Asistí al testimonio de Pablo D’Elía, atacado el 4 de septiembre en Buenos Aires por dos hombres que conoció por Grindr, con la certeza de que pude haber sido yo. No como quien dice esto para explicar que la tragedia bien podía ocurrirme a mí como a cualquier otra persona en el planeta. No. No a cualquiera le pasa lo que a Pablo. ¿Qué puto invita a su departamento, un domingo a la media noche, a dos completos desconocidos para coger? Pues yo soy, precisamente, ese tipo de puto.

Atendí al testimonio de Pablo entendiendo cada decisión y cada reacción. Incluso viendo con él, como si yo mismo estuviera allí, cada una de las pistas que le permitieron descubrir la emboscada, saltar a tiempo y salvar su vida. Porque una sabe que si invita a dos chongos desconocidos a coger tiene que estar atenta. Que hay que guardar de la vista el dinero sobre la mesa antes de que lleguen y pendiente del celular, porque una nunca sabe. Y jamás, jamás bebas nada extraño y menos si te lo ofrecen los invitados.

Fue una botella de vodka Skyy lo que le ofrecieron -más tarde encontrarían unos recipientes vacíos de clonazepam en el departamento-. Pablo dijo que no, pero los tipos le insistieron. Y viste que es raro que te insistan. Pablo dijo que no una vez más, así que ellos simularon seguir con el encuentro. Uno de los hombres le invitó a pasar al cuarto, pero, cuando apenas habían comenzado a moverse, Pablo escuchó un ruido. Se dio la vuelta por instinto: justo atrás apareció el otro sujeto, quien ahora tenía puestos unos guantes negros. “Tranquilo, solo es un minuto y ya está, termina”, le dijo. Pablo luchó cada segundo de ese minuto. Lean esto y díganme: ¿no se les ata un nudo en el estómago?

El de los guantes comienza a ahorcarlo con fuerzas, mientras el otro intenta inmovilizarlo. Pablo reacciona con un codazo y una patada que le permiten correr hacia la puerta. Logra abrirla pero lo alcanzan y lo jalan una vez más hacia adentro. En el medio del forcejeo, el brazo de uno de los atacantes queda al alcance y Pablo no duda: lo muerde con fuerza. Ellos reaccionan con más violencia. Uno toma un pingüino de vino que estaba a la mano y apunta directo a la cabeza. Pablo, sin embargo, atraviesa el brazo y se libra del golpe más grave. Más empujones y, finalmente, lo logra. Llega a los gritos hasta la puerta del edificio, donde es auxiliado por vecinos y, luego, por la policía.

Nos están cazando y ellos lo quieren llamar tentativa de robo

Sí, yo soy el puto que invitaría a dos desconocidos a casa a coger un domingo en la noche. Pero les tengo que confesar mi temor más grande: yo no sé si sea el puto que, como Pablo, alcance a defenderse con tanta fuerza. Temo que sean más grandes que yo. Que no sepa cuándo morder un brazo o esquivar al pingüino de vino. Se me congela el alma al pensar que, seguramente, yo no hubiese llegado hasta el pasillo.

Pablo denunció y se corrió la voz. Atención: al menos 10 denuncias radicadas en Capital Federal y provincia de Buenos Aires. Al menos 15 testimonios de víctimas en los últimos seis meses. El mismo atacante, a veces solo, a veces acompañado. Todas contactadas por Grindr. Una de las víctimas presentó una denuncia en la fiscalía 38 de la Ciudad de Buenos Aires el 17 de julio. El agresor lo mantuvo secuestrado durante tres días. Tres malditos días en los que lo drogó, lo golpeó y lo apuñaló.

“¡Nos están cazando!”, dijo Pablo en la manifestación que convocó junto a organizaciones aliadas en Tribunales . Exigieron la rectificación de la carátula de estas causas: la justicia quiere llamarles intentos de robo o lesiones graves, en lugar de crímenes de odio.

Infiltran una red usada, en su mayoría, por varones homosexuales, personas trans y travestis. Nos escogen, premeditamente, porque somos putos, travas. Nos engañan, ganan nuestra confianza y nos abordan en un lugar solitario, sin testigos, porque los cobardes nos quieren indefenses. Y allí nos asaltan, nos atacan, nos asesinan. Lo hacen una y otra vez, de manera sistemática. Nos están cazando y ellos lo quieren llamar tentativa de robo.

Pero que nadie se confunda, que esto no se trata de Grindr. La misma lógica y el mismo objetivo criminal se implementan con otras herramientas y estrategias. A principio de este mes condenaron a dos hombres responsables del asesinato de Enzo Aguirre, asfixiado a sus 23 años en un departamento en Retiro el 13 de noviembre de 2020. La investigación determinó que, solo 24 horas antes del asesinato de Enzo, los responsables habían atacado a otro chico, con quien también habían acordado una cita por un portal web.

Hace apenas tres meses le prendieron fuego al Hotel Gondolín, en Villa Crespo. El lugar funciona como cooperativa y albergue para mujeres trans y travestis. La policía quiso plantearlo en un primer momento como un accidente, pero la fiscalía ahora investiga el hecho como un atentado con motivos de odio.

Y Tehuel, ¿dónde está?

Esto es odio. Odio asesino. Y hay que decirlo: ¿cuántas Vivianas Canosa escuchamos en los últimos meses aupar este odio en prime time? ¿Cuántos Feinmann atacan desde sus estudios, sin vergüenza y con gusto, a nuestra comunidad? ¿A cuántos soportamos todos los días, disfrazados de académicos de la lengua, lanzando burlas desde sus micrófonos? Este odio tiene líderes. Y tiene fieles comprometidos, hasta donde menos te imaginás. Que me parta un rayo si les miento: a más de una marica escuché estas semanas diciendo que a quién se le ocurre invitar a dos desconocidos al mismo tiempo, que por qué no fue más precavido, que eso solo les pasa por cola caliente. El fácil y nefasto “te lo buscaste”.

Pero Pablo fue más. Habló, denunció y activó una red de apoyo impresionante. La cara de los homodiantes -en libertad dos días después del ataque y de inmediato activos en Grindr- corrió por Instagram y grupos de Whatsapp. Nos alertamos, nos acompañamos, nos cuidamos. Las otras víctimas supieron que no estaban solas y eso es poderosísimo. Apostaban a nuestra vergüenza y nos descubrieron orgullosas y juntas.

No nos ocultaremos. Nos acompañaremos en la defensa de nuestro derecho al goce. Que es nuestro derecho a la existencia misma. Exigiremos una justicia con perspectiva de género y diversidad. Gritaremos hasta que les llamen por lo que son: crímenes de odio. Y no, no desinstalaremos Grindr. Vamos a defender nuestro derecho a comer pijas desconocidas, la cantidad que queramos y a la hora que se nos antoje.