“Milo y Bradley son criaturas de costumbre. Desde que los conozco, Milo usa su bufanda azul apolillada con el nudo tan bajo sobre el pecho que la bufanda resulta inútil. Bradley es adicto al café y lleva consigo un termo. Milo se queja del frío y Bradley siempre está un poco nervioso. Salen de la ciudad todos los sábados –eso no es costumbre sino lealtad- para buscar a Louise. Louise es incluso más impredecible que la mayoría de los niños de nueve años; a veces los espera en los escalones de la entrada, a veces cuando llegan ni siquiera ha salido de la cama. Una vez se escondió en el ropero y no quería irse con ellos”, comienza El vals de Cenicienta, el primer cuento de La casa en llamas, el libro de Ann Beattie, editado por Chai y traducido por Virginia Higa, que salió este año en nuestro país. 

Las12 pudo charlar con la escritora estadounidense sobre los ’70, la década en la que empezó a publicar sus cuentos en The New Yorker, los modos en que construye sus personajes y sus historias, pero también sobre la amistad, las escritoras que admira y el feminismo. Beattie nació en Washington en 1947 y es considerada una de las escritoras más importantes de su país. Ha publicado varias novelas pero es más conocida por sus cuentos. Ha sido comparada con John Cheever y J.D. Salinger. “Creo que mi verdadero interés es psicológico –la psicología de mis personajes–, de modo que pase o no algo realmente “dramático”, mi ojo busca automáticamente pequeñas maneras de revelar, o sugerir, cosas en su psicología”, dice Ann desde Virginia.

¿Cómo describirías el contexto social y político de Estados Unidos en los ’70 cuando escribiste la mayoría de los cuentos que se publicaron en The New Yorker Stories?

La Guerra de Vietnam, muy resistida, duró mucho tiempo, hasta 1975. Luego estaba el escándalo de Watergate, y finalmente el presidente Nixon tuvo que renunciar. No le gustaba mucho la gente de mi generación –yo tenía 20 años– y había un verdadero abismo entre la generación mayor y la joven, impulsado en parte por una guerra en la que nunca deberíamos haber estado y el presidente que elegimos entonces (Richard Nixon).

En El vals de Cenicienta describe la situación de una mujer que se separa de su marido porque está enamorado de otro hombre. Me gustaría saber las repercusiones de esta historia cuando se publicó en The New Yorker.

--A The New Yorker le gustó y aceptó publicarlo, sin ningún comentario sobre el tema de la historia. Si hubo cartas de quejas, nunca me enteré. Jamás conocí al neoyorquino temeroso de abrir nuevos caminos, y ser gay estaba empezando a ser algo de lo que la gente estaba dispuesta a hablar, para ser honesta.

Sus cuentos a veces son sobre tragedias, pero usted puede escribir sobre ellas sin drama, de una manera natural. ¿Cómo logra esto con su escritura?

--Supongo que no veo las cosas de una manera “sensacional” para empezar. Creo que mi verdadero interés es psicológico –la psicología de mis personajes–, de modo que pase o no algo realmente “dramático”, mi ojo busca automáticamente pequeñas maneras de revelar, o sugerir, cosas en su psicología.

¿Cómo construye sus personajes masculinos? Muchos hombres se sienten realmente identificados con ellos.

--Bueno, mi mejor amigo era un hombre, y tengo un marido, además de muchos amigos varones, así como amigas mujeres. Escribo sobre lo que observo, y también sobre lo que me preocupa: los hombres se incluyen en eso.

La amistad está presente en todas sus historias. ¿Qué es la amistad para usted y qué significado tiene en su vida?

--Soy hija única, así que encontré una familia más extensa en mis amigos y amigas elegidas. Estoy mucho más cómoda con personas de las que he sido amiga durante mucho tiempo (y he tenido la suerte de tener algunas) que con personas “nuevas”, aunque esto probablemente sea cierto para muchas personas. Me gusta tener una “historia” con mis amigos, para que las “historias” no tengan que contarse; ya las conocen, saben cosas sin que yo tenga que estar diciéndolas.

Usted también escribe sobre divorcios de una manera muy natural. ¿Se cuestionaba la monogamia durante los años ‘70?

--Sí, entonces parecía menos automático, menos deseable para muchos jóvenes, diría yo. Una vez más escribo sobre lo qué me preocupa, y viví en un contexto donde había muchos divorcios (aunque no fue el caso de mis padres. Pero yo me divorcié y me volví a casar).

¿Por qué las llamadas telefónicas son tan importantes en su escritura?

--Raymond Carver tiene una cita maravillosa que, aunque se refiere a la ficción, se basa en lo que pasa en la “vida real”. Él decía que cada vez que suena el teléfono, puede cambiar la vida. Hay muchas respuestas a esta pregunta, incluido el hecho de que no había teléfonos celulares cuando escribí estos cuentos y la gente no estaba en contacto constante, como están ahora, enviando mensajes de texto, etc. Así que en aquel entonces, una llamada telefónica era inherentemente más dramática. Además, el personaje que está “a cargo” de una llamada telefónica, instiga y la otra persona tiene que responder. Por supuesto, la otra persona puede decir algo sorprendente también, pero me parece que esto es lo que tenemos que hacer como escritoras: sacudir a los personajes, mostrarlos en momentos difíciles o de sorpresa, para dar una sensación de inmediatez.

Algunas de sus historias están casi escritas como si fueran películas. ¿Qué películas y libros la inspiran?

--Creo que el género me inspira, tienes razón, pero no sé lo suficiente de cine como para hacer una lista de películas de las que aprendí cosas. Podría, pero no creo que se metan en mi ficción. Supongo que “Blow-Up” de Antonioni, por el tema, y lo mucho que la película conmovió al público, me causó una gran impresión (es una película de 1966). Es análogo a lo que sucede cuando escribo: tropiezo con algo (no escribo desde un esbozo), y luego hay que mirar más de cerca, más cuidadosamente, como hace el fotógrafo en la película.

¿Está escribiendo ahora?

--Estoy revisando las ediciones de dos libros ahora mismo, algo que nunca me había pasado. El primero es un libro de ensayos llamado Más que decir: Ensayos y Apreciaciones, que se publicará en febrero de 2023 (Godine). El segundo es una colección de cuentos con base en Charlottesville, Virginia, que narran la eliminación de las estatuas confederadas desde el punto de vista de personajes muy diferentes entre sí. Algunos de estos cuentos son muy largos. Viví en Charlottesville por muchos años, y todavía vivo cerca. Este libro se llama Onlookers y está programado para julio de 2023 (Scribner). Pero en este momento, a pesar de que estoy involucrada en mi escritura, no estoy escribiendo cosas nuevas.

¿Qué escritoras admira?

--¡Tantas! Este verano leí los ensayos no recogidos de Elizabeth Hardwick, y compré ejemplares para mis amigos. Ella era tan brillante, tan dispuesta y capaz de ver claramente, no le importaba lo que pensaran los demás. Siempre verdaderamente astuta y elegante. Admiro mucho los cuentos de Deborah Eisenberg, que tiene una voz asombrosa y suena como nadie más: relatos complejos que tienen fundamentos políticos e históricos (“El ocaso de los superhéroes”, de un libro del mismo nombre, es una obra maestra). También he sido fan de las historias de Joy Williams desde que comenzó a escribir (como su novela El rápido y los muertos). Rebecca Curtis siempre es sorprendente y maravillosa en sus cuentos. Lo mismo que Claire Messud, Barbara Ehrenreich y Elaine Scarry con sus no ficciones y ensayos. Me gusta mucho Annie Dillard y la poeta Louise Gluck.

¿Puede decirme algo sobre sus sentimientos respecto al feminismo en su país y en el resto del mundo?

--No me gusta generalizar ni hacer declaraciones radicales, y el feminismo significa cosas diferentes para diferentes personas. (Si me preguntás si soy feminista, ciertamente lo soy). Hay tantas mujeres estadounidenses excelentes escribiendo sobre este tema, cuyas palabras serían mejores que las mías. Rebecca Solnit o Elizabeth Hardwick pueden ser algunos ejemplos.