El dibujo de portada de “Potemkin” puede ser leído como una declaración de principios. Un marinero viril parece estar lanzando un grito de ayuda a sus compañeros mientras, a sus espaldas, el tubo alzado de un cañón del navío se erige de manera triunfal hasta alcanzar el primer plano de la ilustración. Pocas imágenes como éstas pueden dar cuenta del espíritu de la película cumbre de Sergei Eisenstein. En efecto, en El acorazado Potemkin, el cineasta soviético aunó magistralmente las pasiones de su existencia: los varones rudos, el culto al falo y la rebelión proletaria.

Frecuentemente se ha señalado que lo que Eisenstein se negaba en su vida privada, aparecía inconscientemente en sus películas con metáforas, elipsis, símbolos o fugaces apariciones. En efecto, el eterno regreso de sus deseos sexuales reprimidos e insatisfechos se plasmaba en imágenes desbordantes de belleza masculina, asesinatos rituales de cuerpos sensuales y desnudos o alusiones al esperma. Así se sucedieron las escenas más célebres de sus películas: el favorito del zar Fyódor Basmanov, encarnado en un actor guapo que danza un baile dionisíaco entre efebos en Iván el Terrible (1944), el martirio y fusilamiento de los peones semidesnudos y la flor del maguey destilando un líquido blanquecino en ¡Qué viva México! (1930), o, el momento supremo de oda al semen: la flamante desnatadora desbordando leche sobre los rostros de los campesinos en Lo nuevo y lo viejo (1929). En este sentido, El acorazado Potemkin estuvo lejos de ser la excepción con esa comunidad homosocial de marineros que emancipa su energía viril.

En su homenaje al filme clásico, Pablo Auladell parece volver a hacernos imaginar de manera gráfica lo que Eisenstein plasmó en estética cinematográfica. En efecto, las potentes imágenes revolucionarias y homoeróticas del artista ruso se reproducen en sus viñetas de manera sensual y conmovedora. Así, la historieta comienza recreando al épico momento en que el chongo y futuro líder del amotinamiento, Vakulinchuk, aparece sin uniforme y exhibiendo su amplio torso y despierta a otros marineros igualmente bien formados para instarlos a levantarse en rebeldía. La escena parece excusa para detenerse en los cuerpos voluptuosos que se mecen en las hamacas, en los músculos de las espaldas desnudas, los hombros anchos y poderosos o primeros planos de otros marines de rostros bellos, rizos y labios eróticos que hubieran sido la delicia onanista de Hermann Melville o Walt Whitman. 

Es esa comunidad compuesta exclusivamente por varones la que enciende la mecha de la rebelión redentora. Así, el sueño eterno de la revolución social que termine con las penas e injusticias de los humanos parece ir de la mano de la revolución gay. En ese sentido, los principios de Eisenstein eran los mismos que los del gobierno bolchevique que en diciembre de 1917 suprimió todas las leyes persecutorias contra los homosexuales bajo el criterio y la convicción políticas de que la liberación económica y social solo era posible mediante la liberación libidinal de los sujetos.

A su vez, el arte gráfico de Auladell no pudo dejar de reflejar esos fantásticos planos de fusiles y cañones erguidos o eyaculando bombas que pueden leerse como símbolos fálicos en el filme de Eisenstein. Entre ellos destacan los momentos en que los marineros engrasan juntos un cañón o tocan la trompeta unidos en alegre camaradería. También hay primeros planos de rostros machotes con bigotes a lo Tom de Finlandia y Pierre & Gilles y escenas cumbres en las que los marines terminan de unir sus espíritus y sus brazos vigorosos para la lucha vindicativa como la que se sucede tras el asesinato de uno de ellos.

Entre tantos aspectos extraordinarios de su vida y obra, Eisenstein fue el único artista que, tras desencantarse de la revolución rusa -cuando ésta trastocó sus principios sociales y sexuales con Stalin y emprendió sus redadas a campesinos y homosexuales- emigró a México en busca de otras utopías políticas y libidinosas. Así supo erigirse en inédito esteta de las revoluciones de sendos países. De manera análoga, Pablo Auladell parece destinado a consagrarse como artista de historieta de monumentos artísticos. Ya lo hizo en 2015 con El paraíso perdido de John Milton (Premio Nacional de Cómic) y vuelve a hacerlo ahora con esta obra de arte que, tal como señala el prólogo de Jordi Costa, “parece un mensaje venido de muy lejos para recordarnos que la revolución puede (y quizá debe) volver a ser soñada”.

Potemkin. Homenaje a la película de Sergei Eisenstein, novela gráfica de Pablo Auladell, Libros del Zorro Rojo.