ansias? Lautaro tiene la obligación de intentarlo de nuevo, de volver a empezar. Un tropezón cualquiera da en la vida y después de cinco años engayolado en Coronda hoy volvió a pisar el barrio de sus sueños tan ardientes, pobre, cual la ropa de su gente. 

Aquél que su almita arrastró por el fango, volvió vencido a la casita de los viejos en donde supieron resistir estoicamente, su viejita junto a su compañera y madre de sus dos hijos. El viajero del dolor no dudó en vender su antiguo reloj de cobre para gastar los cuatro pesos sucios en el bazar de los juguetes, nadie como él para saber cómo es sentirse en una noche buena sin un sólo regalo. 

Un rato antes de que dieran las doce, me visitó con el fin de disfrazarse en mi casa, había decidido sorprender a la familia bajando por los techos como un Papá Noel arrabalero. Posiblemente sus hijos tampoco lo hubieran reconocido sin la abultada barba blanca de cotillón. Lo miré un instante mientras se cambiaba de ropa, lo recordé tal cual lo conocí, chiquilín, cara sucia de angelito con bluyín, en la actualidad su joven cuerpo tatuado porta una mirada sin tiempo. 

El ceniciento rojo estaba eufórico de poder bailar, como antes, el vals de los novios con su enamorada, mirarse en el espejo de sus ojos, los mismos que siguen alumbrando el cruel camino de su oscura adversidad y susurrarle al oído: ”Yo quiero ser todo tuyo, ocupar toda tu vida/ Ser la prenda más querida que tengas en tu existir, / Quiero sonreír si sonríes, quiero llorar si lloraras / Implorar si tú imploraras, si tú murieras... ¡Morir!”. En estos precisos momentos apagaron la música, justa señal de respeto al sol. El silencio, cual pesada cortina, cayó sobre el paisaje asesinando al bombón asesino. 

Fin de la fiesta criolla, esas tremendas ganas de llorar que a veces nos inundan sin razón, me llevaron a preparar el mate con un poco de recuerdo y sinsabor, para después entregarme a la dulce ceremonia de pensar y de pensarme como un tipo difícil que se define como hijo no reconocido del tango y del cine italiano, embretado en el berretín de la escritura, que ostentó en su adolescencia un odio visceral hacia la música ciudadana y que en la adultez agradece haber crecido bajo su influencia, hoy se siente atrapado en una sensación ambigua. Por un lado, considera una historia digna de ser contada la vivida por sus vecinos, pero a su vez algo le dice que ya está todo escrito, cantando y bailando al ritmo del dos por cuatro.

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