Montañas con las cumbres más blancas que se hayan visto en los últimos años y árboles tupidos luciendo sus flamantes follajes primaverales enmarcados por un lago límpido y majestuoso, excelentes chocolates y aún mejores cervezas artesanales y platos patagónicos: si la propuesta de la ciudad de Bariloche es de por sí tentadora, qué decir si se suma una voluminosa oferta audiovisual a exhibirse, para colmo de bienes, en funciones libres y gratuitas. 

Así ocurrirá en el Vaticano de la grey estudiantil hasta el próximo domingo, periodo durante el que cuatro salas –y otras dos en las localidades vecinas de Dina Huapi y El Bolsón– albergarán las proyecciones de más de un centenar de producciones regionales, nacionales e internacionales, además de charlas y seminarios, que conforman la programación de la décima edición del Festival Audiovisual Bariloche. El FAB retomará un formato presencial pleno luego de haberse realizado de manera virtual en 2020 y con aforo limitado el año pasado. No obstante, las producciones en competencia podrán verse durante toda la semana en la plataforma cineindependiente.ar.

“Lo primero que se me viene a la cabeza es el Diego”, bromea el director artístico Diego Carriqueo ante la consulta por el número del aniversario redondo. No fue nada fácil sostener un evento cultural de esta envergadura durante una década en un país acostumbrado a los bamboleos económicos y la rotación de nombres en la parte superior de los organigramas gubernamentales. De hecho, recuerda Carriqueo, las primeras cinco ediciones se realizaron con cuatro funcionarios distintos a cargo de la Secretaria de Cultura, área de la que depende el FAB. 

“El balance de estos diez años es muy positivo”, añade el director artístico, y sigue: “Cuando uno idea un proyecto de estas características, hay objetivos que se pueden pensar, pero las cosas que hemos logrado trascienden ampliamente lo que habíamos imaginado. Incluso muchas ni siquiera las contemplábamos. Que un pibe agarre la cámara en un taller de cine comunitario y le cambie la vida es una cosa súper importante”.

¡Vamos los pibxs!

Y lxs pibxs son, justamente, la franja etaria protagónica del FAB. No solo porque son el target de espectadores apuntado por sus responsables, sino también porque que una de sus diez competencias oficiales, presente desde la primera edición, está dedicada a cortometrajes realizados por alumnos sub-21 de Escuelas de Cine y Artes Audiovisuales patagónicas. “Muchas veces, cuando estaba en la universidad, escuchaba a chicos de 18 o 20 años decir que no se animaban a mandar sus cortos porque a festivales tenían miedo o pensaban que no tenían chance al lado de directores más grandes. La idea de esa sección es que puedan presentarse y participar para romper con esa idea y que el día de mañana no sea su primera vez en un festival”, explica Carriqueo, quien destaca entre las actividades paralelas el quinto Encuentro de carreras de Cine y Comunicación de la Patagonia argentina y chilena.

Son propuestas lógicas, teniendo en cuenta que en 2009 la Universidad de Río Negro abrió la carrera de Diseño Artístico Audiovisual en El Bolsón y que la ciudad de General Roca es sede del Instituto Universitario Patagónico de las Artes. El FAB, entonces, como un intento de darle un lugar relevante a la producción regional. Otra vez el director artístico: “La producción realmente se federalizó durante la primera gestión de Cristina Fernández. Toda la movida que hubo detrás de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual hizo que en Buenos Aires se dieran cuenta que había gente capacitada en todo el país. Se producía un montón, pero se veía muy poco porque quedaba todo guardado en el BACUA. Varias cosas que programamos en esos años se filmaron en ese marco. Creo que el gran acierto del festival fue darle un perfil por el cual se ponga en valor lo que se hace en la región patagónica. No nos sirve hacer un `mini Bafici´ cuando los trabajos locales tienen tantas dificultades para circular”.

Competencias al por mayor

El de Bariloche debe ser el festival con más competencias de toda la región, con un total de diez. Entre ellas se destacan las tres dedicadas a los largometrajes: Nacional de Ficción, Nacional de Documental y una binacional con producciones de las zonas más australes de Argentina y Chile. En la primera estarán El monte, de Sebastián Caulier; Ese fin de semana, de Mara Pescio; La calma, de Mariano Cócolo, y Zahorí, de la barilochense Marí Alessandrini, mientras que el apartado dedicado al cine de lo real tendrá a Esquí, de Manque La Banca; El fulgor, de Martín Farina; Terra incógnita, de Ignacio Leónidas; Atlas, de Guadalupe Gaona e Ignacio Masllorens, y Mari, de Mariana Turkieh y Adriana Yurcovich. Por su parte, la sección binacional está integrada por tres títulos barilochenses (Mankewenüy, amiga del cóndor, de María Manzanares; Marquetalia, de Laura Linares, y El ruido del tiempo, de Rubén Guzmán), uno de Neuquén (Lavandería Nancy Sport, de Agustín Gregori), otro de Tierra del Fuego (Las intemperies, de Andy Riva y Guido de Paula) y una chilena (El sol es la única semilla, de Esteban Alexis Santana Guerrero).

Habrá también focos dedicados a los 40 años de la Guerra de las Malvinas, a la labor realizada por el CONICET, a trabajos académicos de la UBA y al Festival de Puerto Madryn. Y estarán, claro, el resto de las competencias: la mencionada sub-21, Nacional y Binacional de Cortos, Proyectos en Desarrollo patagónicos y otras tres que extienden la idea de lo audiovisual hasta más allá de los límites cinematográficos: Video Danza, Video Clips y Videoarte Instalación. “En el interior hay mucha producción de otros formatos, y nos parece interesante que tengan su espacio. El videoarte es una disciplina muy interesante y no deja de ser audiovisual. Los jóvenes manejan muy buen esos lenguajes y son mucho más experimentales, innovadores y arriesgados”, justifica Carriqueo. Están los chocolates, la birra y el paisaje. Solo falta encender los proyectores. Películas hay de sobra. 

La calma, de Mariano Cócolo.